LECTURAS DEL LUNES V DE CUARESMA 3 DE ABRIL (MORADO)
Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 55, 2
Ten compasión de mí, Señor, porque me pisotean y me acosan todo el día mis enemigos.
ORACIÓN COLECTA
Señor
Dios, por cuya inefable gracia nos enriqueces con toda clase de
bendiciones, concédenos pasar de nuestros antiguos pecados a una vida
nueva, para prepararnos a la gloria del reino celestial. Por nuestro
Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
La inocencia de Susana.
En
aquel tiempo vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con
Susana, hija de Quelcías, mujer muy bella y temerosa de Dios. Sus padres
eran virtuosos y habían educado a su hija según la ley de Moisés.
Joaquín era muy rico y tenía una huerta contigua a su casa, donde solían
reunirse los judíos, porque era estimado por todos. Aquel año habían
sido designados jueces dos ancianos del pueblo; eran de aquellos de
quienes había dicho el Señor: "En Babilonia, la iniquidad salió de
ancianos elegidos como jueces, que pasaban por guías del pueblo". Estos
frecuentaban la casa de Joaquín y los que tenían litigios que resolver
acudían ahí a ellos. Hacia el mediodía, cuando toda la gente se había
retirado ya, Susana entraba a pasear en la huerta de su marido. Los dos
viejos la veían entrar y pasearse diariamente, y se encendieron de
pasión por ella, pervirtieron su corazón y cerraron sus ojos para no ver
al cielo ni acordarse de lo que es justo.
Un
día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de
ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso
bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la
espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: "Tráiganme jabón y
perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño". Apenas
salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia
donde estaba Susana y le dijeron: "Mira: las puertas de la huerta están
cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y
entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba
contigo y que por eso despachaste a las doncellas". Susana lanzó un
gemido y dijo: "No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será
la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor
para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor". Y
dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar
también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los
gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral
para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron
consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante.
Al
día siguiente, todo el pueblo se reunió en la casa de Joaquín, esposo
de Susana, y también fueron los dos viejos, llenos de malvadas
intenciones contra ella, para hacer que la condenaran a morir. En
presencia del pueblo dijeron: "Vayan a buscar a Susana, hija de Quelcías
y mujer de Joaquín". Fueron por Susana, quien acudió con sus padres,
sus hijos y todos sus parientes. Todos los suyos y cuantos la conocían,
estaban llorando.
Se
levantaron entonces los dos viejos en medio de la asamblea y pusieron
sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al
cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los viejos dijeron:
"Mientras nosotros nos paseábamos solos por la huerta, entró ésta con
dos criadas, luego les dijo que salieran y cerró la puerta. Entonces se
acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros
estábamos en un extremo de la huerta, y al ver aquella infamia, corrimos
hacia ellos y los sorprendimos abrazados. Pero no pudimos sujetar al
joven, porque era más fuerte que nosotros; abrió la puerta y se nos
escapó. Entonces detuvimos a ésta y le preguntamos quién era el joven,
pero se negó a decirlo. Nosotros somos testigos de todo esto". La
asamblea creyó a los ancianos, que habían calumniado a Susana, y la
condenaron a muerte.
Entonces
Susana, dando fuertes voces, exclamó: "Dios eterno, que conoces los
secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que éstos me han
levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo
que su maldad ha tramado contra mí". El Señor escuchó su voz. Cuando
llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un
muchacho, llamado Daniel, un santo impulso de ponerse a gritar: "Yo no
soy responsable de la sangre de esta mujer".
Todo
el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: "¿Qué es lo que estás
diciendo?" Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les respondió:
"Israelitas, ¿cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a muerte a una
hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro la verdad.
Vuelvan al tribunal, porque ésos le han levantado un falso testimonio.
Todo
el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a
sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que Dios
mismo te ha dado la madurez de un anciano". Daniel les dijo entonces:
"Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a
interrogar".
