Evangelio y reflexion del dia de hoy Lunes 6 de Febrero 2017



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 Evangelio según san Marcos: 6, 53-56

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago y tocaron tierra en Genesaret.

Apenas bajaron de la barca, la gente los reconoció y de toda aquella región acudían a él, a cualquier parte donde sabían que se encontraba, y le llevaban en camillas a los enfermos.

A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.


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Lunes de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario
“En la aldea o pueblo o caserío a donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos”. (Mc 6,53-56)
Es importante ver, pero pareciera que resulta más importante tocar.
Cuando llega o se presenta el Papa, siempre lo rodea la policía, porque saben que todos se abalanzarían para tocarle.
En uno de los encuentros con Juan XXIII una señora consiguió darle la mano y se decía después:  “yo no lavo más esta mano”.
Yo supongo que para estas fechas la ha lavado muchas veces, ciertos fervores suelen pasar pronto.

Pareciera que “tocar” es una experiencia especial.
Y la sensación de tocar es primaria.
Basta ver cómo los niños todo lo quieren tocar y todo lo llevan a la boca.
Y basta ver a los enamorados que sienten necesidad de tocarse, agarrarse la mano, darse un beso, abrazarse.

El Evangelio está lleno de momentos en los que la gente quiere tocar a Jesús. En el texto de hoy, le pedían dejase que los enfermos pudiesen tocar, aunque no fuese sino la orla de su manto.
Y el texto termina diciendo que “los que lo tocaban quedaban sanos”.

Tocar es algo más que una simple experiencia sicológica.
Tocar es sentir que una corriente de vida pasa de uno al otro.
Pero hay un “tocar” que no dice nada.
Los que vamos apretujados en el autobús, o tratando de subirnos a un avión, nos tocamos, pero seguimos tan extraños los unos de los otros.
A lo más, nos enteramos que nos han tocado sin sentirlo, cuando nos damos cuenta de que el ladrón ya nos limpió los bolsillos.

El Dios de nuestra fe:
Es un Dios que quiere tocarnos.
Es un Dios que quiere que le toquemos.
No es el Dios con escolta policial para que nadie le toque.
Jesús es de los que constantemente toca a los enfermos, a los niños.
Jesús es de los que se deja tocar por los enfermos.
Jesús nunca utilizó guardaespaldas que lo protegieran. Incluso cuando los discípulos se enfadaron con los niños, él los reprendió: “Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis”.

¿Qué misterio hay en nuestras manos que constantemente quieren tocar las cosas y a las personas?
La primera vez que mis manos le tocaron en la consagración en mi Primera Misa, mis manos temblaban y mi voz se me quebraba.
Cada día al celebrar mis manos vuelven a tocarle. “Tomando en el pan en sus manos … tomando el Cáliz..”

La pregunta que me hago cada día suele ser:
¿Y me quedo también yo curado o sigo tan enfermo como antes?
¿Cuánto hay de sanación en mi vida en ese tocarle cada día, no solo a su manto sino a su propio cuerpo?

Pero no sólo yo le toco y no sólo él me toca a mí.
¿Acaso no le tocamos todos cuando comulgamos?
¿Acaso no le tocamos cuando comulgamos en la lengua o lo recibimos en la mano?
¿Queda sanada y curada nuestra lengua de modo que ya no hable mal de nadie, no critique ni murmure de nadie, sino que hable bien de todos?
¿Queda sanada para:
No gritar, sino que habla con más dulzura y amabilidad?
No decir palabras que hieran, sino que alaben y bendigan?
No mienta, sino que diga siempre la verdad?

¿Y nuestras manos quedan sanadas de modo que:
Ya no hieran a nadie, sino que acaricien a todos?
Ya no hagan daño a nadie, sino repartan pan a todos?
Ya no se cierren a nadie, sino que estén abiertas a todos?
Ya no empujen a nadie alejándolo, sino atrayéndolo hacia nosotros?

Tocamos a Jesús cuando quedamos curados y sanados.
No le tocamos cuando seguimos enfermos como antes.
Ya no necesitamos pedirle que “nos toque o nos deje tocarle” pues es él mismo el que se nos acerca y nos pone la mano en la cabeza o agarra nuestras manos.