Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (16,12-15):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que toma de lo mío y os lo anunciará.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que toma de lo mío y os lo anunciará.»
Palabra del Señor
Bienaventurada Virgen María de Fátima (memoria libre).
Del último Concilio celebrado en nuestra Iglesia Católica, entre otras muchas, esta idea quedó bien clara: el fin de la Iglesia no es ella misma, sino amar, servir y evangelizar. Esta es la tarea que desempeñamos todos los católicos desde diferentes y complementarias formas de vida. Desde los comienzos, muchos evangelizadores así lo han sentido y llevado a cabo, como el caso de Pablo que hoy presenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles: el discurso en el Areópago de Atenas.
Precisamente porque la Iglesia no vive para encerrarse en sí misma, Pablo viaja al corazón de la cultura y filosofía europeas para hablar de Cristo sin complejos. Con firmeza pero sin soberbia, escucha con respeto a los filósofos, comparte con los epicúreos el rechazo de los ídolos, aprueba la creencia de los estoicos en el parentesco entre Dios y la humanidad: «en él vivimos, nos movemos y existimos» dice citando a Arato, un poeta griego del siglo III a. C.; hace suyas las convicciones de tolerancia del mundo cultural griego hacia las religiones extranjeras. Pablo, respetuoso en la escucha, es valiente en el anuncio: “…paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados me encontré un altar con esta inscripción: Al Dios desconocido. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo”.
En muchos areópagos o espacios culturales públicos de nuestros países quiere silenciarse todo lo relativo al mundo de la creencia y práctica religiosa, como si esto perteneciera únicamente al ámbito privado. No lo permitamos, porque no es cierto. La fe tiene su dimensión pública que tiene derecho a ser expresada, no ocultada; escuchada, no silenciada. La fe es un asunto personal y también público porque propone una serie de valores y denuncia una serie de injusticias, y lo que tiene que decir no debe ser marginado. En muchos lugares no es políticamente correcto que un famoso deportista, cantante, político o actor de cine hable de sus creencias religiosa, de su fe o de su falta de ella. Seamos entonces políticamente incorrectos y expresemos sin miedo, en actitud dialogante, nuestra fe en los areópagos de nuestra vida social: trabajo, amigos, tiempo libre… por que “el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” nos dice hoy Jesús.
Vivamos una fe sin complejos. Que María, bajo la advocación hoy de Nuestra Señora de Fátima sea la fuerza en nuestro anuncio.
Vuestro hermano en la fe: Juan Lozano, cmf.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica?ref=tn_tnmn
El Espíritu nos guía
Miércoles de la sexta semana de Pascua
“Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga El, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo; hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir” (Jn 16,12-15)
Nadie tiene la verdad plena.
Todos somos peregrinos buscadores de la verdad.
La misma Iglesia, como dice el Concilio Vaticano II “camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad”. (DV 9)
La misión del Espíritu Santo es triple:
Enseñar lo que Jesús mismo no pudo decirnos.
Enseñarnos a comprender lo que dijo mientras estaba con nosotros.
Enseñarnos lo que aún “está por venir”.
Dios se va revelando al hombre progresivamente, según el hombre va siendo capaz de comprenderle.
Los mismos discípulos fueron incapaces de comprender muchas cosas de las que anunciaba Jesús.
¿Cómo entender las Bienaventuranzas con la simple razón y nuestra mentalidad?
¿Cómo entender el misterio de su Pasión y de su Muerte crucificado?
Pedro sufrió un buen escarmiento al sentir que Jesús lo comparaba con Satanás, porque no entendía ni quería entender que “el Hijo del Hombre tenía que sufrir mucho…”
Una de las acciones del Resucitado fue “abrirles la inteligencia” para que entendieran su Muerte desde lo que decían las Escrituras de él.
Tuvieron que ir poco a poco reconociéndole como resucitado, pues no cabía en su cabeza.
También Tomás tuvo su llamada de atención.
¿Y acaso las podemos entender hoy desde nuestro racionalismo?
La misión del Espíritu es actualizar el Evangelio de Jesús.
La misión del Espíritu es hacernos comprender la verdadera dimensión de las enseñanzas de Jesús para las que no estamos preparados, porque la mentalidad del mundo es más fuerte y viva y constante.
Como bien escribe Pagola:
“Sin el Espíritu, Dios se ausenta,
Cristo queda lejos como un personaje del pasado,
el Evangelio es letra muerta,
la Iglesia pura organización,
la esperanza es reemplazada por la institución,
la misión se reduce a propaganda,
la liturgia se congela,
la audacia evangélica desaparece”.
