LECTURAS DEL VIERNES XXV DEL T. ORDINARIO 23 DE SEPTIEMBRE SAN PÍO DE PIETRELCINA PRESBÍTERO (BLANCO)
"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?"
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 131, 9
Que tus sacerdotes, Señor, se revistan de justicia, y tus fieles se llenen de júbilo.
ORACIÓN COLECTA
Dios
todopoderoso y eterno, que concediste a san Pío de Pietrelcina,
presbítero, la gracia singular de participar de la cruz de tu Hijo, y
renovaste, por su ministerio, las maravillas de tu misericordia,
concédenos, por su intercesión, que, asociados siempre a los
sufrimientos de Cristo, lleguemos felizmente a la gloria de la
resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Hay un tiempo para cada cosa.
Del libro del Eclesiastés (Cohélet): 3, 1-11
Hay
un tiempo para cada cosa y todo lo que hacemos bajo el sol tiene su
tiempo. Hay un tiempo para nacer y otro para morir; uno para plantar y
otro para arrancar lo plantado. Hay un tiempo para matar y otro para
curar; uno para destruir y otro para edificar. Hay un tiempo para llorar
y otro para reír; uno para gemir y otro para bailar. Hay un tiempo para
lanzar piedras y otro para recogerlas; uno para abrazarse y otro para
separarse. Hay un tiempo para ganar y otro para perder; uno para retener
y otro para desechar. Hay un tiempo para rasgar y otro para coser; uno
para callar y otro para hablar. Hay un tiempo para amar y otro para
odiar; uno para hacer la guerra y otro para hacer la paz.
¿Qué
provecho saca el que se afana en su trabajo? He observado todas las
tareas que Dios ha encomendado a los hombres para que en ellas se
ocupen. Todo lo ha hecho Dios a su debido tiempo y le ha dado el mundo
al hombre para que reflexione sobre él; pero el hombre no puede abarcar
las obras de Dios desde el principio hasta el fin.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 143
R/. Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Bendito sea el Señor, mi roca firme; él adiestró mis manos y mis dedos para luchar en lides. R/.
Él es mi amigo fiel, mi fortaleza, mi seguro escondite, escudo en que me amparo, el que los pueblos a mis plantas rinde. R/.
Señor,
¿qué tiene el hombre para que en él te fijes? ¿Qué hay en él de valor,
para que así lo estimes? El hombre es como un soplo; sus días, como
sombra que se extingue. R/.
ACLAMACIÓN Mc 10, 45
R/. Aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida por la redención de todos. R/.
Tú eres el Mesías de Dios. – Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho.
Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 18-22
Un
día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar
solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?"
Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que
Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado".
Él
les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Respondió Pedro: "El
Mesías de Dios". Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran
a nadie. Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra
mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Contempla,
Señor, los dones que presentamos en tu altar en la conmemoración de san
Pío de Pietrelcina, y del mismo modo que, por estos santos misterios,
le diste a él la gloria, concédenos también a nosotros tu perdón. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Lc 12, 42
Éste es el siervo fiel y prudente, a quien el Señor puso al frente de su familia, para darles a su tiempo la ración de trigo.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
esta mesa celestial, Dios todopoderoso, robustezca y aumente el vigor
espiritual de todos los que celebramos la festividad de san Pío de
Pietrelcina, para que conservemos íntegro el don de la fe y caminemos
por el sendero de la salvación que él nos señaló. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Pedro, siempre Pedro. El primero de entre los apóstoles. Parece que
Jesús lo nombró como tal para que nos sirviese de modelo en todo. En su
fuerza vital, en su capacidad de respuesta. Pero también en su
debilidad, en su fragilidad, en su miedo. Quizá para que se viese con
más claridad de dónde proviene la fuerza que anima la vida del
cristiano, el valor del tesoro que llevamos en nuestras pobres vasijas
de barro.
El Evangelio de hoy nos
sitúa en un momento crucial de la vida pública de Jesús. Ha pasado la
primavera gloriosa de Galilea, cuando las multitudes seguían a Jesús,
cuando parecía que aquel movimiento se iba haciendo tan fuerte que
podría cambiar el rumbo de la historia en un santiamén. Todo era bonito.
Todo eran sonrisas. Todo era esperanza. Porque en primavera siempre nos
parece todo más bonito. Pero pasa que a la primavera le sigue el
verano, ya a veces muy duro, y luego el otoño y el invierno. Algo así le
pasó a Jesús y a los que le seguían. Comenzó la oposición de las
autoridades oficiales de la religión judía del tiempo. Los que le
seguían comenzaron a ver que estar con Jesús no era sólo un paseo
poético por el campo. Seguir a Jesús implicaba comprometerse, cambiar la
vida, arriesgar sin estar muy seguros de adónde les llevaría aquel
camino. Había empezado en Galilea pero ¿dónde terminaría? Había
nubarrones de tormenta en el horizonte. Algunos, muchos, se empezaron a
ir, a volverse a sus casas, a dejar a Jesús.
En ese momento es cuando se produce esta escena. Jesús pone en un brete a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?” Ya no vale responder con lo que dice la gente. Ahí se tiene que poner cada uno en pie y decir lo que de verdad piensa. Ahí es donde sale Pedro. Da un paso adelante y responde: “El Mesías de Dios”.
Es sincero. Es lo que piensa. Otra cosa es que sepa o pueda respaldar esa afirmación con su propia vida. Los mismos Evangelios se encargarán de decirnos que no, que Pedro es frágil, que es miedoso, que, cuando llega la dificultad es capaz de negar haber conocido nunca a Jesús. En definitiva, que por salvar el pellejo es capaz de dejar de lado al Mesías.
Pero Pedro es también el que se arrepiente, el que reconoce su debilidad y pide perdón y vuelve a intentarlo. Siempre vuelve a intentarlo. Por muchas veces que fracase. Todo un ejemplo para nosotros. Quizá Jesús lo puso ahí, de líder de los apóstoles, como ejemplo para todos nosotros. Para que no nos desanimemos con nuestros errores repetidos, para que volvamos a intentarlo siempre. Porque la gracia y el amor de Dios es más grande que todos nuestros errores y fracasos juntos.
En ese momento es cuando se produce esta escena. Jesús pone en un brete a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?” Ya no vale responder con lo que dice la gente. Ahí se tiene que poner cada uno en pie y decir lo que de verdad piensa. Ahí es donde sale Pedro. Da un paso adelante y responde: “El Mesías de Dios”.
Es sincero. Es lo que piensa. Otra cosa es que sepa o pueda respaldar esa afirmación con su propia vida. Los mismos Evangelios se encargarán de decirnos que no, que Pedro es frágil, que es miedoso, que, cuando llega la dificultad es capaz de negar haber conocido nunca a Jesús. En definitiva, que por salvar el pellejo es capaz de dejar de lado al Mesías.
Pero Pedro es también el que se arrepiente, el que reconoce su debilidad y pide perdón y vuelve a intentarlo. Siempre vuelve a intentarlo. Por muchas veces que fracase. Todo un ejemplo para nosotros. Quizá Jesús lo puso ahí, de líder de los apóstoles, como ejemplo para todos nosotros. Para que no nos desanimemos con nuestros errores repetidos, para que volvamos a intentarlo siempre. Porque la gracia y el amor de Dios es más grande que todos nuestros errores y fracasos juntos.