Palabra de Dios.
LECTURAS DEL DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR 9 DE ABRIL (ROJO)
Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén
I. Primera forma: Procesión
A
la hora señalada, los fieles se reúnen en una iglesia menor o en algún
otro lugar adecuado, fuera del templo hacia el cual va a dirigirse la
procesión. Los fieles llevan ramos en la mano.
El
sacerdote y los ministros, revestidos con los ornamentos rojos
requeridos para la misa, se acercan al lugar donde el pueblo está
congregado.
El
sacerdote, en lugar de casulla, puede usar la capa pluvial, que dejará
después de la procesión. Entretanto se canta la siguiente antífona u
otro cántico adecuado:
ANTÍFONA (Mt 21 , 9)
¡Hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cielo!
Enseguida
el sacerdote saluda al pueblo de la manera acostumbrada y hace una
breve exhortación para invitar a los fieles a participar activa y
conscientemente en la celebración de este día. Puede hacerlo con estas o
semejantes palabras:
Queridos
hermanos: Después de habernos preparado desde el principio de la
Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos
reunimos para iniciar, unidos con toda la Iglesia, la celebración anual
de los misterios de la pasión y resurrección de nuestro Señor
Jesucristo, misterios que empezaron con la entrada de Jesús en
Jerusalén. Acompañemos con fe y devoción a nuestro Salvador en su
entrada triunfal a la ciudad santa, para que, participando ahora de su
cruz, podamos participar un día, de su gloriosa resurrección y de su
vida.
Después de esta exhortación, el sacerdote, teniendo juntas las manos, dice una de las dos oraciones siguientes:
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, dígnate bendecir estos ramos y concede a
cuantos acompañamos ahora jubilosos a Cristo, nuestro rey y Señor,
reunirnos con Él en la Jerusalén del cielo. Por Jesucristo, nuestro
Señor. R/. Amén.
O bien:
Oremos:
Aumenta, Señor, la fe de los que tenemos en ti nuestra esperanza y
concede a quienes agitamos estas palmas en honor de Cristo victorioso,
permanecer unidos a Él para dar frutos de buenas obras. Por Jesucristo,
nuestro Señor. R/. Amén.
Y, en silencio, rocía los ramos con agua bendita.
Enseguida
se dice el Evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén, según san
Mateo. Lo lee el diácono o, en su defecto, el sacerdote, de la manera
acostumbrada.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Cuando
se aproximaban ya a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de
los Olivos, envió Jesús a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan al
pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrada una burra y
un burrito con ella; desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les pregunta
algo, díganle que el Señor los necesita y enseguida los devolverá".
Esto
sucedió para que se cumplieran las palabras del profeta: Díganle a la
hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un
burro, en un burrito, hijo de animal de yugo.
Fueron,
pues, los discípulos e hicieron lo que Jesús les había encargado y
trajeron consigo la burra y el burrito. Luego pusieron sobre ellos sus
mantos y Jesús se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendía sus
mantos por el camino; algunos cortaban ramas de los árboles y las
tendían a su paso. Los que iban delante de Él y los que lo seguían
gritaban: "¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!".
Al
entrar Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Unos decían:
"¿Quién es éste?". Y la gente respondía: "Este es el profeta Jesús, de
Nazaret de Galilea".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Después
del Evangelio, si se cree oportuno, puede tenerse una breve homilía. Al
iniciar la procesión, el celebrante u otro ministro idóneo puede hacer
una exhortación con estas palabras u otras parecidas:
Queridos hermanos: Como la muchedumbre que aclamaba a Jesús, acompañemos también nosotros, con júbilo, al Señor.
Y
se inicia la procesión hacia el templo donde va a celebrarse la misa.
Si se usa el incienso, el turiferario va adelante con el incensario, en
el cual habrá puesto incienso previamente; enseguida, un ministro con la
cruz adornada y, a su lado, dos acólitos con velas encendidas. Sigue
luego el sacerdote con los ministros y, detrás de ellos, los fieles con
ramos en las manos. Al avanzar la procesión, el coro y el pueblo entonan
los siguientes cánticos u otros apropiados.
ANTÍFONA I
Los hijos de Israel, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor, clamando: "Hosanna en el cielo".
Si se cree conveniente, puede alternarse esta antífona con los versículos del salmo 23.
