Evangelio y Comentario de hoy Lunes 21 de Septiembre 2015


Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,1-7.11-13):

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 18,2-3.4-5

R/.
A toda la tierra alcanza su pregón

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor
 
Comentario 

La liturgia de hoy celebra la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista. Y la tradición de la Iglesia, para celebrarlo, no ha elegido pasajes evangélicos de misión o de éxito pastoral en el envío… Esta vez, celebramos la vocación. Es como celebrar la raíz; todo lo demás -flores, frutos, tronco…- se pierde sin la raíz, sin la vocación. Todo lo visible se pierde si no es fuerte lo que no se ve, lo enterrado, lo que ha ido creciendo bajo tierra.
Celebrar hoy a San Mateo contemplando la Palabra es celebrar cada uno de nosotros, que somos tronco, flores y fruto, pero sobre todo, somos raíz, semilla enraizada y creciendo en lo oculto. Y desde aquí dejar que resuenen las palabras de Pablo a los Efesios: “os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados… A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo … hasta que lleguemos todos al ser humano pleno (no perfecto), a la medida de Cristo en su plenitud”
Cuidar la raíz de nuestra vida, nuestra vocación, es ser coherentes con ella en lo cotidiano y tener como horizonte ir creciendo cada día un poco más, no para ser perfectos (¡¡no!!, es imposible y además el texto bíblico griego no habla de perfección sino de plenitud o “completarse”) sino para ser como Cristo, que es la medida con la que fuimos creados.
¿Acaso no hemos planteado tantas veces la vocación y el proceso espiritual y humano como una llamada a la perfección? ¿Acaso no nos ha hecho tanto daño a veces?
El cuadro de “La vocación de San Mateo” de Caravaggio tiene, para mí, el don de despertar todo esto en una sola imagen. Congela la escena y sus claros y oscuros, ¡como la vida misma! Y es allí, en medio de la vida, donde Jesús se acerca y pone luz y te llama a seguirle. Y Mateo se levantó y le siguió, dice el Evangelio. Pero no me cabe duda que a lo largo de su vida volvió a “sentarse” ya escuchar la llamada y a levantarse de nuevo y a seguirle y a dudar y a tropezar… “Porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”.
Que el Señor nos ayude a no tener miedo de crecer, de avanzar, de dudar, de enfermar, de sanar… de la luz y de la sombra. Porque todo forma parte del “cuadro” de la vida y lo realmente decisivo es que Jesús y su llamada formen parte de la escena. Eso nos salva. Eso nos sana… hasta la raíz.
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz, misionera claretiana
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica

Lunes de la semana 25 del tiempo ordinario

San Mateo

“Cuando salía de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de los impuestos y la dice: “Sígueme”. El se levantó y le siguió”.
(Mt 9,9-13)


Cuenta el evangelio de este día que, cuando Jesús llamó a Mateo para ser seguidor suyo y apóstol, se produjo algún revuelo entre los fariseos. Sabemos que Mateo era un publicano que cobraba impuestos para los romanos. Y, como todos los publicanos, Mateo era un hombre profundamente despreciado por los judíos. Vemos que Jesús no fundaba el nuevo Pueblo de Dios sobre doce patriarcas irreprochables y con renombre. Los apóstoles sobre los que Jesús fundaba su Iglesia eran personas sin prestigio, sin relieve y casi todos pescadores de Galilea, para significar que nuestra Iglesia no estaba apoyada sobre las cualidades de los hombres, sino en las manos de Dios. Pero el escándalo se produjo entre los fariseos cuando Jesús incluyó en la lista de los seguidores y apóstoles a Mateo el publicano. En la fiesta que hizo éste para celebrarlo, Jesús se sentó a la mesa con publicanos y pecadores y escuchó protestas por parte de los fariseos. Fariseo significa «separado», como si los fariseos quisieran mantenerse limpios y puros evitando acercarse a los pecadores o mezclarse con ellos. Ésa era su mentalidad. Por eso no podían comprender a Jesús, que se juntaba con publicanos y pecadores y comía con ellos.
Cuenta el evangelio que los fariseos fueron a pedir explicaciones a los discípulos por esta forma de actuar de su Maestro. Entonces Jesús contestó algo que nos produce mucha alegría: que no necesitan médico los sanos, sino los enfermos, y que él había venido a llamar no a los justos, sino a los pecadores. Esta contestación nos lleva a comprender mejor muchas de las cosas que decía y hacía Jesús. Cuando se acercaba a los más despreciados, cuando comía con publicanos y pecadores, cuando acogía con cariño a gentes que tenían su vida rota, estaba cumpliendo su misión de médico que curaba a las personas destrozadas y estaba cumpliendo también el encargo de llamar a la conversión y al amor de Dios a los pecadores. Su principal preocupación no era atender a los justos, sino buscar a los pecadores, que lo necesitaban más. Así vivió Jesús, y este detalle tan hermoso tiene que estar siempre presente en nuestra vida y en el funcionamiento de nuestras parroquias.
Nosotros no podemos mantenernos al margen de los que necesitan nuestra ayuda. Tampoco podemos convertir nuestras parroquias en una isla de gentes satisfechas, donde se respire un ambiente de tranquilidad, mientras cerramos las puertas a otras personas que están viviendo su vida llena de fracasos y caídas. No estamos en la vida para aislarnos en nuestra burbuja de bienestar religioso. Por eso, tenemos que abrir nuestras puertas para que entren los pobres y tenemos que salir a la vida para acercarnos a ellos. Son nuestros hermanos más necesitados de ayuda, y el acercarnos a ellos con un corazón lleno de misericordia no nos contamina, sino que nos dignifica.
Y si no lo hacemos así, quizás nuestras misas puedan parecernos muy solemnes y muy bonitas, pero estaremos llevando a cabo el culto vacío que tanto criticaron los profetas porque no agradaba a Dios. Sería la señal de que tampoco habremos comprendido aquello que Jesús recordó a los fariseos: «Misericordia quiero y no sacrificios». Con estas palabras nos estaba enseñando Jesús que a Dios le gusta nuestra cercanía y nuestra misericordia con los necesitados por encima de nuestras ofrendas y nuestros actos de culto. Sin el amor a nuestros hermanos, nuestras celebraciones religiosas se quedan en actos folclóricos, vacíos, teatrales y desagradables para Dios. Sólo el amor misericordioso hacia nuestros hermanos más necesitados hace buenas nuestras misas. Así vivió Jesús.