LECTURAS DEL DOMINGO III DE PASCUA 10 DE ABRIL (BLANCO)
Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 65, 1-2
Aclama a Dios, tierra entera. Canten todos un himno a su nombre, denle gracias y alábenlo. Aleluya.
Se dice Gloria.
ORACIÓN COLECTA
Dios
nuestro, que tu pueblo se regocije siempre al verse renovado y
rejuvenecido, para que, al alegrarse hoy por haber recobrado la dignidad
de su adopción filial, aguarde seguro su gozosa esperanza el día de la
resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 5, 27-32. 40-41
En
aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo:
"Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo,
ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos
responsables de la sangre de ese hombre".
Pedro
y los otros apóstoles replicaron: "Primero hay que obedecer a Dios y
luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a
quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo
exaltó y lo ha hecho Jefe y Salvador, para dar a Israel la gracia de la
conversión y el perdón de los pecados.
Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen".
Los
miembros del sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron
hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del
sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de
Jesús.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 29
R/. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Te
alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú,
Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir, me reviviste. R/.
Alaben
al Señor quienes lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura
un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la
tarde; por la mañana, el júbilo. R/.
Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente. R/.
Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza.
Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 5, 11-14
Yo,
Juan, tuve una visión, en la cual oí alrededor del trono de los
vivientes y los ancianos, la voz de millones y millones de ángeles, que
cantaban con voz potente: "Digno es el Cordero, que fue inmolado, de
recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la
gloria y la alabanza".
Oí
a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la
tierra y en el mar —todo cuanto existe—, que decían: "Al que está
sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el
poder, por los siglos de los siglos".
Y
los cuatro vivientes respondían: "Amén". Los veinticuatro ancianos se
postraron en tierra y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN
R/. Aleluya, aleluya.
Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y se compadeció de todos los hombres. R/.
Jesús tomó el pan y el pescado y se los dio a los discípulos.
Del santo Evangelio según san Juan: 21, 1-19
En
aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al
lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón
Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a
pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos contigo".
Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba
amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos
no lo reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?"
Ellos contestaron: "No". Entonces él les dijo: "Echen la red a la
derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no
podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces
el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan
pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la
cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los
otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los
pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan
pronto como saltaron a tierra vieron unas brasas y sobre ellas un
pescado y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que
acaban de pescar".
Entonces
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta
de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres y a pesar de que eran
tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a almorzar".
Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?,
porque ya sabían que era el Señor.
Jesús
se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Ésta fue la
tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar
de entre los muertos.
Después
de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me
amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te
quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Por
segunda vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le
respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea
mis ovejas".
Por
tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro se
entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo
quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te
quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Yo
te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a
donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te
ceñirá y te llevará a donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle
con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo:
"Sígueme".
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Se dice Credo.
PLEGARIA UNIVERSAL
Oremos a Jesús resucitado, rostro de la misericordia del Padre para la humanidad entera.
Después de cada petición diremos: Jesús resucitado, escúchanos.
– Para que la Iglesia sea siempre en el mundo el rostro visible del amor, del perdón y la misericordia del Padre. Oremos.
– Para que el amor y la misericordia hacia los necesitados,
los enfermos, los marginados, los inmigrantes, sean los distintivos de quienes nos profesamos cristianos. Oremos.
–
Para que los gobernantes de las naciones se comprometan en hacer de la
misericordia el criterio de las relaciones entre los pueblos. Oremos.
–
Para que los pobres, los excluidos, enfermos y desempleados
experimenten la compasión y la misericordia de Cristo resucitado que
todo lo transforma. Oremos.
– Para que todos seamos, con nuestra palabra y nuestras obras, testigos de Jesús resucitado y su misericordia. Oremos.
