Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (16,5-11):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado.»
Palabra del Señor
Juan Lozano, cmf
Hay que estar un poco trastornado para cantar en el cepo después de
recibir una paliza mientras se está encarcelado. ¿A qué viene esa
alegría? En una ciudad de costumbres romanas donde nunca habían oído
hablar de Jesucristo, Pablo y Silas dan testimonio de Él. ¿Son bien
recibidos? Son entregados a las autoridades y “después de molerlos a
palos, los metieron en la cárcel”, nos dice el libro de los Hechos. ¿Se
arrepintieron Pablo y Silas de su osadía evangelizadora? ¿Estaban
desmoralizados por el fracaso de su misión? “Oraban cantando himnos a
Dios”, leemos en el texto. Me detengo en este hecho porque es una
muestra muy evidente de que el Espíritu de Jesús Resucitado estaba
moviendo con mucha fuerza el corazón de estos hombres.
A menudo topamos con dificultades en nuestro caminar diario: no salen los planes tal y cómo habíamos previsto, no encontramos la comprensión merecida entre los que nos rodean, tenemos la sensación de que al otro lado del túnel no hay ninguna luz porque no vemos un futuro esperanzador… En momentos así por los que todos atravesamos de vez en cuando, no podemos olvidar lo que el Espíritu Santo, el “Defensor”, es capaz de hacer si lo dejamos habitar en nosotros. Fuerte como un temblor de tierra que hace temblar los cimientos, capaz de romper las cadenas más robustas. Miremos a aquellos que como Pablo y Silas han confiado en medio de las adversidades en la promesa que Jesús nos recuerda hoy en el Evangelio: “vendrá a vosotros el Defensor”. Espíritu que juzgará con verdad, que pondrá todo a la luz. Esa confianza y esa paz interior les permitía cantar con gozo himnos a Dios dentro de la prisión después de haber recibido un duro castigo. Precisamente la liturgia de hoy nos propone hacer memoria libre de tres mártires, santos Nereo y Aquiles y san Pancracio, que amaron a Cristo por encima de todo, incluso de su propia vida.
Claro que tenemos derecho a protestar y a desahogarnos, pero un creyente no puede derrumbarse porque no está solo. Tenemos que creer siempre en la asistencia amorosa de Dios a través de su Espíritu, porque incluso en medio de las oscuridades y cárceles de nuestra vida, aunque no la veamos, la acción del Defensor está actuado, no se detiene. “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”, preguntó el carcelero a Pablo y Silas, “cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia”, le contestaron. Está todo dicho: cree, también en la oscuridad de tus momentos de cárcel.
Vuestro hermano en la fe: Juan Lozano, cmf.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica?ref=tn_tnmn
“Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que me vaya; porque si me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy os lo enviaré”. (Jn 16,5-11)
Toda despedida tiene siempre algo de nostalgia.
Sentimos pena cuando alguien tiene que alejarse de nosotros.
Sentimos pena cuando uno de los hijos abandona el hogar porque se va a crear uno nuevo.
Sentimos pena cuando alguien se nos va porque es llamado por el Padre.
Sin embargo, hay despedidas que, aunque duelan en el corazón, son convenientes y necesarias. Los hijos no han crecido para quedarse siempre con los padres. También ellos están llamados a formar una nueva familia.
Es lógico que los Discípulos sientan la nostalgia del anuncio de que Jesús se les va y se está despidiendo.
Pero, Jesús mismo reconoce y lo dice que “os conviene que me vaya”.
No sólo es el regreso de Jesús a su condición divina, de donde vino por la encarnación.
Es también conveniente para que su obra se complete en ellos con la venida del Espíritu Santo, al que él llama Defensor.
Nos conviene que Jesús se vaya, pasando por el trance de la muerte, para así revelar plenamente el amor del Padre
Nos conviene que Jesús se vaya, porque su obra quedaría incompleta hasta que recibamos el don del Espíritu Santo.
Nos movemos en un clima trinitario:
El Padre que envía al hijo.
El Hijo que se hace uno de nosotros y anuncia el Reino.
El Espíritu Santo que completará la obra de Jesús en nosotros, haciéndonos hombres nuevos.
El Padre no es de lo que sueña con algo grande en los hombres.
Es el que realiza sus sueños a través del Hijo y del Espíritu Santo.
El Padre, a pesar de lo mal que lo pasó el Hijo en medio de nosotros, proseguirá su obra mediante el Espíritu.
El Padre no es lo que sueña cosas grandes y luego quedan en sueños bonitos.
El Padre no es de los que comienza algo, y luego lo deja a medio camino.
El Padre es el que lleva a cabo los sueños de su corazón hasta el final.
Jesús se va, pero como les dijo, volverá para estar a su lado.
Pero ahora, será en compañía del Espíritu Santo.
Y esa es la Iglesia:
Sacramento del Hijo que vive en ella, porque es suya.
Sacramento del Espíritu santo que es como el alma que la renueva, la ilumina y la actualiza cada día.
Dios no deja al hombre solo, condenado a su suerte.
Dios se hace compañero del hombre.
Dios se hace caminante con el hombre.
Muchas veces ocultará su rostro, pero estará ahí.
Muchas veces dará la impresión de dejarnos solos, pero estará a nuestro lado.
Y sobre todo, tenemos la seguridad de que el Defensor, será como la savia secreta que:
Nos dará vida.
Nos calentará interiormente en nuestros fríos espirituales.
Nos iluminará interiormente en nuestras oscuridades.
Nos fortalecerá en nuestras debilidades.
Mantendrá viva la llama del amor.
Jesús termina su obra, pero dejando viva la esperanza.
Jesús termina su obra, pero dejándonos su Espíritu.
Jesús termina su obra, pero para que nosotros lo continuemos.