El Espíritu Santo es el que nos guía hacia esa verdad plena.
Una verdad que fue sembrada en semillas por Jesús, pero que está llamada a crecer y a desarrollarse. Sin su acción nos quedamos en el pasado.
Por eso una de las funciones del Espíritu Santo es “comunicarnos lo que está por venir”.
La verdad nunca estará plenamente hecha.
La verdad se va haciendo cada día al ritmo de los acontecimientos, de los nuevos cambios, de la nueva cultura. Realidades que ni eran pensables en tiempos de Jesús.
Por eso es el Espíritu es el que:
Dinamiza la Iglesia.
Actualiza a la Iglesia.
Hace peregrina a la Iglesia.
Pone al día a la Iglesia.
Inspira los cambios necesarios para entender hoy el Evangelio.
Quien tiene miedo a nuevas lecturas del Evangelio hoy, no tiene el Espíritu-
Quien tiene miedo a los cambios de la Iglesia hoy, no cree en el Espíritu.
Quien tiene miedo y se resiste a las actualizaciones de la Iglesia, no actúa bajo la acción del Espíritu.
Por eso, “El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.
Pensamiento: Escuchar al Espíritu es escuchar lo que Jesús quiere decir “hoy” a su Iglesia y a cada uno de nosotros.
juanjauregui.es
Miércoles de la sexta semana de Pascua
“Dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que os hable no será suyo; hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir”. (Jn 16,12-15)
La verdad es todo un misterio.
Siempre me han repugnado aquellos que se creen dueños de la verdad.
¿Hay alguien que pueda decir con sinceridad: yo tengo la verdad?
Personalmente siempre he pensado que:
Más que tener la verdad, somos buscadores de la verdad.
Más que ser dueños de la verdad, somos buscadores de la verdad.
Más que dueños de la verdad, somos caminantes hacia la verdad.
No me gustan los que se sientan seguros sobre la verdad.
Prefiero aquellos que cada día buscan la verdad.
San Juan escribía: “Queridos ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es”. (1Jn 3,2)
Jesús mismo reconoce:
Que no nos ha dicho todo lo que podía decir.
No porque quisiera mantenernos en vilo, sino porque nuestra capacidad es limitada.
No es que Jesús haya querido decirnos la verdad a medias.
Es que nosotros no somos capaces de comprenderla.
Los discípulos no lograron entender muchas de las cosas que decía.
Los discípulos no lograron comprender muchas de sus actitudes y comportamientos.
Es que la verdad plena solo está en Dios.
Es que la verdad plena es Dios.
Por eso nosotros sabemos lo que somos “hijos de Dios”.
Pero no sabemos todavía lo “que seremos”.
Por eso Jesús nos promete el Espíritu Santo.
Él es quien nos guiará a la “verdad plena”.
Él es quien nos “comunicará lo que está por venir”.
Él nos guiará para que comprendamos la verdad de Jesús.
Pero la verdad de Jesús no es solo pasado.
La verdad de Jesús es algo que sigue revelándose y manifestándose cada día.
Por eso la misión del Espíritu será también “comunicarnos lo que está por venir”.
Cada día Dios se manifiesta en cada uno de nosotros.
Cada día Dios se nos va revelando en cada uno de nosotros.
Y cada día tendremos que descubrir el “hoy” de Dios en nosotros.
Cada día, Dios se va manifestando en la Iglesia.
Cada día Dios se va revelando y manifestando en la Iglesia.
Y cada día, la Iglesia tendrá que estar atenta a la verdad de Dios.
Y cada día, la Iglesia tendrá que estar atenta al “hoy” de Dios en ella.
Y esta es la misión del Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia.
El es el encargado de ir clarificando el ayer de Dios.
El es el encargado de ir abriéndonos al hoy de Dios.
Sin el Espíritu Santo:
El pasado quedaría disecado como tantas cosas de la historia.
El pasado sería una especie de arqueología.
Y el presente sería un simple acontecimiento de la historia.
Y es el Espíritu el que nos hace ver el presente como el acontecer de Dios en nosotros.
Y el futuro quedaría en una simple adivinanza.
Mientras que el Espíritu Santo nos hace descubrir que el futuro es el futuro de Dios.
Por eso, la vida del creyente se define, no como un “tener ya toda la verdad”.
Sino como un estar “abierto a la verdad”.
Por eso la verdadera obediencia, incluso la obediencia consagrada,
no esta tanto obedecer a las órdenes disciplinarias de un superior.
