LECTURAS DEL SÁBADO III DEL T. ORDINARIO 30 DE ENERO (VERDE O BLANCO)
Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar "¡Cállate, enmudece!"
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 44, 13.15.16
Todos
los nobles del pueblo buscan tu favor: te llevan ante el Rey, con
séquito de vírgenes, te siguen tus compañeras en medio de alegría y
cantos.
ORACIÓN COLECTA
Perdona,
Señor, los pecados de tus siervos; y, a quienes no logramos agradarte
con nuestros actos, sálvanos por la intercesión de la Madre de tu Hijo,
nuestro Señor. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
He pecado contra el Señor.
Del segundo libro de Samuel: 12, 1-7. 10-17
En
aquellos días, el Señor envió al profeta Natán para que fuera a ver al
rey David. Llegó Natán ante el rey y le dijo: "Había dos hombres en una
ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y
numerosas reses. El pobre sólo tenía una ovejita, que se había comprado;
la había criado personalmente y ella había crecido con él y con sus
hijos. Comía de su pan, bebía de su vaso y dormía junto a él. La quería
como a una hija. Un día llegó un visitante a la casa del rico, y éste no
quiso sacrificar ninguna de sus ovejas ni de sus reses, sino que se
apoderó de la ovejita del pobre, para agasajar a su huésped".
Al
escuchar esto, David se puso furioso y le dijo a Natán: "Verdad de Dios
que el hombre que ha hecho eso debe morir. Puesto que no respetó la
ovejita del pobre, tendrá que pagar cuatro veces su valor". Entonces
Natán le dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Por eso te manda decir el
Señor: ‘La muerte por espada no se apartará nunca de tu casa, pues me
has despreciado, al apoderarte de la esposa de Urías, el hitita, y
hacerla tu mujer. Yo haré que de tu propia casa surja tu desgracia, te
arrebataré a tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro, que dormirá
con ellas en pleno día. Tú lo hiciste a escondidas; pero yo cumpliré
esto que te digo, ante todo Israel y a la luz del sol’ ".
David
le dijo a Natán: "He pecado contra el Señor". Natán le respondió: "El
Señor te perdona tu pecado. No morirás. Pero por haber despreciado al
Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá". Y Natán se
fue a su casa.
El
Señor mandó una grave enfermedad al niño que la esposa de Urías le
había dado a David. Éste pidió a Dios por el niño, hizo ayunos rigurosos
y de noche se acostaba en el suelo. Sus servidores de confianza le
rogaban que se levantara, pero él no les hacía caso y no quería comer
con ellos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 50
R/. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Crea
en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus
mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu
santo espíritu. R/.
Devuélveme
tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma generosa. Enseñaré a
los descarriados tus caminos y volverán a ti los pecadores. R/.
Líbrame
de la sangre, Dios, salvador mío y aclamará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza. R/.
ACLAMACIÓN Jn 3, 16
R/. Aleluya, aleluya.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. R/.
¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?
Del santo Evangelio según san Marcos: 4, 35-41
Un
día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: "Vamos a la otra orilla
del lago". Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a
Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.
De
pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la
barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado
sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: "Maestro, ¿no te importa
que nos hundamos?" Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar
"¡Cállate, enmudece!" Entonces el viento cesó y sobrevino una gran
calma. Jesús les dijo: "¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?"
Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Quién es éste,
a quien hasta el viento y el mar obedecen?"
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe,
Señor, los dones que te ofrecemos; y haz que nuestros corazones,
iluminados con la luz del Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de la
bienaventurada Virgen María, puedan buscar y cumplir siempre tu
voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio de santa María Virgen
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
Alaben al Señor, Dios nuestro, porque en María, su sierva, ha realizado su misericordia, prometida a la casa de Israel.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Habiendo
recibido, el sacramento de la salvación y de la fe, te pedimos, Señor,
que, al conmemorar con devoción a la santísima Virgen María, merezcamos
participar con ella del amor divino. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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Comentario al Evangelio de hoy
Conrado Bueno, cmf
Queridos hermanos:
Se apaga el eco de las parábolas, para sorprendernos con la vista de los milagros. Los milagros son las señales claras de que, con Jesús, ha llegado lo que el pueblo estaba esperando, ha llegado el Reino de Dios, la plenitud de los tiempos. Es un relato vivo. Un huracán violento se desata, en el mar de Galilea, rompen las olas contra babor y estribor de la barca, está a punto de inundarse todo. La gente está llena de miedo. Y, en este escenario, Jesús de Nazaret “estaba a popa, dormido sobre un almohadón”. Marcos, el evangelista, cuando esto escribe, tiene experiencia de una Iglesia perseguida. No sé si hay otro milagro de Jesús en el que solo los discípulos sean los testigos.
