LECTURAS DEL MARTES IV DEL T. ORDINARIO 2 DE FEBRERO LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR. (BLANCO)
"Luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel".
BENDICIÓN DE LAS VELAS Y PROCESIÓN
Primera forma: Procesión
1.
A una hora conveniente, se reúnen los fieles en algún lugar adecuado,
fuera del templo donde va a efectuarse la procesión. Los fieles
sostienen en sus manos las velas apagadas.
2.
El sacerdote, revestido de blanco, como para la misa, se acerca, junto
con los ministros, al lugar donde el pueblo está congregado. En lugar de
la casulla, puede usar la capa pluvial durante la bendición de las
velas y la procesión.
3. Mientras encienden las velas, se canta la antífona siguiente u otro cántico apropiado.
Nuestro Señor vendrá con gran poder, e iluminará los ojos de sus siervos, aleluya.
4.
El sacerdote, después de saludar a los fieles en la forma acostumbrada,
les explica brevemente el significado del rito y los exhorta a
participar en él, activa y conscientemente. Lo puede hacer con estas
palabras u otras parecidas:
Hermanos,
hace cuarenta días celebramos con júbilo el nacimiento del Señor. Hoy
también la Iglesia está de fiesta al celebrar el día en que Jesús fue
presentado en el templo por María y José.
El
Señor quiso sujetarse a este rito para cumplir con las exigencias de la
ley, pero, sobre todo, para manifestarse al pueblo que lo esperaba.
Impulsados
por el Espíritu Santo, fueron al templo aquellos dos ancianos, Simeón y
Ana, e iluminados por el mismo Espíritu, reconocieron al Señor y lo
anunciaron a todos con entusiasmo.
También
nosotros, que formamos el pueblo de Dios por la gracia del Espíritu
Santo, vayamos al encuentro de Cristo en la casa de Dios.
Hallaremos al Señor en la Eucaristía mientras esperamos su venida gloriosa.
5. Después de la exhortación, el sacerdote bendice las velas, diciendo con las manos juntas:
Oremos:
Dios
nuestro, fuente y principio de toda luz, que concediste al justo Simeón
contemplar a Cristo, luz destinada a iluminar a todas las naciones,
bendice estas velas con las que tus fieles van a ir a tu encuentro en
medio de himnos de alabanza, y escucha su oración a fin de que por el
camino del bien puedan llegar a la luz inextinguible. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
R/. Amén.
Y rocía las velas con agua bendita, sin decir nada.
6. El sacerdote toma entonces la vela destinada a él e inicia la procesión, diciendo:
Vayamos ahora alegres al encuentro del Señor.
7. Durante la procesión se canta la antífona siguiente, o algún canto apropiado.
R/. Cristo es la luz enviada para iluminar a las naciones y para gloria de Israel.
Ahora, Señor, ya puede morir en paz tu siervo, según tu promesa. R/.
Porque mis ojos han visto a tu salvador. R/.
Al Salvador a quien has puesto a la vista de todos los pueblos. R/.
8.
Al entrar la procesión en el templo, se canta la Antífona de entrada de
la misa. Al llegar al altar, el sacerdote hace la debida reverenda y,
si se cree conveniente, lo inciensa. Luego se dirige a la sede, en donde
se quita la capa pluvial (si la usó en la procesión) y se pone la
casulla. Ahí mismo, después de que se ha cantado el Gloria, dice la
Oración Colecta como de ordinario. Prosigue luego la misa de la manera
acostumbrada.
Segunda forma: Entrada solemne
9.
Los, fieles se reúnen en el templo, teniendo las velas en sus manos. El
sacerdote, revestido de ornamentos blancos, va en compañía de los
ministros y de una representación de los fieles a un sitio adecuado, ya
sea ante la puerta del templo o en el interior del mismo, en donde, por
lo menos una gran parte de los fieles, puedan participar cómodamente de
la ceremonia.
10.
Al llegar el sacerdote al sitio escogido para la bendición de las
velas, se encienden éstas, y se canta la antífona ‘Nuestro Señor vendrá
con gran poder’ (cfr. n. 3, p. 27), u otro cántico apropiado.