Señor
Jesús, escucha nuestra oración y guiados por tu Espíritu Santo,
concédenos vivir con mucha alegría estas fiestas de Pascua. Tú que vives
y reinas por los siglos de los siglos.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe,
Señor, los dones que, jubilosa, tu Iglesia te presenta, y puesto que es
a ti a quien debe su alegría, concédele también disfrutar de la
felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio I-V de Pascua
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Jn 21, 12-13
Dijo Jesús a sus discípulos: Vengan a comer. Y tomó un pan y lo repartió entre ellos. Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dirige,
Señor, tu mirada compasiva sobre tu pueblo, al que te has dignado
renovar con estos misterios de vida eterna, y concédele llegar un día a
la gloria incorruptible de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica?ref=tn_tnmn
Comentario al Evangelio de hoy
Queridos hermanos:
Cuando en la vida nos sucede algún fracaso o momentos difíciles, casi todos nos solemos refugiar en lo seguro. Nos despiden del trabajo, nos dan un diagnóstico médico, se rompe una relación… y buscamos en lo que hacemos habitualmente, el no darle vueltas a la cabeza. Por eso los discípulos han regresado a lo suyo, parece que su aventura ha terminado y lo normal es volver a su antigua profesión de pescadores, han escapado a Galilea. Es lo que saben hacer y es muy razonable, Pedro les dice: “Me voy a pescar. Ellos contestan: Vamos también nosotros contigo” y allí se hubieran quedado.
Pero: “Aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: No”. Así estamos, toda la noche bregando en lo nuestro y no hemos cogido ni un boquerón, estamos vacíos sin la presencia del resucitado, sin ideas claras sobre lo que hacer, aunque Él nos había llamado a ser pescadores de hombres. Sólo cuando con sinceridad uno reconoce sus carencias: “no tengo nada”, (al que está lleno de todo en nuestra sociedad le cuesta ver más allá), es capaz de atreverse a comenzar algo nuevo, de ilusionarse como un muchacho y volver a echar las redes.
“La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor” y todo cambia. Pedro se echa al agua, la red está repleta de peces, ciento cincuenta y tres (un número exacto que representa la plenitud). La vida se llena de presencia y entonces somos capaces de superar las pruebas: “Vamos, almorzad”, estamos en la eucaristía, en el recuerdo de la Última Cena: “Toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Queda claro que Jesús está entre nosotros: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntar quién era, porque sabían bien que era el Señor”. Amanece en el lago de Tiberíades, se recobra la esperanza, el mar de las dudas se calma, el signo de la comida fraterna es la evidencia de que el Viviente está en nuestra vida.
Ahora, Jesús le exige a Pedro una triple confesión de amor, quizás para recordar aquella noche de tiple negación. El Pedro fanfarrón, el de la espada, el duro en comprender… tiene que convertirse al amor: “¿me amas? ¿me quieres?”, para tener la primacía debe seguir el camino del Maestro: generosidad, servicio fraterno y entrega total de sí mismo por la vida de los suyos, e incluso le anuncia una muerte para dar gloria a Dios. “Apacienta mis ovejas” es la respuesta, debe ser el amor el que mueva a los párrocos, a los obispos, al Papa, a todos los que pastorean.
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la obligación de evangelizar, la experiencia de la Resurrección, supera todas las prohibiciones: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, sin confundir la obediencia a Dios con tener razón. Hay que saber que allí donde la vida vence a la muerte, allí está Dios seguramente, es lo que nos anuncian las apariciones. La Iglesia tiene algo que decir y hacer; tenemos la experiencia de la buena noticia del evangelio y como aquellas primeras comunidades, es obligación nuestra anunciarla, a los que esperan de nosotros una palabra de aliento y esperanza. “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”, seamos testigos de la Pascua.
