LECTURAS DEL LUNES XXXIV DEL T. ORDINARIO 23 DE NOVIEMBRE BEATO MIGUEL AGUSTÍN PRO PRESBÍTERO Y MÁRTIR (VERDE)
En su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir.
ANTÍFONA DE ENTRADA
Este
santo luchó hasta la muerte por la ley de Dios y no se atemorizó ante
la amenaza de los impíos, pues estaba afianzado sobre roca firme.
ORACIÓN COLECTA
Dios
y Padre nuestro, que concediste a tu siervo Miguel Agustín Pro, en su
vida y en su martirio, buscar ardientemente tu mayor gloria y la
salvación de los hombres, concédenos, a ejemplo suyo, servirte y
glorificarte cumpliendo nuestras obligaciones diarias con fidelidad y
alegría y ayudando eficazmente a nuestros prójimos. Por nuestro Señor
Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
No hubo ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías.
Del libro del profeta Daniel: 1, 1-6. 8-20
El
año tercero del reinado de Joaquín, rey de Judá, vino a Jerusalén
Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la sitió. El Señor entregó en sus
manos a Joaquín, rey de Judá, así como parte de los objetos del templo,
que él se llevó al país de Senaar y los guardó en el tesoro de sus
dioses.
El
rey mandó a Aspenaz, jefe de sus oficiales, que seleccionara de entre
los israelitas de sangre real y de la nobleza, algunos jóvenes, sin
defectos físicos, de buena apariencia, sobrios, cultos e inteligentes y
aptos para servir en la corte del rey, con el fin de enseñarles la
lengua y la literatura de los caldeos.
El
rey les asignó una ración diaria de alimentos y de vino de su propia
mesa. Deberían ser educados durante tres años y después entrarían al
servicio del rey. Entre ellos se encontraban Daniel, Ananías, Misael y
Azarías, que eran de la tribu de Judá.
Daniel
hizo el propósito de no contaminarse compartiendo los alimentos y el
vino de la mesa del rey, y le suplicó al jefe de los oficiales que no lo
obligara a contaminarse. Dios le concedió a Daniel hallar favor y
gracia ante el jefe de los oficiales. Sin embargo, éste le dijo a
Daniel: "Le tengo miedo al rey, mi señor, porque él les ha asignado a
ustedes su comida y su bebida, y si llega a verlos más delgados que a
los demás, estará en peligro mi vida".
Daniel
le dijo entonces a Malasar, a quien el jefe de los oficiales había
confiado el cuidado de Daniel, Ananías, Misael y Azarías: "Por favor,
haz la prueba con tus siervos durante diez días; que nos den de comer
legumbres, y de beber, agua; entonces podrás comparar nuestro aspecto
con el de los jóvenes que comen de la mesa del rey y podrás tratarnos
según el resultado".
Aceptó
él la propuesta e hizo la prueba durante diez días. Al cabo de ellos,
los jóvenes judíos tenían mejor aspecto y estaban más robustos que todos
los que comían de la mesa del rey. Desde entonces Malasar les suprimió
la ración de comida y de vino, y les dio sólo legumbres.
A
estos cuatro jóvenes les concedió Dios sabiduría e inteligencia en toda
clase de ciencia. A Daniel, además, el don de interpretar visiones y
sueños.
Al
cabo del tiempo establecido, el jefe de los oficiales llevó a todos los
jóvenes ante Nabucodonosor y se los presentó. El rey conversó con ellos
y entre todos no encontró a nadie como Daniel, Ananías, Misael y
Azarías. Quedaron entonces al servicio del rey. Y en todas las cosas de
sabiduría, inteligencia y experiencia que el rey les propuso, los
encontró diez veces superiores a todos los magos y adivinos de su reino.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Daniel 3
R/. Bendito seas, para siempre, Señor.
Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres. Que tu nombre santo y glorioso sea bendito. R/.
Bendito seas en el templo santo y glorioso. Que en el trono de tu reino seas bendito. R/.
Bendito
eres tú, Señor, que penetras con tu mirada los abismos y te sientas en
un trono rodeado de querubines. Bendito seas, Señor, en la bóveda del
cielo. R/.
ACLAMACIÓN Mt 24, 42. 44
R/. Aleluya, aleluya.
Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre. R/.
Vio a una viuda pobre que echaba dos moneditas.
Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 1-4
En
aquel tiempo, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban
sus donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda
pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: "Yo les aseguro que esa
pobre viuda ha dado más que todos. Porque éstos dan a Dios de lo que les
sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Santifica,
Señor, con tu bendición, los dones que te presentamos, para que, por tu
gracias, nos inflamen en aquel fuego de tu amor con el que el beato
Miguel Agustín Pro venció en su cuerpo todos los tormentos. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Mt 16, 24
El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y que me siga, dice el Señor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
el santo sacramento que recibimos, Señor, nos comunique aquella
fortaleza de espíritu que hizo a tu mártir, el beato Miguel Agustín Pro
fiel en tu servicio y victorioso en su pasión. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
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«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»
Hoy,
como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas
pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero
lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la
urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las
grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.
Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).
La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.
Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).
La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.