11.
En seguida el sacerdote, después del saludo al pueblo y de la breve
exhortación, bendice las velas, como se indica en los nos. 4-5; se
efectúa luego la procesión con los cánticos, como en los nos. 6-7. Para
la misa se observa lo indicado en el n. 8.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 47, 10-11)
Meditamos,
Señor, los dones de tu amor en medio de tu templo. Tu alabanza llega a
los confines de la tierra como tu fama. Tu diestra está llena de
justicia.
Se dice Gloria.
ORACIÓN COLECTA
Dios
todopoderoso y eterno, suplicamos humildemente a tu majestad que así
como en este día fue presentado al templo tu Unigénito en su realidad
humana como la nuestra,así nos concedas, con el espíritu purificado, ser
presentados ante ti. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
Tenía que asemejarse en todo a sus hermanos.
De la carta a los hebreos: 2, 14-18
Hermanos:
Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús
quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al
diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a
aquellos que, por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida.
Pues
como bien saben, Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los
descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus
hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso
con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y
expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio
del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la
prueba.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Del salmo 23
R/. El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria! R/.
Y ¿quién es el rey de la gloria? Es el Señor, fuerte y poderoso, el Señor, poderoso en la batalla. R/.
¡Puertas, ábranse de par en par; agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria! R/.
Y ¿quién es el rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el rey de la gloria. R/.
ACLAMACIÓN (Lc 2, 32)
R/. Aleluya, aleluya.
Cristo es la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel. R/.
Mis ojos han visto al Salvador
Del santo Evangelio según san Lucas: 2, 22-40
Transcurrido
el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y
José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo
con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al
Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o
dos pichones.
Vivía
en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios,
que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el
cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías
del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María
entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley,
Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
"Señor,
ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías
prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado
para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria
de tu pueblo, Israel".
El
padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras.
Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño
ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como
signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los
pensamientos de todos los corazones.
Y a ti, una espada te atravesará el alma".
Había
también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era
una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía
ya ochenta y cuatro años de edad No se apartaba del templo ni de día ni
de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en
aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que
aguardaban la liberación de Israel.
Y
cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron
a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con
Él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que
te sea grata, Señor, la ofrenda de tu Iglesia desbordante de alegría,
tu que quisiste que tu Unigénito te fuera ofrecido, como Cordero
inmaculado, para la vida del mundo.El que vive y reina por los siglos de los siglos.
PREFACIO
En
verdad es justo y necesario es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
porque al ser presentado hoy en el templo tu eterno Hijo, fue
proclamado por el Espíritu Santo gloria de Israel y luz de las naciones.
Por
eso, nosotros, al venir hoy llenos de júbilo al encuentro del Salvador,
te alabamos con los ángeles, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo…
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Lc 2, 30-31)
Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has puesto ante la vista de todos los pueblos.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
Comentario al Evangelio de hoy
Pedro Belderrain, cmf
Queridos hermanos,
Para cualquier discípulo de Jesús el domingo es especial. Todos los días son buenos para alabar a Dios Padre y cantar su gloria, pero la reunión dominical de la comunidad tiene un significado peculiar. ¡Ojalá fuéramos capaces de recuperarlo en las partes del mundo en las que se ha adormecido! ¡Qué bonito ejemplo el de aquellos mártires que decían que sin celebrar el domingo no podían vivir!
Pero me atrevo a decir más: qué bueno sería que recuperáramos el valor de otros días, de esos que el calendario llama ‘fiestas del Señor’ y que están repartidos durante todo el año. Hoy celebramos uno de ellos: su presentación en el templo. Otros serán la encarnación del Señor, su transfiguración, la exaltación de la cruz…
La Iglesia nos propone hoy una liturgia bien hermosa cuya belleza percibieron de un modo especial generaciones y generaciones de antepasados nuestros. Son aún miles los lugares del mundo en los que en torno a la Luz, las Candelas, la Candelaria, los cristianos recuerdan este misterio.