SALMO 23
Del
Señor es la tierra y lo que ella tiene, el orbe todo y los que en él
habitan, pues El lo edificó sobre los mares, Él fue quien lo asentó
sobre los ríos.
¿Quién
subirá hasta el monte del Señor? ¿Quién podrá entrar en su recinto
santo? El de corazón limpio y manos puras y que no jura en falso.
Ése
obtendrá la bendición de Dios, y Dios, su salvador, le hará justicia.
Ésta es la clase de hombres que te buscan y vienen ante ti, Dios de
Jacob.
¡Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!
Y ¿quién es el rey de la gloria? Es el Señor, fuerte y poderoso, el Señor, poderoso en la batalla.
¡Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!
Y ¿quién es el rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el rey de la gloria.
ANTÍFONA II
Los
hijos de Israel extendían sus mantos por el camino y clamaban: "Hosanna
al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor".
Si se cree conveniente, puede alternarse esta antífona con los versículos del salmo 46.
SALMO 46
Aplaudan,
pueblos todos; aclamen al Señor, de gozo llenos; que el Señor, el
Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo.
Fue
Él quien nos puso por encima de todas las naciones y los pueblos, al
elegirnos como herencia suya, orgullo de Jacob, su predilecto.
Entre
voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono.
Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos.
Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos.
Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo.
Los
jefes de los pueblos se han reunido con el pueblo de Dios, Dios de
Abraham, porque de Dios son los grandes de la tierra. Por encima de todo
Dios está.
HIMNO A CRISTO REY
¡Que viva mi Cristo,
que viva mi Rey,
que impere doquiera
triunfante su ley! (2)
¡Viva Cristo Rey,
viva Cristo Rey!
1. Mexicanos, un Padre tenemos
que nos dio de la patria la unión,
a ese Padre gozosos cantemos
empuñando con fe su pendón.
que su Hijo nos dio por la cruz.
2. Demos gracias al Padre
que ha hecho que tengamos
de herencia la luz
y podamos vivir en el reino
3. Dios le dio el poder, la
victoria; pueblos todos, venid y
alabad a este Rey de los cielos y
tierra en quien sólo tenemos la paz.
4. Rey eterno, Rey universal,
en quien todo ya se restauró, te
rogamos que todos los pueblos
sean unidos en un solo amor.
Al
entrar la procesión en la iglesia, se canta el siguiente responsorio u
otro cántico alusivo a la entrada del Señor en Jerusalén:
RESPONSORIO
R.
Al entrar el Señor en la ciudad santa, los hijos de Israel,
anticipándose a la resurrección del Señor de la vida, con palmas en las
manos, clamaban: Hosanna en el cielo.
V.
Al enterarse de que Jesús llegaba a Jerusalén, el pueblo salió a su
encuentro con palmas en las manos, clamando: Hosanna en el cielo.
El
sacerdote, al llegar al altar, hace la debida reverencia y, si lo juzga
oportuno, lo inciensa. Luego se dirige a la sede (se quita la capa
pluvial, si la usó, y se pone la casulla) y, omitida toda otra
ceremonia, da fin a la procesión diciendo la oración colecta y prosigue
la misa de la manera acostumbrada.
II Segunda forma: Entrada solemne
Donde
no se pueda hacer la procesión fuera de la iglesia, la entrada del
Señor se celebra dentro del templo por medio de una entrada solemne,
antes de la misa principal.
Los
fieles se reúnen ante la puerta de la iglesia, o bien, dentro de la
misma iglesia, llevando los ramos en la mano. El sacerdote, los
ministros y algunos de los fieles, van a algún sitio adecuado de la
iglesia, fuera del presbiterio, en donde pueda ser vista fácilmente la
ceremonia, al menos por la mayor parte de la asamblea.
Mientras
el sacerdote se dirige al sitio indicado, se canta la antífona "Hosanna
al Hijo de David" o algún otro cántico adecuado. Después se bendicen
los ramos y se lee el Evangelio de la entrada del Señor en Jerusalén.
Después del Evangelio, el sacerdote va solemnemente hacia el presbiterio
a través del templo, acompañado por los ministros y por algunos fieles,
mientras se canta el responsorio "Al entrar el Señor" u otro cántico
apropiado.
Al
llegar al altar, el sacerdote hace la debida reverencia. Enseguida va a
la sede y, omitida toda otra ceremonia, dice la colecta de la misa, que
prosigue luego de la manera acostumbrada.
