LECTURAS DEL MARTES XIX DEL T. ORDINARIO 9 DE AGOSTO SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ RELIGIOSA Y MÁRTIR MEMORIA (ROJO)
Quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos.
ANTÍFONA DE ENTRADA
Ya sigue al Cordero crucificado por nosotros, la virgen llena de valor, ofrenda de pudor y víctima de castidad.
ORACIÓN COLECTA
Dios
de nuestros padres, que llevaste a la mártir santa Teresa Benedicta de
la Cruz al conocimiento de tu Hijo crucificado y a imitarlo fielmente
hasta la muerte, concede, por su intercesión, que todos los hombres
reconozcan a Cristo como Salvador y, por medio de él, lleguen a
contemplarte eternamente. Él, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA DE LA PALABRA
Me dio a comer el libro y me supo dulce como la miel.
Del libro del profeta Ezequiel: 2, 8-3, 4
Esto
dice el Señor: "Hijo de hombre, escucha lo que voy a decirte y no seas
rebelde como la casa rebelde. Abre la boca y come lo que voy a darte".
Vi entonces una mano tendida hacia mí, con un libro enrollado. Lo
desenrolló ante mí: estaba escrito por dentro y por fuera; tenía
escritas lamentaciones y amenazas. Y me dijo: "Hijo de hombre, come lo
que tienes aquí; cómete este libro y vete a hablar a los hijos de
Israel".
Abrí
la boca y me dio a comer el libro, diciéndome: "Hijo de hombre,
alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este libro que te doy". Me
lo comí y me supo dulce como la miel. Y me dijo: "Hijo de hombre, anda;
dirígete a los hijos de Israel y diles mis palabras".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 118
R/. Tus mandamientos, Señor, son mi alegría.
Me
gozo más cumpliendo tus preceptos que teniendo riquezas. Tus
mandamientos, Señor, son mi alegría; ellos son también mis consejeros.
R/.
Para
mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué
dulces al paladar son tus promesas! Más que la miel en la boca. R/.
Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hondamente suspiro, Señor, por guardar tus mandamientos. R/.
ACLAMACIÓN Mt 11, 29
R/. Aleluya, aleluya.
Tomen mi yugo sobre ustedes, dice el Señor, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. R/.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños.
Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 1-5. 10. 12-14
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?"
Jesús
llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: "Yo les aseguro a
ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en
el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño,
ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un
niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado
con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus
ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está
en el cielo.
¿Qué
les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso
no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se
le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por
ella, que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual
modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos
pequeños".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Te
ofrecemos hoy gozosamente, Señor, este sacrificio, por el cual, al
tiempo que conmemoramos la victoria de santa Teresa Benedicta, además de
proclamar tus maravillas, nos alegramos de contar con su gloriosa
intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Ap 7, 17
El Cordero, que está en el trono, los conducirá a las fuentes del agua de la vida.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
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Comentario al Evangelio de hoy martes, 9 de agosto de 2016
Fernando Torres cmf
En las muchas guerras que están en marcha actualmente en nuestro mundo, unas más abiertas y otras más larvadas, se suele hablar de bajas militares. Pero también se habla de “daños colaterales”. Es un eufemismo para hablar de los muertos y heridos que no son militares, que son los otros que están por ahí, en medio de campo de batalla, sólo porque da la casualidad de que viven allí o de que pasaban por el lugar equivocado en el momento equivocado. Eso son los daños colaterales. Tienen una importancia relativamente pequeña. Lo importante, al fin y al cabo, es la victoria. No es algo nuevo. Siempre ha habido “daños colaterales” en todas las guerras.
Y, a veces también, en lo que no son guerras. A veces, los gobiernos toman decisiones en el campo de la economía, por ejemplo, que tienen muchos daños colaterales bajo la forma de personas que pierden su trabajo o que son expulsados de su casa porque no pueden pagar la hipoteca.
Pues bien, el Evangelio de hoy es una toma de postura clarísima de Jesús en contra de los “daños colaterales”, de cualquier daño colateral. Jesús deja claro que los pequeños importan y que aquí o nos salvamos todos o no se salva nadie. Las cien ovejas que tiene el pastor de la parábola son todas amadas y queridas por igual. Pero el pastor lo da todo, deja a las demás, para encontrar a la perdida, a la extraviada, a la que se ha quedado fuera de la protección del rebaño.
El pastor podía haber hecho un cálculo económico o matemático y haber pensado que, después de tantas vueltas por el monte a la búsqueda de pastos, tampoco era tanto haber perdido una de las ovejas. Se habría dicho que era una pérdida asumible, normal. ¿A quién no le pasa? Pero el pastor de la parábola no es de los que se dan por vencidos. Todas las ovejas son importantes para él. Todas. Todas merecen el esfuerzo del pastor por cuidarlas y mantenerlas en el rebaño. Y la extraviada merece que se la busque con todos los medios. Porque con una que falte el rebaño ya no está completo.
No es difícil ver en la figura del pastor al Padre de Jesús que mira por todos y cada uno de nosotros. Siempre preocupado porque ni uno de sus pequeños se pierda. Ni uno. Porque para él la familia de sus hijos e hijas nunca está completa mientras que falte uno sólo. El Padre de Jesús no habla con tranquilidad de “daños colaterales”, no asume pérdidas “inevitables” cuando se habla de sus hijos o hijas. “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para salvarnos”, como dice el Evangelio de Juan.
Nosotros deberíamos esforzarnos igualmente para que no se pierda ni uno sólo de esos pequeños. Para que nunca más haya “daños colaterales”.