Jesús termina su obra, pero para que nosotros la actualicemos.
Jesús termina su obra, pero para que nosotros la hagamos contemporánea.
Pensamiento: Todos vivimos despidiéndonos. Nos despedimos de la niñez. Nos despedimos de la adolescencia y juventud. Nos despedimos de la madurez. Y nos despediremos, cuando él venga a buscarnos, de nuestra ancianidad.
juanjauregui.es
A menudo topamos con dificultades en nuestro caminar diario: no salen los planes tal y cómo habíamos previsto, no encontramos la comprensión merecida entre los que nos rodean, tenemos la sensación de que al otro lado del túnel no hay ninguna luz porque no vemos un futuro esperanzador… En momentos así por los que todos atravesamos de vez en cuando, no podemos olvidar lo que el Espíritu Santo, el “Defensor”, es capaz de hacer si lo dejamos habitar en nosotros. Fuerte como un temblor de tierra que hace temblar los cimientos, capaz de romper las cadenas más robustas. Miremos a aquellos que como Pablo y Silas han confiado en medio de las adversidades en la promesa que Jesús nos recuerda hoy en el Evangelio: “vendrá a vosotros el Defensor”. Espíritu que juzgará con verdad, que pondrá todo a la luz. Esa confianza y esa paz interior les permitía cantar con gozo himnos a Dios dentro de la prisión después de haber recibido un duro castigo. Precisamente la liturgia de hoy nos propone hacer memoria libre de tres mártires, santos Nereo y Aquiles y san Pancracio, que amaron a Cristo por encima de todo, incluso de su propia vida.
Claro que tenemos derecho a protestar y a desahogarnos, pero un creyente no puede derrumbarse porque no está solo. Tenemos que creer siempre en la asistencia amorosa de Dios a través de su Espíritu, porque incluso en medio de las oscuridades y cárceles de nuestra vida, aunque no la veamos, la acción del Defensor está actuado, no se detiene. “¿Qué tengo que hacer para salvarme?”, preguntó el carcelero a Pablo y Silas, “cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia”, le contestaron. Está todo dicho: cree, también en la oscuridad de tus momentos de cárcel.
Vuestro hermano en la fe: Juan Lozano, cmf.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica?ref=tn_tnmn
Dios no nos deja solos
Martes de la Sexta Semana de Pascua“Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que me vaya; porque si me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy os lo enviaré”. (Jn 16,5-11)
Toda despedida tiene siempre algo de nostalgia.
Sentimos pena cuando alguien tiene que alejarse de nosotros.
Sentimos pena cuando uno de los hijos abandona el hogar porque se va a crear uno nuevo.
Sentimos pena cuando alguien se nos va porque es llamado por el Padre.
Sin embargo, hay despedidas que, aunque duelan en el corazón, son convenientes y necesarias. Los hijos no han crecido para quedarse siempre con los padres. También ellos están llamados a formar una nueva familia.
Es lógico que los Discípulos sientan la nostalgia del anuncio de que Jesús se les va y se está despidiendo.
Pero, Jesús mismo reconoce y lo dice que “os conviene que me vaya”.
No sólo es el regreso de Jesús a su condición divina, de donde vino por la encarnación.
Es también conveniente para que su obra se complete en ellos con la venida del Espíritu Santo, al que él llama Defensor.
Nos conviene que Jesús se vaya, pasando por el trance de la muerte, para así revelar plenamente el amor del Padre
Nos conviene que Jesús se vaya, porque su obra quedaría incompleta hasta que recibamos el don del Espíritu Santo.
Nos movemos en un clima trinitario:
El Padre que envía al hijo.
El Hijo que se hace uno de nosotros y anuncia el Reino.
El Espíritu Santo que completará la obra de Jesús en nosotros, haciéndonos hombres nuevos.
El Padre no es de lo que sueña con algo grande en los hombres.
Es el que realiza sus sueños a través del Hijo y del Espíritu Santo.
El Padre, a pesar de lo mal que lo pasó el Hijo en medio de nosotros, proseguirá su obra mediante el Espíritu.
El Padre no es lo que sueña cosas grandes y luego quedan en sueños bonitos.
El Padre no es de los que comienza algo, y luego lo deja a medio camino.
El Padre es el que lleva a cabo los sueños de su corazón hasta el final.
Jesús se va, pero como les dijo, volverá para estar a su lado.
Pero ahora, será en compañía del Espíritu Santo.
Y esa es la Iglesia:
Sacramento del Hijo que vive en ella, porque es suya.
Sacramento del Espíritu santo que es como el alma que la renueva, la ilumina y la actualiza cada día.
Dios no deja al hombre solo, condenado a su suerte.
Dios se hace compañero del hombre.
Dios se hace caminante con el hombre.
Muchas veces ocultará su rostro, pero estará ahí.
Muchas veces dará la impresión de dejarnos solos, pero estará a nuestro lado.
Y sobre todo, tenemos la seguridad de que el Defensor, será como la savia secreta que:
Nos dará vida.
Nos calentará interiormente en nuestros fríos espirituales.
Nos iluminará interiormente en nuestras oscuridades.
Nos fortalecerá en nuestras debilidades.
Mantendrá viva la llama del amor.
Jesús termina su obra, pero dejando viva la esperanza.
Jesús termina su obra, pero dejándonos su Espíritu.
Jesús termina su obra, pero para que nosotros lo continuemos.
Jesús termina su obra, pero para que nosotros la actualicemos.
Jesús termina su obra, pero para que nosotros la hagamos contemporánea.
Pensamiento: Todos vivimos despidiéndonos. Nos despedimos de la niñez. Nos despedimos de la adolescencia y juventud. Nos despedimos de la madurez. Y nos despediremos, cuando él venga a buscarnos, de nuestra ancianidad.
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