LECTURAS DEL MIÉRCOLES XXXI DEL T. ORDINARIO 2 DE NOVIEMBRE CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS (MORADO O BLANCO)
‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.
PRIMERA MISA
ANTÍFONA DE ENTRADA (Cfr. Rm 8, 11)
El
Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también dará vida a
nuestros cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en
nosotros.
ORACIÓN COLECTA
Dios
nuestro, tú que quisiste que tu Hijo único venciera la muerte y entrara
victorioso en el cielo, concede a tus fieles difuntos que, venciendo
también la muerte, puedan contemplarte a ti, creador y redentor, por
toda la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección.
Del segundo libro de los Macabeos: 12, 43-46
En
aquellos días, Judas Macabeo, jefe de Israel, hizo una colecta y
recogió dos mil dracmas de plata, que envió a Jerusalén para que
ofrecieran un sacrificio de expiación por los pecados de los que habían
muerto en la batalla.
Obró
con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección, pues si no
hubiera esperado la resurrección de sus compañeros, habría sido
completamente inútil orar por los muertos. Pero él consideraba que, a
los que habían muerto piadosamente, les estaba reservada una magnífica
recompensa.
En efecto, orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados es una acción santa y conveniente.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 102
El
Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso
para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga
según nuestros pecados. R/.
Como
un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con
quien lo ama, pues bien sabe él de lo que estamos hechos y de que somos
barro, no se olvida. R/.
La
vida del hombre es como la hierba, brota como una flor silvestre: tan
pronto la azota el viento, deja de existir y nadie vuelve a saber nada
de ella. R/.
El
amor del Señor a quien lo teme es un amor eterno, y entre aquellos que
cumplen con su alianza, pasa de hijos a nietos su justicia. R/.
En Cristo, todos volverán a la vida.
De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 15, 20-24. 25-28
Hermanos:
Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos.
Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la
resurrección de los muertos.
En
efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a
la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia;
después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.
Enseguida
será la consumación, cuando Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque
Él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus
enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte.
Es claro que cuando la Escritura dice: Todo lo sometió el Padre a los
pies de Cristo, no incluye a Dios, que es quien le sometió a Cristo
todas las cosas.
Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN (Jn 11, 25. 26)
R/. Aleluya, aleluya.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí, no morirá para siempre. R/.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Del santo Evangelio según san Lucas: 23, 44-46. 50. 52-53; 24, 1-6
Era
casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se
oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó
a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu!". Y dicho esto, expiró.
Un
hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, se
presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la
cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en
la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
El
primer día después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al
sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la
piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron
el cuerpo del Señor Jesús.
Estando
ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con
vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron
el rostro a tierra, los varones les dijeron: "¿Por qué buscan entre los
muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe,
Señor, con bondad la ofrenda que te presentamos por todos tus siervos
que descansan en Cristo, para que, por este admirable sacrificio, libres
de los lazos de la muerte, alcancen la vida eterna. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Prefacio I-V de difuntos.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Cfr. Flp 3, 20-21)
Esperamos como Salvador a nuestro Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Habiendo
recibido este santo sacrificio, te pedimos, Señor, que derrames con
abundancia tu misericordia sobre tus siervos difuntos, y a quienes diste
la gracia del bautismo, concédeles la plenitud de los gozos eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
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Hoy es un día para moverse entre el dolor y la esperanza. Lo primero que se nos viene a la mente son nuestros difuntos. Esos que son inequívocamente “nuestros”. Por familia, por amistad, por... Están en nuestra memoria y en nuestro corazón. Cuando se fueron, nos hicieron sentir huérfanos. Y nos dejaron en una soledad tremenda. En algún momento llegamos a pensar que cómo era posible que siguiera amaneciendo cada día después de lo que habíamos pasado. El dolor nos contrajo, nos paralizó, nos dolieron hasta los huesos. Hoy ya no duele tanto –el tiempo pasa– pero siguen ahí, “nuestros” difuntos, clavados en la memoria, formando parte de nuestro día a día. Hay es día para acordarnos de ellos. Pero el recuerdo doloroso se nos anima en la esperanza que nos da la fe. Porque Jesús resucitó. Porque Jesús venció a la muerte. Porque no puede ser que tanto amor –el amor de Dios y el nuestro– desaparezca para siempre. Porque el amor pide vida y comunicación. Así desde la fe vivimos este día.
Pero la mirada cristiana nos abre los ojos a otra perspectiva más amplia. No basta sólo con acordarse de los familiares, de los vecinos, de los cercanos. El Reino nos habla de universalidad, de familia que va más allá de los lazos de la sangre y de la carne, de la raza y la nación. El Reino rompe barreras y nos hace sentirnos hermanos de todos los hombres y mujeres de este mundo. Hoy, como siempre, todos son hermanos nuestros. Porque todos son hijos del mismo Padre que está en el cielo. Ni uno se escapa a esa identidad profunda.
Teníamos que tener esta dimensión tan importante para el cristiano como es la universalidad en este día en que conmemoramos a todos los fieles difuntos. A todos. Y podríamos empezar por los más lejanos. Por los más desconocidos. Sería bueno que nos acordásemos de los difuntos sin nombre, anónimos. Esos de los que no se acuerda nadie. Hay muchos. Me contaron una vez que en el cementerio de una población de la costa sur de España, cerca del Estrecho de Gibraltar, allá donde África está muy cerca de Europa, hay unas cuantas tumbas sin nombre. Han enterrado allí los cuerpos de los inmigrantes que el mar fue dejando en sus playas. Sin nombre. Sin nacionalidad. Sin identidad. Sin papeles. Pienso en esos difuntos de los que igual nadie se acuerda. Pienso en los que han destrozado las bombas en tantas guerras como hay a lo largo y lo ancho de este mundo. Ellos también son “nuestros” difuntos. Porque también son nuestros hermanos.
Abramos el corazón a la esperanza. Sintiendo el dolor pero llenos de esperanza. Porque Jesús ha vencido a la muerte. Y nosotros venceremos con él. Porque en la casa de su Padre hay muchas moradas preparadas para todos sus hijos .