Día litúrgico: Miércoles XXVII del tiempo ordinario

Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos
Hoy
vemos cómo uno de los discípulos le dice a Jesús: «Señor, enséñanos a
orar, como enseñó Juan a sus discípulos» (Lc 11,1). La respuesta de
Jesús: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu
Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros
pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no
nos dejes caer en tentación» (Lc 11,2-4), puede ser resumida con una
frase: la correcta disposición para la oración cristiana es la
disposición de un niño delante de su padre.Vemos enseguida que la oración, según Jesús, es un trato del tipo “padre-hijo”. Es decir, es un asunto familiar basado en una relación de familiaridad y amor. La imagen de Dios como padre nos habla de una relación basada en el afecto y en la intimidad, y no de poder y autoridad.
Rezar como cristianos supone ponernos en una situación donde vemos a Dios como padre y le hablamos como sus hijos: «Me has escrito: ‘Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’. —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!’» (San Josemaría).
Cuando los hijos hablan con sus padres se fijan en una cosa: transmitir en palabras y lenguaje corporal lo que sienten en el corazón. Llegamos a ser mejores mujeres y hombres de oración cuando nuestro trato con Dios se hace más íntimo, como el de un padre con su hijo. De eso nos dejó ejemplo Jesús mismo. Él es el camino.
Y, si acudes a la Virgen, maestra de oración, ¡qué fácil te será! De hecho, «la contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial (...). Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo» (Juan Pablo II).
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El Padrenuestro
Miércoles de la semana 27 del tiempo ordinario
“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”. El les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”. (Lc 11,1-4)Siempre me ha llamado la atención la fórmula litúrgica que nos invita a rezar el Padre nuestro. “Nos atrevemos a decir: Padre nuestro…”
Me dirán qué hay de extraño en dicha fórmula.
“Nos atrevemos a decir: Padre nuestro”.
Porque hace falta atrevimiento para llamarle a Dios “Padre nuestro”.
Porque hace falta atrevimiento decirle a Dios que es “Padre nuestro”.
Porque hace falta atrevimiento para considerar a Dios como “Padre nuestro”.
Si Jesús no nos lo hubiera revelado como “Padre” ¿alguien se atrevería a llamar Padre a Dios?
Y sin embargo en la mejor revelación que Jesús hace de Dios.
Y es la mejor experiencia que nosotros podemos tener de Dios.
Y es la mejor experiencia de nuestra relación con Dios.
Los cristianos no somos huérfanos.
La Iglesia no es un orfanatorio.
Los cristianos comenzamos por “tener un Padre”.
Los cristianos comenzamos por ese gesto por el cual “Dios nos ha firmado como hijos”.
Dios no es de esos padres que “no reconocen a sus hijos”.
Dios no es de esos padres que “se niegan a firmar a sus hijos”.
Por eso hay tanto hijo por la calle:
Que no está reconocido.
Que no tiene apellido.
Que no tiene hogar.
Que necesitan hacer un juicio de filiación.
Como cristianos nosotros comenzamos por ser reconocidos y firmados por Dios como Padre.
Por eso la Iglesia no es un Club ni una Asociación o institución.
La Iglesia es una “familia”, es un “hogar”.
Los cristianos tenemos una familia con Padre y Madre.
En el plano de lo humano, nuestra primera experiencia es la de “papá y mamá”.
En el plano de la fe, nuestra primera experiencia es también la de “Padre y Madre”.
Nuestra primera experiencia de fe debiera comenzar porque nuestra primera palabra sea también la de “papá Dios”.
En la vida:
Quedamos marcados por la figura del padre y de la madre.
Quedamos marcados por el amor de papá y mamá.
Quedamos marcados por la acogida de papá y mamá.
En la vida de la fe:
También quedamos marcados por la imagen de “Dios Padre”.
Quedamos marcados por el amor de “Dios Padre”.
Nuestra oración también tiene que estar marcada por la “experiencia de Dios Padre”, no la de Dios juez.
Pero no decimos “Padre mío” sino “Padre nuestro”.
Lo cual significa que nuestra oración tampoco puede ser nunca individualista.
Nuestra oración tiene que ser una oración filial, pero también fraterna.
Nuestra oración comienza con una doble confesión:
La confesión de Dios Padre.
La confesión de que tenemos otros hermanos.
La confesión de que somos familia.
Decimos que oramos.
¿A quién oramos?
¿La oración nos hace más hijos?
¿Con quién oramos?
¿La oración nos hace más hermanos?
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