III Tercera forma: Entrada sencilla
En
todas las demás misas de este domingo, en las que no se hace la entrada
solemne, se recuerda la entrada del Señor en Jerusalén por medio de una
entrada sencilla.
Mientras
el sacerdote se dirige al altar, se canta la antífona de entrada con su
salmo u otro cántico sobre el mismo tema. El sacerdote, al llegar al
altar, hace la debida reverencia, va a la sede y saluda al pueblo. Luego
sigue la misa de la manera acostumbrada.
En
las misas sin pueblo y en las misas en que no es posible cantar la
antífona de entrada, el sacerdote, después de llegar al altar y de haber
hecho la debida reverencia, saluda al pueblo, lee la antífona de
entrada y prosigue la misa de la manera acostumbrada.
ANTÍFONA DE ENTRADA
Seis
días antes de la Pascua, cuando el Señor entró en Jerusalén, salieron
los niños a su encuentro llevando en sus manos hojas de palmera y
gritando: Hosanna en el cielo. Bendito tú, que vienes lleno de bondad y
de misericordia. (Sal 23, 9-10)
Puertas,
ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar
el Rey de la gloria. Y ¿quién es ese Rey de la gloria? El Señor de los
ejércitos es el Rey de la gloria. Hosanna en el cielo. Bendito tú, que
vienes lleno de bondad y de misericordia.
Cuando
no se puede hacer ni la procesión, ni la entrada solemne, es
conveniente hacer una celebración de la palabra de Dios, acerca de la
entrada mesiánica y de la Pasión del Señor, ya sea el sábado en la
tarde, o bien el domingo, a la hora más oportuna.
LA MISA
Después de la procesión o de la entrada solemne, el sacerdote comienza la misa con la oración colecta.
ORACIÓN COLECTA
Dios
todopoderoso y eterno, que has querido entregarnos como ejemplo de
humildad a Cristo, nuestro salvador, hecho hombre y clavado en una cruz,
concédenos vivir según las enseñanzas de su pasión, para participar con
Él, un día, de su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo…
Dada
la importancia de la Pasión del Señor, el sacerdote, en las misas con
el pueblo, y de acuerdo con las características de los fieles de cada
asamblea, puede omitir, una de las dos primeras lecturas, o ambas, y
leer sólo la Pasión del Señor, aun en su forma breve.
LITURGIA DE LA PALABRA
No apartaré mi rostro de los insultos, y se que no quedaré avergonzado.
Lectura del libro del profeta Isaías: 50, 4-7
En
aquel entonces, dijo Isaías: "El Señor me ha dado una lengua experta,
para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento.
Mañana
tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como
discípulo. El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto
resistencia ni me he echado para atrás.
Ofrecí
la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de
la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.
Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 21
Todos
los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen: "Confiaba en
el Señor, pues que Él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre". R/.
Los
malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros. Mis manos y mis
pies han taladrado y se pueden contar todos mis huesos. R/.
Reparten
entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor,
auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado. R/.
A
mis hermanos contaré tu gloria y en la asamblea alabaré tu nombre. Que
alaben al Señor los que lo temen. Que el pueblo de Israel siempre lo
adore. R/.
Cristo se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 2, 6-11
Cristo,
siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su
condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así,
hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó
incluso la muerte, y una muerte de cruz.
Por
eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está
sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la
rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan
públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN (Flp 2, 8-9)
Cristo
se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una
muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le
otorgó el nombre que está sobre todo nombre. R/.
No se llevan velas ni incienso para la lectura de la Pasión del Señor, ni se hace al principio el saludos, ni se signa el libro.
La lectura la hace un diácono o, en su defecto, el sacerdote. Puedo también ser hecho por lectores, reservando al sacerdote, si es posible, la parte correspondiente a Cristo.
Solamente los diáconos piden la bendición del celebrante antes del canto de la Pasión, como se hace antes del Evangelio.
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO: (26, 14-27, 66)
En
aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los
sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?”.
Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento
andaba buscando la oportunidad para entregárselo.
¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
El
primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se
acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la
cena de Pascua?”. Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y
díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la
Pascua con mis discípulos en tu casa’ ". Ellos hicieron lo que Jesús les
había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Uno de ustedes va a entregarme
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo: "Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme". Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: "¿Acaso soy yo, Señor?". Él respondió: "El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de Él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido". Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: "¿Acaso soy yo, Maestro?". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho".
Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre
Durante
la cena, Jesús tomó un pan, y pronunciada la bendición, lo partió y, lo
dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman. Este es mi Cuerpo".
Luego tomó en sus manos una copa de vino, y pronunciada la acción de
gracias, la pasó a sus discípulos, diciendo: "Beban todos de ella,
porque ésta es mi Sangre, Sangre de la nueva alianza, que será derramada
por todos, para el perdón de los pecados. Les digo que ya no beberé más
del fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo
en el Reino de mi Padre".
Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas
Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas
Después
de haber cantado el himno, salieron hacia el monte de los Olivos.
Entonces Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar de mí esta
noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las
ovejas del rebaño. Pero después de que yo resucite, iré delante de
ustedes a Galilea". Entonces Pedro le replicó: "Aunque todos se
escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré". Jesús le dijo: "Yo te
aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás
negado tres veces". Pedro le replicó: "Aunque tenga que morir contigo,
no te negaré". Y lo mismo dijeron todos los discípulos.
Comenzó a sentir tristeza y angustia
Entonces
Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a los
discípulos: "Quédense aquí mientras yo voy a orar más allá". Se llevó
consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza
y angustia. Entonces les dijo: "Mi alma está llena de una tristeza
mortal. Quédense aquí y velen conmigo". Avanzó unos pasos más, se postró
rostro en tierra y comenzó a orar, diciendo: "Padre mío, si es posible,
que pase de mí este cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino
como quieres tú".
Volvió
entonces a donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a
Pedro: "¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para no
caer en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es
débil". Y alejándose de nuevo, se puso a orar, diciendo: "Padre mío, si
este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad".
Después volvió y encontró a sus discípulos otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los dejó y se fue a orar de nuevo, por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Después de esto, volvió a donde estaban los discípulos y les dijo: "Duerman ya y descansen. He aquí que llega la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar".
Echaron mano a Jesús y lo aprehendieron
Todavía
estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce, seguido de
una chusma numerosa con espadas y palos, enviada por los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había
dado esta señal: "Aquel a quien yo le dé un beso, ése es.
Aprehéndanlo". Al instante se acercó a Jesús y le dijo: "¡Buenas noches,
Maestro!". Y lo besó. Jesús le dijo: "Amigo, ¿es esto a lo que has
venido?". Entonces se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo apresaron.
Uno
de los que estaban con Jesús, sacó la espada, hirió a un criado del
sumo sacerdote y le cortó una oreja. Le dijo entonces Jesús: "Vuelve la
espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá. ¿No crees
que si yo se lo pidiera a mi Padre, El pondría ahora mismo a mi
disposición más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían
entonces las Escrituras, que dicen que así debe suceder?". Enseguida
dijo Jesús a aquella chusma: "¿Han salido ustedes a apresarme como a un
bandido, con espadas y palos? Todos los días yo enseñaba, sentado en el
templo, y no me aprehendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se
cumplieran las predicciones de los profetas". Entonces todos los
discípulos lo abandonaron y huyeron.
Verán al Hijo del hombre sentado a la derecha de Dios
Los
que aprehendieron a Jesús lo llevaron a la casa del sumo sacerdote
Caifás, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. Pedro los
fue siguiendo de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se
sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los
sumos sacerdotes y todo el sanedrín andaban buscando un falso
testimonio contra Jesús, con ánimo de darle muerte; pero no lo
encontraron, aunque se presentaron muchos testigos falsos. Al fin que
dijeron: “Ése dijo: ‘Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en
tres días’”. Entonces el sumo sacerdote se levantó y le dijo: “¿No
respondes nada a lo que éstos atestiguan en contra tuya?”. Como Jesús
callaba, el sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por el Dios vivo a que
nos digas situ eres el Mesías el Hijo de Dios. Jesús le respondió: “Tú
lo has dicho. Además, yo les declaro que pronto verán al Hijo del
hombre, sentado a la derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo”.
Entonces
el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: “¡Ha blasfemado! ¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia.