El mar, en la Biblia, es el símbolo del peligro, del mal. En el revuelo de la tempestad, los apóstoles, cargados de angustia, riñen al Maestro, mientras Jesús “dormía”. Jesús increpa al mar y calma a los discípulos. Es el poder sobre la misma naturaleza, expresión máxima, porque solo el Dios Creador es el que tiene dominio sobre todo lo que ha creado. No es extraño que cause tal admiración: “Hasta el viento y las aguas le obedecen”. Es la manifestación cumbre de la autoridad de Jesús. Y la tenía entre el pueblo por su coherencia de vida, porque predicaba y sanaba.
La tempestad es imagen de la crisis, de la dificultad, de la adversidad. Y ante las contrariedades y apuros, solo la fe es la respuesta: “¿Aún no tenéis fe?”, les recrimina el Maestro. Nuestra experiencia nos obliga a confesar que no acabamos de fiarnos de Dios. ¿Dónde está Dios, ante tanto dolor? , “Se diría que estamos dejados de las manos de Dios”, “Parece que el mal siempre vence”. Pues, no. No basta con admirarnos ante los milagros, también hemos de echar mano de la fe, cuando llega el huracán. Aunque parezca que duerme, Dios se preocupa de nosotros. Sé que esta consideración, tan elemental para un creyente, no siempre es fácil hacerla carne. La fe es un don, un regalo de Dios. Por eso, hay que pedirla. No basta nuestro esfuerzo. Fijémonos en esas personas en las que, en medio del sufrimiento, aparece el sosiego de estar en manos de Dios.
Se apaga el eco de las parábolas, para sorprendernos con la vista de los milagros. Los milagros son las señales claras de que, con Jesús, ha llegado lo que el pueblo estaba esperando, ha llegado el Reino de Dios, la plenitud de los tiempos. Es un relato vivo. Un huracán violento se desata, en el mar de Galilea, rompen las olas contra babor y estribor de la barca, está a punto de inundarse todo. La gente está llena de miedo. Y, en este escenario, Jesús de Nazaret “estaba a popa, dormido sobre un almohadón”. Marcos, el evangelista, cuando esto escribe, tiene experiencia de una Iglesia perseguida. No sé si hay otro milagro de Jesús en el que solo los discípulos sean los testigos.
El mar, en la Biblia, es el símbolo del peligro, del mal. En el revuelo de la tempestad, los apóstoles, cargados de angustia, riñen al Maestro, mientras Jesús “dormía”. Jesús increpa al mar y calma a los discípulos. Es el poder sobre la misma naturaleza, expresión máxima, porque solo el Dios Creador es el que tiene dominio sobre todo lo que ha creado. No es extraño que cause tal admiración: “Hasta el viento y las aguas le obedecen”. Es la manifestación cumbre de la autoridad de Jesús. Y la tenía entre el pueblo por su coherencia de vida, porque predicaba y sanaba.
La tempestad es imagen de la crisis, de la dificultad, de la adversidad. Y ante las contrariedades y apuros, solo la fe es la respuesta: “¿Aún no tenéis fe?”, les recrimina el Maestro. Nuestra experiencia nos obliga a confesar que no acabamos de fiarnos de Dios. ¿Dónde está Dios, ante tanto dolor? , “Se diría que estamos dejados de las manos de Dios”, “Parece que el mal siempre vence”. Pues, no. No basta con admirarnos ante los milagros, también hemos de echar mano de la fe, cuando llega el huracán. Aunque parezca que duerme, Dios se preocupa de nosotros. Sé que esta consideración, tan elemental para un creyente, no siempre es fácil hacerla carne. La fe es un don, un regalo de Dios. Por eso, hay que pedirla. No basta nuestro esfuerzo. Fijémonos en esas personas en las que, en medio del sufrimiento, aparece el sosiego de estar en manos de Dios.