LECTURAS DEL JUEVES VII DEL T. ORDINARIO 19 DE MAYO JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE FIESTA (BLANCO)
"Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía".
ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Hb 7, 24
Cristo, mediador de la nueva alianza, por el hecho de permanecer para siempre, posee un sacerdocio perpetuo.
Se dice Gloria.
ORACIÓN COLECTA
Dios
nuestro, que para gloria tuya y salvación de todos los hombres
constituiste sumo y eterno sacerdote a tu Hijo, Jesucristo, concede a
quienes él ha elegido como ministros suyos y administradores de los
sacramentos y del Evangelio, la gracia de ser fieles en el cumplimiento
de su ministerio. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.
De la carta a los hebreos: 10, 12-23
Hermanos:
Cristo, ofreció un solo sacrificio por los pecadores y se sentó para
siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus
enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo
perfectos para siempre a los que ha santificado.
Lo
mismo atestigua el Espíritu Santo, que dice en un pasaje de la
Escritura: La alianza que yo estableceré con ellos, cuando lleguen esos
días, palabra del Señor, es ésta: Voy a poner mi ley en lo más profundo
de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Y prosigue después: Yo
les perdonaré sus culpas y olvidaré para siempre sus pecados. Ahora bien
y cuando los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más
ofrendas por ellos.
Hermanos,
en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder
entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a
través del velo, que es su propio cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos
un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.
Acerquémonos,
pues, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia
de toda mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable.
Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque
el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 39
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Cuántas maravillas has hecho, Señor y Dios mío, cuántos planes en favor nuestro. Nadie se te puede comparar. R/.
En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. R/.
He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor. R/.
No
callé tu justicia, antes bien, proclamé tu lealtad y tu auxilio. Tu
amor y tu lealtad no los he ocultado a la gran asamblea. R/.
ACLAMACIÓN Is 42, 1
R/. Aleluya, aleluya.
Miren
a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis
complacencias. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la
justicia sobre las naciones. R/.
Hagan esto en memoria mía.
En
aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus
discípulos y les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con
ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a
celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios". Luego
tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y
dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya
no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de
Dios".
Tomando
después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio
diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino,
diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se
derrama por ustedes".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que
Jesucristo, nuestro Mediador, haga que te sean aceptables, Señor,
nuestras ofrendas y que su sacrificio redentor nos haga vivir cada día
más unidos a él, para que toda nuestra vida sea grata a tus ojos. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
PREFACIO
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y
eterno. Ya que, por la unción del Espíritu Santo, constituiste a tu
Unigénito Pontífice de la alianza nueva y eterna, y en tu designio
salvífico has querido que su sacerdocio único se perpetuara en la
Iglesia. En efecto, Cristo no sólo confiere la dignidad del sacerdocio
real a todo su pueblo santo, sino que, con especial predilección, elige a
algunos de entre los hermanos, y mediante la imposición de las manos,
los hace partícipes de su ministerio de salvación, a fin de que
renueven, en su nombre, el sacrificio redentor, preparen para tus hijos
el banquete pascual, fomenten la caridad en tu pueblo santo, lo
alimenten con la palabra, lo fortifiquen con los sacramentos y,
consagrando su vida a ti y a la salvación de sus hermanos, se esfuercen
por reproducir en sí mismos la imagen de Cristo y te den un constante
testimonio de fidelidad y de amor. Por eso, Señor, con todos los ángeles
y santos, te alabamos, cantando llenos de alegría: Santo, Santo, Santo…
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Mt 28, 20
Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
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Comentario al Evangelio de hoy
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.La cuestión del dinero, la riqueza, los ricos, ha sido siempre muy discutida. Mejor, qué hacer con el dinero, qué le está permitido a un rico católico, o si puede haber ricos católicos. Trabajar en Rusia me ha dado la posibilidad de tomar contacto con la Doctrina Social de la Iglesia y, sobre todo, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que puedes consultar en este enlace. La Iglesia no habla mal del dinero ni de los ricos. Habla del mal uso del dinero y de la riqueza.
Lo que la doctrina de la Iglesia recuerda es que, por encima de todo, está el bien común. Y entre las múltiples implicaciones del bien común se encuentra “el principio del destino universal de los bienes”. Dice el número 171 del Compendio: « Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad ». Este principio se basa en el hecho que « el origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,28-29). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida humana ». La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia; estos bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para comunicarse, para asociarse y para poder conseguir las más altas finalidades a que está llamada.
Y el número 178 recuerda que “La enseñanza social de la Iglesia exhorta a reconocer la función social de cualquier forma de posesión privada, en clara referencia a las exigencias imprescindibles del bien común. El hombre «no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás». El destino universal de los bienes comporta vínculos sobre su uso por parte de los legítimos propietarios. El individuo no puede obrar prescindiendo de los efectos del uso de los propios recursos, sino que debe actuar en modo que persiga, además de las ventajas personales y familiares, también el bien común. De ahí deriva el deber por parte de los propietarios de no tener inoperantes los bienes poseídos y de destinarlos a la actividad productiva, confiándolos incluso a quien tiene el deseo y la capacidad de hacerlos producir.”
Aquí se encuentra la raíz del problema. Podemos tener poco y ser muy avaros, egoístas, o se puede tener mucho y compartir. Por supuesto, es cuestión de actitud. De vivir atentos a las necesidades de los demás, y ayudar en la medida de las posibilidades. Y ser justo en las relaciones sociales, laborales y económicas.
Ojalá que no tengamos que cortarnos una mano o un pie por culpa de los bienes temporales. Quiera Dios que el Espíritu nos ayude a ser sal de la tierra, y vivir en paz con todos.