¿Qué les parece?”. Ellos respondieron: “Es reo de muerte”. Luego
comenzaron a escupirle en la cara y a darle de bofetadas. Otros lo
golpeaban, diciendo: “Adivina quién es el que te ha pegado”.
Antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces
Entretanto,
Pedro estaba fuera, sentado en el patio. Una criada se le acercó y le
dijo: "Tú también estabas con Jesús, el galileo". Pero él lo negó ante
todos, diciendo: "No sé de qué me estás hablando". Ya se iba hacia el
zaguán, cuando lo vio otra criada y dijo a los que estaban ahí: "También
ése andaba con Jesús, el nazareno". Él de nuevo lo negó con juramento:
"No conozco a ese hombre". Poco después se acercaron a Pedro los que
estaban ahí y le dijeron: "No cabe duda de que tú también eres de ellos,
pues hasta tu modo de hablar te delata". Entonces él comenzó a echar
maldiciones y a jurar que no conocía a aquel hombre. Y en aquel momento
cantó el gallo. Entonces se acordó Pedro de que Jesús había dicho:
‘Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces’. Y saliendo
de ahí se soltó a llorar amargamente.
Llevaron a Jesús ante el procurador Poncio Pilato
Llegada
la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo
celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Después de atarlo, lo
llevaron ante el procurador, Poncio Pilato, y se lo entregaron.
Entonces
Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado
a muerte, devolvió arrepentido las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo: "Pequé, entregando la sangre de
un inocente". Ellos dijeron: "¿Y a nosotros qué nos importa? Allá tú".
Entonces Judas arrojó las monedas de plata en el templo, se fue y se
ahorcó.
No es lícito juntarlas con el dinero de las limosnas
Los
sumos sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron: "No es lícito
juntarlas con el dinero de las limosnas, porque son precio de sangre".
Después de deliberar, compraron con ellas el Campo del alfarero, para
sepultar ahí a los extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta el
día de hoy "Campo de sangre". Así se cumplió lo que dijo el profeta
Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a
quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por el
Campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor.
¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús
compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó: "¿Eres
tú el rey de los judíos?". Jesús respondió: "Tú lo has dicho". Pero
nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y
los ancianos. Entonces le dijo Pilato: "¿No oyes todo lo que dicen
contra ti?". Pero Él nada respondió, hasta el punto de que el procurador
se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el
procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que
quisieran. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo,
pues. Pilato a los ahí reunidos:
"¿A
quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se
dice el Mesías?". Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.
Estando
él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: "No te metas con ese
hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa".
Mientras
tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la
muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de
Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó: "¿A cuál de los dos
quieren que les suelte?", ellos respondieron: "A Barrabás". Pilato les
dijo: "¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?".
Respondieron todos: "Crucifícalo". Pilato preguntó: "Pero, ¿qué mal ha
hecho?". Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza:
"¡Crucifícalo!". Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía
el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo:
"Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá
ustedes". Todo el pueblo respondió: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros
y sobre nuestros hijos!". Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás.
En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.
¡Viva el rey de los judíos!
Los
soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de Él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un
manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la
cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha, y arrodillándose ante
Él, se burlaban diciendo: "¡Viva el rey de los judíos!", y le escupían.
Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después
de que se burlaron de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y
lo llevaron a crucificar.
Juntamente con Él crucificaron a dos ladrones
Al
salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron
a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir,
"Lugar de la Calavera", le dieron a beber a Jesús vino mezclado con
hiel; Él lo probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se
repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados ahí
para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su
condena: `Éste es Jesús, el rey de los judíos’. Juntamente con Él,
crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz
Los
que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: "Tú,
que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti
mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz". También se burlaban de
Él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: "Ha
salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel,
que baje de la cruz y creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios,
que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues Él ha dicho:
‘Soy el Hijo de Dios’ ". Hasta los ladrones que estaban crucificados a
su lado lo injuriaban.
Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?
Desde
el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella
tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: "Elí,
Elí, ¿lemá sabactaní?", que quiere decir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?". Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Está
llamando a Elías".
Enseguida
uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y
sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron:
"Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo". Entonces Jesús, dando
de nuevo un fuerte grito, expiró.
Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes
Entonces
el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra
tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y
resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la
resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a
mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él
custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se
llenaron de un gran temor y dijeron: "Verdaderamente éste era Hijo de
Dios".
