LECTURAS DEL VIERNES XI DEL T. ORDINARIO 17 DE JUNIO (VERDE)
No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen.
ANTÍFONA DE ENTRADA Ap 5, 9-10
Con
tu sangre compraste para Dios hombres de todas las razas y lenguas, de
todos los pueblos y naciones, para constituir un reino para Dios.
ORACIÓN COLECTA
Señor
Dios, que redimiste a todos los hombres con la preciosa Sangre de tu
Unigénito, conserva en nosotros la obra de tu misericordia, para que,
celebrando sin cesar el misterio de nuestra salvación, merezcamos
alcanzar sus frutos. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Ungieron a Joás y gritaron: "¡Viva el rey!"
Del segundo libro de los Reyes: 11, 1-4. 9-18. 20
Por
aquel entonces, Atalía, madre del rey Ocozías, viendo que había muerto
su hijo, decidió exterminar a toda la familia real. Pero Yehosebá, hija
del rey Joram y hermana de Ocozías, tomó a su sobrino Joás y lo sacó a
escondidas de entre los hijos del rey, cuando los estaban asesinando,
para ocultarlo de Atalía. Escondió al niño y a su nodriza, y así el niño
pudo escapar de la muerte. Seis años estuvo oculto con ella en el
templo del Señor, y entre tanto Atalía reinó en el país.
El
año séptimo, el sacerdote Yehoyadá mandó llamar a los oficiales del
ejército y a los soldados de éstos, los introdujo en el templo del
Señor, les mostró al hijo del rey e hizo con ellos un pacto con
juramento, de cuidar al hijo del rey. Los oficiales cumplieron el pacto
que habían hecho con el sacerdote Yehoyadá. Cada cual se puso al frente
de sus hombres, que entraban de guardia el sábado o terminaban su
guardia el sábado, y se presentaron ante el sacerdote Yehoyadá. Éste les
entregó las lanzas y los escudos del rey David, que estaban en el
templo del Señor. Cuando los soldados de la guardia, con las armas en la
mano, se pusieron en fila desde el lado sur hasta el lado norte del
templo, rodeando el altar, Yehoyadá sacó al hijo del rey, le puso la
diadema y las insignias reales y lo ungió.
Entonces
todos aplaudieron y gritaron: "¡Viva el rey!" Cuando Atalía escuchó el
clamor popular, fue al templo del Señor, donde estaba reunida la gente.
Entonces vio al rey, que estaba de pie sobre el estrado, según la
costumbre, a los oficiales del ejército y a los heraldos en torno al
rey, y a todo el pueblo que daba muestras de gran alegría, mientras
sonaban las trompetas. Entonces Atalía rasgó sus vestiduras y gritó:
"traición, traición!" El sacerdote Yehoyadá dio esta orden a los
oficiales: "Sáquenla del templo y maten al que la siga". El sacerdote
les había dicho: "No podemos matarla en el templo del Señor". Así pues,
los guardias la llevaron hasta el palacio real y le dieron muerte en la
puerta de los caballos.
Entonces
el sacerdote Yehoyadá renovó la alianza entre el Señor, el rey y el
pueblo, por la cual ellos serían el pueblo del Señor. Todo el pueblo
penetró en el templo de Baal y lo destrozaron; destruyeron completamente
el altar y sus estatuas, y a Matán, sacerdote de Baal, le dieron muerte
delante del altar. El sacerdote Yehoyadá puso centinelas en el templo
del Señor. Todo el pueblo se llenó de alegría y la ciudad quedó
tranquila. Atalía había sido muerta en el palacio real.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 131
R/. Dios le dará el trono de su padre David.
Dios prometió a David —y el Señor no revoca sus promesas—: "Pondré sobre tu trono a uno de tu propia descendencia. R/.
Si
tus hijos son fieles a mi alianza y cumplen los mandatos que yo enseñe,
también ocuparán sus hijos tu trono para siempre". R/.
Esto
es así, porque el Señor ha elegido a Sión como morada: "Aquí está mi
reposo para siempre; porque así me agradó, será mi casa. R/.
Aquí
haré renacer el poder de David y encenderé una lámpara a mi ungido;
pondré sobre su frente mi diadema, ignominia daré a sus enemigos". R/.
ACLAMACIÓN Mt 5, 3
R/. Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. R/.
Donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 19-23
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No acumulen ustedes tesoros
en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los
ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros
en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay
ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu
tesoro, ahí también está tu corazón.
Tus
ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos,
todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu
cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más
que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!"
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Al
traer tu soberana presencia, Señor, a nuestros dones, haz que, por
medio de estos misterios, nos acerquemos a Jesús, el mediador de la
nueva Alianza, y nos renovemos por la aspersión salvadora de su Sangre.
El, que vive y reina por los siglos de los siglos.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. 1 Co 10, 16
El cáliz de nuestra acción de gracias, nos une en la Sangre de Cristo; y el pan que partimos, nos une en el Cuerpo del Señor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Habiendo
sido reconfortados con el alimento y la bebida celestiales, te pedimos,
Dios todopoderoso, que defiendas del temor del enemigo a quienes has
redimido con la preciosa Sangre de tu Hijo. Él, que vive y reina por los
siglos de los siglos.
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Comentario al Evangelio de hoy
Fernando Torres cmf
Muchos piensan que sólo los ricos saben donde poner, y guardar, sus tesoros. Por eso, quizá, hay tantos que siguen jugando a la lotería con la esperanza de ser como ellos. Juegan y juegan, pensando que algún día les va a tocar y su suerte va a cambiar. Lo más probable es que no les toque nunca pero, en el caso de que les toque, lo más probable también es que su vida cambie pero a peor. Ya se conoce el caso de aquel pueblo español en el que tocó la lotería. Una lluvia de millones cayó sobre sus vecinos. Repartido pero abundante para todos. Los primeros días todo fue felicidad y alegría. Pero hubo un periódico que, al cabo de unos años, mandó un periodista a aquel pueblo para ver cómo les iba a los afortunados de la lotería. Lo que se encontró el periodista fue terrible: un pueblo destrozado por el dinero. El mucho dinero había provocado envidias, rencillas, familias divididas...
Pero vamos a poner el ejemplo contrario, que también existe. En algunos lugares de América Latina, durante lo peor de la crisis de los 80, surgieron soluciones para los más pobres pensadas desde el compartir lo poco que tenían. La gente de los barrios pobres se juntaba para organizar una cocina común para todos. El ahorro de costes hacía que, con mucho menos, todos pudiesen tener una comida decente y suficiente. Nada del otro mundo, por supuesto. Ni carta de menú. Pero sí lo necesario para cubrir esa necesidad tan básica. Es un ejemplo claro de cómo la solidaridad puede hacer milagros.
Vistos los dos ejemplos, ahora podemos preguntarnos en qué tesoros deberíamos poner nuestro corazón. Es lo que nos pregunta Jesús en el Evangelio de hoy. Es una pregunta sencilla. O lo ponemos en tener muchas cosas, en poseer, en el dinero, o lo ponemos en el cariño, en las relaciones humanas, en la justicia, en la solidaridad. A la hora de la verdad, lo más efectivo es esto segundo. Sobre todo, porque lo primero viene una crisis económica o la inflación o la polilla y la carcoma y desaparece en un santiamén.
La solidaridad, la fraternidad, la relación humana, la familia, todo eso es mucho más duradero. Todo es, en definitiva, el Reino de que nos habló Jesús. Todo eso no es más que la expresión aquí y ahora del amor con el que Dios nos ama y del que Jesús nos dio testimonio.