Desde 1997 -y en 2016 de un modo especial-, la Iglesia asocia este día a la vida consagrada. Hoy se clausurará el Año que la Iglesia Universal ha querido dedicar a esta forma de vida. Juan Pablo II instauró la Jornada a finales del siglo XX con unos objetivos que no se acaban de lograr. El fundamental, que todo el Pueblo de Dios alabe al Padre por la vida consagrada y la conozca cada vez mejor para estimarla más. En muchas partes del mundo los religiosos se reúnen llenos de gozo en esta fecha, pero no se ha logrado que el resto del Pueblo de Dios participe en la fiesta.
En 2006 Benedicto XVI presidió por primera vez la jornada y destacó la presencia en el evangelio de hoy de “Cristo, el Consagrado del Padre, el primogénito de la nueva humanidad”. Este es el Niño que entra en el templo, luz de las naciones y gloria de Israel, el consagrado por antonomasia. Pero el Papa Ratzinger añadió un comentario profundísimo: la Palabra de hoy nos dice “que la mediación con Dios ya no se realiza en la santidad-separación del sacerdocio antiguo, sino en la solidaridad liberadora con los hombres”.
Lean de nuevo la frase. Pueden buscar la homilía y releerla. No la acabamos de entender. Seguimos pensando que la santidad pasa por la separación (sobre todo de aquello que consideramos no bendecido por Dios). ¡No! La santidad pasa por la solidaridad liberadora, por la cercanía, por la caridad, por el amor que distinguía a Jesús, María y José.
¡Sagrada Familia: seguid enseñándonos el camino del Evangelio!
Para cualquier discípulo de Jesús el domingo es especial. Todos los días son buenos para alabar a Dios Padre y cantar su gloria, pero la reunión dominical de la comunidad tiene un significado peculiar. ¡Ojalá fuéramos capaces de recuperarlo en las partes del mundo en las que se ha adormecido! ¡Qué bonito ejemplo el de aquellos mártires que decían que sin celebrar el domingo no podían vivir!
Pero me atrevo a decir más: qué bueno sería que recuperáramos el valor de otros días, de esos que el calendario llama ‘fiestas del Señor’ y que están repartidos durante todo el año. Hoy celebramos uno de ellos: su presentación en el templo. Otros serán la encarnación del Señor, su transfiguración, la exaltación de la cruz…
La Iglesia nos propone hoy una liturgia bien hermosa cuya belleza percibieron de un modo especial generaciones y generaciones de antepasados nuestros. Son aún miles los lugares del mundo en los que en torno a la Luz, las Candelas, la Candelaria, los cristianos recuerdan este misterio.
Desde 1997 -y en 2016 de un modo especial-, la Iglesia asocia este día a la vida consagrada. Hoy se clausurará el Año que la Iglesia Universal ha querido dedicar a esta forma de vida. Juan Pablo II instauró la Jornada a finales del siglo XX con unos objetivos que no se acaban de lograr. El fundamental, que todo el Pueblo de Dios alabe al Padre por la vida consagrada y la conozca cada vez mejor para estimarla más. En muchas partes del mundo los religiosos se reúnen llenos de gozo en esta fecha, pero no se ha logrado que el resto del Pueblo de Dios participe en la fiesta.
En 2006 Benedicto XVI presidió por primera vez la jornada y destacó la presencia en el evangelio de hoy de “Cristo, el Consagrado del Padre, el primogénito de la nueva humanidad”. Este es el Niño que entra en el templo, luz de las naciones y gloria de Israel, el consagrado por antonomasia. Pero el Papa Ratzinger añadió un comentario profundísimo: la Palabra de hoy nos dice “que la mediación con Dios ya no se realiza en la santidad-separación del sacerdocio antiguo, sino en la solidaridad liberadora con los hombres”.
Lean de nuevo la frase. Pueden buscar la homilía y releerla. No la acabamos de entender. Seguimos pensando que la santidad pasa por la separación (sobre todo de aquello que consideramos no bendecido por Dios). ¡No! La santidad pasa por la solidaridad liberadora, por la cercanía, por la caridad, por el amor que distinguía a Jesús, María y José.
¡Sagrada Familia: seguid enseñándonos el camino del Evangelio!