Una
vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: "Viejo en
años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados
anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a
los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es
justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de
qué árbol estaban juntos". El respondió: "Debajo de una acacia". Daniel
le dijo: "Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel
ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad". Daniel
les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: "Raza de
Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el
corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por
miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido
soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo qué árbol los
sorprendiste abrazados?" Él contestó: "Debajo de una encina". Replicó
Daniel: "También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor
aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así
acabará con ustedes".
Entonces
toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que
esperan en Él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras
de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les
aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo.
Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una
vida inocente.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 22
R/. Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.
El
Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y
hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. R/.
Por
ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así,
aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/.
Tú
mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la
cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término R/.
ACLAMACIÓN Ez 33, 11
R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, dice el Señor. R/.
Aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra.
Del santo Evangelio según san Juan: 8, 1-11
En
aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se
presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y Él,
sentado entre ellos, les enseñaba.
Entonces
los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en
adulterio, y poniéndola frente a Él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley
apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?"
Le
preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús
se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían
en su pregunta, se incorporó y les dijo: "Aquel de ustedes que no tenga
pecado, que le tire la primera piedra". Se volvió a agachar y siguió
escribiendo en el suelo.
Al
oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno
tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús
y a la mujer, que estaba de pie, junto a Él.
Entonces
Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te
acusaban? ¿Nadie te ha condenado?" Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y
Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Concédenos,
Señor, a quienes nos disponemos a celebrar los santos misterios, que
podamos presentarte con alegría nuestras almas ya purificadas, como
fruto de nuestra penitencia corporal. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I de la Pasión del Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Jn 8, 10-11
¿Nadie te ha condenado, mujer? Nadie, Señor. Yo tampoco te condeno. Ya no vuelvas a pecar.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
los sacramentos que hemos recibido, Señor, nos purifiquen de nuestras
malas inclinaciones y, fortalecidos con tu bendición, corramos a tu
encuentro siguiendo las huellas de Cristo. Él, que vive y reina por los
siglos de los siglos.
ORACIÓN SOBRE EL PUEBLO
Opcional.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
El Evangelio de San Juan nos presenta una dramática escena de la vida de Jesús; mientras Él enseñaba al pueblo, un grupo de escribas y fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio, y para ponerlo a prueba le preguntan: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?”. El silencio de Jesús escribiendo en el suelo nos hace meditar en esa nueva ley que el Señor desea escribir en el corazón humano: la del amor. Ante la cruel condena que realizan los conocedores de la ley de Moisés, el Maestro pronuncia una sentencia de sabiduría que pone al descubierto la maldad de los presentes: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. No quedó para ellos más que escabullirse, dejando solos a Jesús y a la mujer.
El diálogo de Jesús con la mujer denota la profunda humanidad del Maestro que no discrimina a nadie. Él no pone su mirada en el pecado cometido, sino en su dignidad de persona. Por eso actúa con misericordia y le da así una nueva oportunidad para regenerar su existencia. Jesús desecha el esquema machista de su pueblo, ya que para Dios varones y mujeres poseemos la misma dignidad: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos son uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28).
Cuando somos tocados por Él nuestra vida adquiere un nuevo sentido. La mujer pecadora alcanzó de modo directo, en contacto con Jesús, el precioso don del perdón. Del mismo modo, nosotros peregrinos del Reino, somos mensajeros de la cercanía de Dios, dispensadores del amor que perdona sin límites. Podríamos preguntarnos personalmente qué tan acogedores y misericordiosos somos con el prójimo; si somos como Jesús, o como los escribas y fariseos.
Al ritmo de la Cuaresma, avanzamos para vivir con intensidad los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Que este tiempo sea la oportunidad para cambiar actitudes y conductas en el seno de nuestro hogar. Esforcémonos para que en nuestras familias se respete la dignidad de todos. No permitamos que el esquema machista domine nuestras conciencias
Ciudad Redonda