Sino una comunidad que se pone a la escucha de Dios.
Una comunidad donde todos juntos, abiertos y dóciles al Espíritu, buscamos la voluntad de Dios hoy.
Cuando leemos el Evangelio:
El Espíritu nos ayuda a comprender lo que Jesús nos dijo.
El Espíritu nos ayuda a comprender lo que a través de él nos dice hoy.
Por eso mismo, el Evangelio tiene siempre la frescura de lo contemporáneo.
El Evangelio tiene la frescura de una nueva mañana.
Mediante el Espíritu, el Evangelio tiene la frescura de una nueva primavera.
Siempre antiguo y siempre nuevo.
Siempre de ayer y siempre de hoy.
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“Dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que os hable no será suyo; hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir”. (Jn 16,12-15)
La verdad es todo un misterio.
Siempre me han repugnado aquellos que se creen dueños de la verdad.
¿Hay alguien que pueda decir con sinceridad: yo tengo la verdad?
Personalmente siempre he pensado que:
Más que tener la verdad, somos buscadores de la verdad.
Más que ser dueños de la verdad, somos buscadores de la verdad.
Más que dueños de la verdad, somos caminantes hacia la verdad.
No me gustan los que se sientan seguros sobre la verdad.
Prefiero aquellos que cada día buscan la verdad.
San Juan escribía: “Queridos ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es”. (1Jn 3,2)
Jesús mismo reconoce:
Que no nos ha dicho todo lo que podía decir.
No porque quisiera mantenernos en vilo, sino porque nuestra capacidad es limitada.
No es que Jesús haya querido decirnos la verdad a medias.
Es que nosotros no somos capaces de comprenderla.
Los discípulos no lograron entender muchas de las cosas que decía.
Los discípulos no lograron comprender muchas de sus actitudes y comportamientos.
Es que la verdad plena solo está en Dios.
Es que la verdad plena es Dios.
Por eso nosotros sabemos lo que somos “hijos de Dios”.
Pero no sabemos todavía lo “que seremos”.
Por eso Jesús nos promete el Espíritu Santo.
Él es quien nos guiará a la “verdad plena”.
Él es quien nos “comunicará lo que está por venir”.
Él nos guiará para que comprendamos la verdad de Jesús.
Pero la verdad de Jesús no es solo pasado.
La verdad de Jesús es algo que sigue revelándose y manifestándose cada día.
Por eso la misión del Espíritu será también “comunicarnos lo que está por venir”.
Cada día Dios se manifiesta en cada uno de nosotros.
Cada día Dios se nos va revelando en cada uno de nosotros.
Y cada día tendremos que descubrir el “hoy” de Dios en nosotros.
Cada día, Dios se va manifestando en la Iglesia.
Cada día Dios se va revelando y manifestando en la Iglesia.
Y cada día, la Iglesia tendrá que estar atenta a la verdad de Dios.
Y cada día, la Iglesia tendrá que estar atenta al “hoy” de Dios en ella.
Y esta es la misión del Espíritu Santo en nosotros y en la Iglesia.
El es el encargado de ir clarificando el ayer de Dios.
El es el encargado de ir abriéndonos al hoy de Dios.
Sin el Espíritu Santo:
El pasado quedaría disecado como tantas cosas de la historia.
El pasado sería una especie de arqueología.
Y el presente sería un simple acontecimiento de la historia.
Y es el Espíritu el que nos hace ver el presente como el acontecer de Dios en nosotros.
Y el futuro quedaría en una simple adivinanza.
Mientras que el Espíritu Santo nos hace descubrir que el futuro es el futuro de Dios.
Por eso, la vida del creyente se define, no como un “tener ya toda la verdad”.
Sino como un estar “abierto a la verdad”.
Por eso la verdadera obediencia, incluso la obediencia consagrada,
no esta tanto obedecer a las órdenes disciplinarias de un superior.
Sino una comunidad que se pone a la escucha de Dios.
Una comunidad donde todos juntos, abiertos y dóciles al Espíritu, buscamos la voluntad de Dios hoy.
Cuando leemos el Evangelio:
El Espíritu nos ayuda a comprender lo que Jesús nos dijo.
El Espíritu nos ayuda a comprender lo que a través de él nos dice hoy.
Por eso mismo, el Evangelio tiene siempre la frescura de lo contemporáneo.
El Evangelio tiene la frescura de una nueva mañana.
Mediante el Espíritu, el Evangelio tiene la frescura de una nueva primavera.
Siempre antiguo y siempre nuevo.
Siempre de ayer y siempre de hoy.
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