LECTURAS DEL MIÉRCOLES II DE PASCUA 26 DE ABRIL (BLANCO)
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 17, 50; 21, 23
Te alabaré, Señor, ante las naciones y anunciaré tu nombre a mis hermanos. Aleluya.
ORACIÓN COLECTA
Al
conmemorar cada año los misterios por los que devolviste a la
naturaleza humana su dignidad original y le infundiste la esperanza de
la resurrección, te suplicamos, Señor, confiadamente, que en tu
clemencia, nos concedas recibir con perpetuo amor lo que conmemoramos
llenos de fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
Los hombres que habían metido en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 5, 17-26
En
aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido, que eran los
saduceos, llenos de ira contra los apóstoles, los mandaron aprehender y
los metieron en la cárcel. Pero durante la noche, un ángel del Señor les
abrió las puertas, los sacó de ahí y les dijo: "Vayan al templo y
pónganse a enseñar al pueblo todo lo referente a esta nueva vida". Para
obedecer la orden, se fueron de madrugada al templo y ahí se pusieron a
enseñar.
Cuando
llegó el sumo sacerdote con los de su partido convocaron al sanedrín,
es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y mandaron traer de
la cárcel a los presos. Al llegar los guardias a la cárcel, no los
hallaron y regresaron a informar: "Encontramos la cárcel bien cerrada y a
los centinelas en sus puestos, pero al abrir no encontramos a nadie
adentro". Al oír estas palabras, el jefe de la guardia del templo y los
sumos sacerdotes se quedaron sin saber qué pensar; pero en ese momento
llegó uno y les dijo: "Los hombres que habían metido en la cárcel están
en el templo, enseñando al pueblo".
Entonces
el jefe de la guardia, con sus hombres, trajo a los apóstoles, pero sin
violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 33
R/. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Aleluya.
Bendeciré
al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento
orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo. R/.
Proclamemos
la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al
Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores. R/.
Confía
en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque
el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus
angustias. R/.
Junto
a aquellos que temen al Señor el ángel del Señor acampa y los protege.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se
refugia en Él. R/.
ACLAMACIÓN Jn 3, 16
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. R/.
Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él.
Del santo Evangelio según san Juan: 3, 16-21
"Tanto
amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que
crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió
a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por
Él. El que cree en Él no será condenado; pero el que no cree ya está
condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La
causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.
Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para
que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a
la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están
hechas según Dios".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Dios
nuestro, que por el santo valor de este sacrificio nos hiciste
participar de tu misma y gloriosa vida divina, concédenos que, así como
hemos conocido tu verdad, de igual manera vivamos de acuerdo con ella.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I-V de Pascua.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Jn 15, 16. 19
Yo los elegí del mundo, dice el Señor, y los destiné para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor, muéstrate benigno con tu pueblo, y ya que te dignaste alimentarlo con los misterios celestiales, hazlo pasar de su antigua condición de pecado a una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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Celebramos este día la fiesta de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia. La lectura del Evangelio que nos propone la liturgia para esta celebración es el conocido texto de Mateo de la sal de tierra y la luz del mundo, que complementa a las Bienaventuranzas. Con ello se nos quiere indicar que si vivimos desde el Espíritu de las Bienaventuranzas nuestra existencia se convierte en sal que da sabor y en luz que ilumina. La sal y la luz son dos realidades cotidianas que aportan alegría a nuestras vidas, a partir de estas imágenes, tan comunes, Jesús les propone a sus discípulos lo que deben significar.
La sal sirve para dar sabor a la comida, la vuelve gustosa, apetecible. En el tiempo de Jesús era también utilizada para preservar los alimentos. Para la mentalidad bíblica estas propiedades de la sal –dar sabor y preservar los alimentos– eran símbolo de la sabiduría de Dios. Mateo capta esta sabiduría contenida en la Buena Noticia de Jesús que se personifica en la vida del creyente: «Ustedes son la sal de la tierra». Esta invitación a ser sal es una propuesta también para la sencillez y la humildad, la sal apenas se nota en la comida, nuestra misión no debe ser la de aparentar y figurar, sino la de dar sabor en la discreción. Sin el testimonio la Buena Noticia habrá perdido su sabor.
La luz nos permite ver los colores, las formas, el rostro de las personas. Cuando un día está iluminado por un sol radiante se llena de alegría y se puede disfrutar mejor. Esta realidad evoca el mensaje de Jesús cuando se encarna en sus seguidores: «Ustedes son la luz del mundo». Nuestra vida es luz cuando nos hemos dejado iluminar por la luz de Dios. Irradiamos esa luz cuando nuestro corazón, el centro de nuestra persona, este poseído por el Evangelio. Dios mismo es la luz de nuestra vida, esa experiencia que nos hace ver las cosas de una forma distinta.
Así pues, como discípulos y misioneros estamos llamados a llevar un estilo de vida alternativo a ser sal de la tierra y luz del mundo. Ojalá que con solo nuestra presencia pudiéramos dar sabor y ser luz, ser el reflejo de una vida que se ha dejado empapar por el espíritu del Resucitado en medio de nuestro mundo harto ya de tantos desengaños .
Ciudad Redonda