Estaban
también allí, mirando desde lejos, muchas de las mujeres que habían
seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María
Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y la madre de los
hijos de Zebedeo.
José tomó el cuerpo de Jesús y lo depositó en un sepulcro nuevo
Al
atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había
hecho también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el
cuerpo de Jesús, y Pilato dio orden de que se lo entregaran. José tomó
el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro
nuevo, que había hecho excavar en la roca para sí mismo. Hizo rodar una
gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se retiró. Estaban ahí
María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como quieran
Al otro día, el siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: "Señor, nos hemos acordado de que ese impostor, estando aún en vida, dijo: ‘A los tres días resucitaré’. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: ‘Resucitó de entre los muertos’, porque esta última impostura sería peor que la primera". Pilato les dijo: "Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como ustedes quieran". Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un sello sobre la puerta y dejaron ahí la guardia.
Al otro día, el siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: "Señor, nos hemos acordado de que ese impostor, estando aún en vida, dijo: ‘A los tres días resucitaré’. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: ‘Resucitó de entre los muertos’, porque esta última impostura sería peor que la primera". Pilato les dijo: "Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como ustedes quieran". Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un sello sobre la puerta y dejaron ahí la guardia.
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¿Entrada triunfal? Miremos el texto y quizás nos demos cuenta, que la intención de Jesús, no coincide con nuestras visiones más triunfalistas. De hecho, entra montado en un asno (pollino), sabe que camina hacia la muerte y que acabará entronizado en una cruz. Los apóstoles también lo sospechan, como vimos el domingo anterior, pero como nosotros, disfrutan del momento. Creen, a pesar de todo lo que han escuchado y vivido en esos años, que puede ser el momento de ascender al poder. La tentación de politizar su misión, ha estado siempre presente en la Iglesia, Jesucristo es Rey, pero un Rey que reina como veremos en esta Semana Santa, desde el servicio y el amor (Jueves Santo) y la cruz (Viernes Santo).
Es preciso no inventarse un Jesús distinto al de los Evangelios, sin adaptarle a nuestras fantasías o ilusiones, el Resucitado es el Crucificado, nuestra fe nos invita a seguir su camino, no nuestras intuiciones. Nos lo deja meridianamente claro San Pablo en su Himno a los Filipenses, que leemos hoy. Es un buen resumen para estos días que comenzamos: “Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios: al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. No tengamos grandes pretensiones o añoremos privilegios, ésto no es una metáfora, el Jueves Santo lo veremos lavando los pies, como hacían los esclavos.
“Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Lo había dicho antes Isaías en la primera lectura: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado”. ¡Escandaloso!, no parece que se esté muy dispuesto a pagar tan alto precio por la salvación de otros. En estos días, no se trata sólo de recordar lo que sucedió o reunirnos para celebrar procesiones o actos especiales. La cruz, como el algodón (que decía el anuncio), no engaña, es tiempo como se nos dice, de tener los mismos sentimientos de Cristo, el asunto no es subir, sino rebajarse.
“Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra y el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre”. Es duro el camino, pero quién dijo que llegar a la Pascua, al Reino, era fácil. Pocas entradas triunfales nos esperan, aunque algunos se alucinen con estadios llenos, plazas, templos, tendremos que aprender a vivir en minoridad, pequeñas comunidades, ser fermento, anunciando que Dios nos quiere y en estos días muere, para dar vida al hombre.
Difícil nuestra condición de hombres. Los mismos que hoy le reciben como rey, días después piden su muerte. Difícil también nuestra condición de creyentes. Los discípulos que hoy parecen felices cantando cantos y siguiendo al Maestro, dentro de unos días le abandonarán y le negarán tres veces. Tenemos toda una semana para meditar, en lo más central de la vida cristiana, la fiesta de hoy es el pórtico, por eso leemos la Pasión. En todos los personajes que aparecen en ella, encontraremos algo de nosotros, la cobardía, el lavarse las manos, la traición, la fe del centurión, las mujeres al pie de la cruz…pero sobre todo, en ese Calvario tenemos que ver a los crucificados. Nuestras cruces muchas veces son de palillos, pero hay gentes a nuestro alrededor, que llevan cruces que son difíciles de soportar.
Terminemos diciendo con Isaías en la primera lectura: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás”. Estamos buscando la Pascua.
Ciudad Redonda