Hay un gran simbolismo en todas estas lecturas de este domingo: peces, ovejas, redes, comida, amanecer, noche…Pero lo definitivo es: “Sí, Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” que repite Pedro otras tres veces, recordémoslo en muchos momentos en los que intentamos volver a nuestras seguridades y sobre todo tengamos presente que quererle a Él, es querer a todos sus hijos, sobre todo a los más necesitados. Él se aparece, está cada día esperándonos en la orilla, en la calle, en los hogares, en cualquier esquina, ¡no notáis su presencia!, como diría Gloria Fuertes: “Está en el parque, debajo mismo de tu cartera y tu corbata”.
Cuando en la vida nos sucede algún fracaso o momentos difíciles, casi todos nos solemos refugiar en lo seguro. Nos despiden del trabajo, nos dan un diagnóstico médico, se rompe una relación… y buscamos en lo que hacemos habitualmente, el no darle vueltas a la cabeza. Por eso los discípulos han regresado a lo suyo, parece que su aventura ha terminado y lo normal es volver a su antigua profesión de pescadores, han escapado a Galilea. Es lo que saben hacer y es muy razonable, Pedro les dice: “Me voy a pescar. Ellos contestan: Vamos también nosotros contigo” y allí se hubieran quedado.
Pero: “Aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: No”. Así estamos, toda la noche bregando en lo nuestro y no hemos cogido ni un boquerón, estamos vacíos sin la presencia del resucitado, sin ideas claras sobre lo que hacer, aunque Él nos había llamado a ser pescadores de hombres. Sólo cuando con sinceridad uno reconoce sus carencias: “no tengo nada”, (al que está lleno de todo en nuestra sociedad le cuesta ver más allá), es capaz de atreverse a comenzar algo nuevo, de ilusionarse como un muchacho y volver a echar las redes.
“La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor” y todo cambia. Pedro se echa al agua, la red está repleta de peces, ciento cincuenta y tres (un número exacto que representa la plenitud). La vida se llena de presencia y entonces somos capaces de superar las pruebas: “Vamos, almorzad”, estamos en la eucaristía, en el recuerdo de la Última Cena: “Toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Queda claro que Jesús está entre nosotros: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntar quién era, porque sabían bien que era el Señor”. Amanece en el lago de Tiberíades, se recobra la esperanza, el mar de las dudas se calma, el signo de la comida fraterna es la evidencia de que el Viviente está en nuestra vida.
Ahora, Jesús le exige a Pedro una triple confesión de amor, quizás para recordar aquella noche de tiple negación. El Pedro fanfarrón, el de la espada, el duro en comprender… tiene que convertirse al amor: “¿me amas? ¿me quieres?”, para tener la primacía debe seguir el camino del Maestro: generosidad, servicio fraterno y entrega total de sí mismo por la vida de los suyos, e incluso le anuncia una muerte para dar gloria a Dios. “Apacienta mis ovejas” es la respuesta, debe ser el amor el que mueva a los párrocos, a los obispos, al Papa, a todos los que pastorean.
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la obligación de evangelizar, la experiencia de la Resurrección, supera todas las prohibiciones: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, sin confundir la obediencia a Dios con tener razón. Hay que saber que allí donde la vida vence a la muerte, allí está Dios seguramente, es lo que nos anuncian las apariciones. La Iglesia tiene algo que decir y hacer; tenemos la experiencia de la buena noticia del evangelio y como aquellas primeras comunidades, es obligación nuestra anunciarla, a los que esperan de nosotros una palabra de aliento y esperanza. “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”, seamos testigos de la Pascua.
Hay un gran simbolismo en todas estas lecturas de este domingo: peces, ovejas, redes, comida, amanecer, noche…Pero lo definitivo es: “Sí, Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” que repite Pedro otras tres veces, recordémoslo en muchos momentos en los que intentamos volver a nuestras seguridades y sobre todo tengamos presente que quererle a Él, es querer a todos sus hijos, sobre todo a los más necesitados. Él se aparece, está cada día esperándonos en la orilla, en la calle, en los hogares, en cualquier esquina, ¡no notáis su presencia!, como diría Gloria Fuertes: “Está en el parque, debajo mismo de tu cartera y tu corbata”.