Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,18-21):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: "No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió.»
Palabra del Señor
Queridos amigos,
En el evangelio de Juan aparece varias veces la expresión “ser del mundo”. Comprendemos a qué se refiere: “ser del mundo” significa, en definitiva, “no ser de Dios”. El evangelio de hoy nos invita a comprender que ese camino del mundo no es el nuestro. La mundanidad –como nos dice tantas veces el papa Francisco– es un peligro en el que el seguidor de Jesús nunca ha de caer, aunque a veces este “no ser del mundo” y “ser de Dios”, nos traiga cierta dosis de rechazo social, incluso cierto distanciamiento de los nuestros.
Quien camina detrás de Jesús se ha puesto sus sandalias y no puede sino recorrer su mismo camino. Seguir a Jesús nos va configurando más y más con su vida. Cuanto más le seguimos, más asimilamos sus gestos, sus palabras, su corazón… sus criterios. El “hombre viejo” va dejando paso a un “hombre nuevo”, renaciendo a una vida más plena, más santa. Nuestra vida, nuestros comportamientos, nuestros valores comienzan a ser diferentes (tantas veces distantes) de los de aquellos que (todavía) no han conocido de corazón al Señor.
Es lógico que este ser cada vez “más de Dios” y “menos del mundo” haga que nuestra vida contraste con la de nuestros coetáneos y se convierta en “provocativa”. Para bien y para mal. Este tipo de distanciamiento no es estéril. Lo mismo que a veces provoca rechazo –odio, dice Jesús– no menos cierto es que, muchas veces, la vida cristiana se convierte en una llamada, en una convocatoria, en un testimonio vivo capaz de seducir a otros. Y si no es así, quizá nos deberíamos preguntar si estamos viviendo nuestra vida cristiana con el mordiente y la tensión debida. Cuando la vida cristiana no provoca, uno tiene que preguntarse si acaso no está contaminada por esa “mundanidad”.
Por otro lado, ese distanciamiento fecundo respecto al mundo, no significa que los cristianos hayamos de ser unos frikis, gente extravagante o inadaptada. Ser contraculturales (proféticos, podríamos decir) no significa ser unos bichos raros. El cristiano es alguien normal que, con temor y temblor pero con decisión, quiere caminar por la misma senda que Jesús, denunciando el mal y anunciando un mundo mejor, más humano, más digno, más a la medida del maestro, más de Dios.
No te preocupes demasiado si corres el mismo destino que el maestro, o si alguien te odia por seguir a Jesús. Puede que esa sea, precisamente, la prueba de que estés acertado. Preocúpate más bien de defenderte y no caer en las redes del “príncipe de este mundo” que, sin duda, buscará mil formas de apagar tu determinación de ser “más de Dios” para atraerte hacia esa estéril mundanidad.
Te deseo un feliz día. Que el Señor te bendiga. Fernando Prado, cmf.
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El mundo piensa de otra manera
Sábado de la Quinta Semana de Pascua“Dijo Jesús a sus discípulos: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia”. (Jn 15, 18-21)
El panorama hoy ha cambiado.
Ayer hablábamos de un mundo de amistad y de amigos.
Hoy Jesús nos presenta un mundo dividido donde el principio de relaciones ya no es el amor y la amistad sino el “odio” y la persecución.
La suerte de los seguidores está echada:
O viven en el amor y como amigos.
O viven en el odio y la enemistad.
¿La razón? Pienso que el amor.
Porque los creyentes no están al margen del mundo, como una secta separada del mundo.
Siguen estando en el mundo y forman parte del mundo.
Pero el mundo piensa de otra manera.
El mundo soluciona los problemas de otra manera.
El mundo, entendido como aquellos que aún no han descubierto el Evangelio, tiene otros criterios de relación.
El mundo habla mucho de amor, pero se resiste a organizarse en la amistad.
El mundo se resiste a la mentalidad del Evangelio.
El mundo se resiste a aceptar como principio de vida el amor.
Y a la vez: el mundo no se deja tan fácilmente fermentar de la nueva vida del Evangelio.
El defiende su modo de pensar.
Y no acepta las nuevas semillas del amor.
Ni acepta dejarse fermentar por el amor como norma y estilo de vida.
El mundo suplanta el amor y la amistad por el odio y la persecución de cuantos pueden poner en peligro un cambio de radicalidad evangélica.
Por eso, la suerte del que ama termina siendo “ser odiado”.
La suerte del que decide vivir en el amor y la amistad, termina siendo “perseguido”.
El ideal que ofrece Jesús es maravilloso.
Fue el ideal que guió toda su vida.
Pero fue también el ideal que le llevó a ser excluido, juzgado y condenado a muerte.
Y la suerte del discípulo no puede ser otra que la del maestro:
“Sabed que me han odiado a mí antes que a vosotros”.
“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”.
Vivir del amor es cosa bella. Pero no es nada fácil.
Vivir como amigos es cosa estupenda. Pero tiene un precio demasiado caro.
Ser cristiano tiene poco de barato.
La experiencia nos lo dice cada día:
Es fácil rezar el Credo los domingos en la Misa.
Lo difícil es declararse creyente en el grupo de los amigos.
Si alguien se declara ateo nadie se siente incómodo.
Pero si confiesas que tú crees y practicas tu fe, no faltarán los silencios o las sonrisitas maliciosas o las admiraciones.
O incluso, las marginaciones: “tú eres un aguafiestas”.
Hablamos mucho de los conflictos entre las distintas confesiones.
Pero tampoco éstos faltan, incluso dentro de los que se llaman creyentes en Jesús.
No solo el mundo nos persigue.
También hay persecuciones solapadas aún dentro de nosotros mismos.
Estamos llamados a vivir en esa tensión entre la fidelidad al Evangelio o la fidelidad al mundo.
Llamados a vivir como el mundo o a estar en el mundo, pero sin ser del mundo, pues, “yo os he escogido sacándoos del mundo”.
Pensamiento: Vivir en el riesgo y la tensión siempre es un peligro, pero también la gran oportunidad.
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