Evangelio y Comentario e hoy Jueves 07 de Mayo 2015


Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-11):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»

Palabra del Señor


Queridos amigos,
Dios no nos ama porque cumplamos sus mandamientos. Su amor no puede ser tan pequeño que se vea condicionado a nuestra respuesta más o menos fiel. Dios siempre nos invita a una vida nueva, a una vida más “santa” si se quiere, pero no nos la exige para amarnos. No olvidemos que Dios es como un Padre (¡como una madre!) que no deja de amar nunca a sus hijos de forma incondicional. Dios, en su amor, es mucho más fuerte, grande y fiel que nuestra siempre frágil respuesta. ¡Y gracias a Dios que es así!
Por eso decimos que su amor es inmerecido, incondicional, gratuito…infinito. Aunque nosotros seamos infieles y pecadores, Él es siempre fiel. Su amor nunca nos abandona. Tomar conciencia de ello es vivir la fe de los hijos y experimentar lo que el papa Francisco nos recuerda al comienzo de la Evangelii Gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Una vez conocido ese amor, de natural nos sale vivir y permanecer en él cumpliendo sus mandamientos.
Estamos escuchando estos días en la liturgia de la palabra fragmentos seguidos de lo que se conoce como el “testamento vital de Jesús”. En él dice a sus discípulos –nos dice a sus discípulos– su gran verdad: “os amo profundamente, incondicionalmente, gratuitamente… como os ama el Padre. No os alejéis de esta verdad”.
Es la primera verdad. Detrás de ella vendrán las consecuencias morales, los mandamientos que hemos de guardar. Primero el amor, después sus consecuentes e insoslayables mandamientos. Los guardaremos porque hemos descubierto su sentido y la inmensa fuente de amor de donde nacen. Si no, viviríamos una moral de esclavos, desligada de quien es su fuente y en quien encuentra sentido.
Permanecer en ese amor requiere por nuestra parte estar alerta, no desviarnos, mantener la tensión. No es fácil. Mil fuerzas y tentaciones nos pueden alejar de permanecer en ese amor. Una ayuda para estar alerta puede ser que tomemos el pulso de nuestra alegría. Todo esto nos lo ha contado Jesús para que su alegría esté en nosotros. Si nos falta ese sabor de la alegría del Evangelio, quizá es que nos hemos desviado de su amor. La alegría es, sin lugar a dudas, un signo claro de una relación profunda con Dios.
Que tengáis un día muy feliz. De corazón,
Fernando Prado, cmf.


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La cascada del amor


Jueves de la Quinta Semana de Pascua
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-11)
¿Os habéis detenido alguna vez a contemplar esas cascadas que bajan de las montañas al valle?
Toda una belleza.
Todo un espectáculo.
Aguas cristalinas despeñándose por las laderas de las montañas hasta hacer un pequeño lago en el valle.

¿Queréis ahora contemplar otra cascada todavía más bella y hermosa?
Jesús la describe de una manera sencilla pero que alegra el corazón:
El amor del Padre cae en cascada hasta Jesús.
El amor de Jesús cae en cascada hasta nosotros.
El amor de nuestro corazón cae en cascada en el corazón de los hermanos.

Es la cascada del amor del Padre que desciende al corazón de Jesús: “como el Padre me ha amado”.
Es la cascada del amor de Jesús que desciende hasta nuestro corazón: “así os es amado yo”.
Es la cascada de nuestro amor que desciende a cada uno de nuestros hermanos: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Y es la cascada de amor que regresa montaña arriba hasta el Padre: “y permanezco en su amor”
Y es la cascada de amor que regresa montaña arriba hasta Jesús: “permaneceréis en mi amor”.
Toda una belleza de amor.
Toda una belleza de comunión
Del Padre con Jesús.
De Jesús con el Padre.
De Jesús con nosotros.
De nosotros con Jesús.
De nosotros con nuestros hermanos.

Si es bello contemplar como el agua se despeña por las rocas hasta llegar al valle, ¡cuánto más bello no será contemplar esa cascada del amor de Dios descendiendo hasta Jesús y de Jesús a nosotros y de nosotros al valle de todos los hombres!
Una cascada de amor se convierte en la obediencia de Jesús al Padre: “lo mismo que yo ha guardado los mandamientos del Padre”.
Una cascada de amor que se convierte en obediencia de cada uno de nosotros a Jesús: “Si guardáis mis mandamientos”. Y su mandamiento ya lo conocemos “amaos”.
Nada de imposición de la ley.
Nada de obligaciones de la ley.
Sí simple exigencia del amor.
Esa es la moral cristiana.
No la moral de los mandamientos.
Sino la moral del amor.
No la moral del miedo al pecado.
Sino la moral como respuesta al amor.
No la moral de la autoridad que se impone.
Sino la moral del Padre que ama.
La moral de los hijos que amamos.

Es la moral no del miedo y la resignación.
Sino la moral del amor y de la alegría.
Una moral que nos lleva no a esas alegrías baratas de un traguito, que se acaban cuando se evapora el alcohol.
Sino la moral de la alegría plena.
Porque es la alegría de la comunión en un mismo amor.
El mismo amor del Padre a Jesús, termina siendo el mismo amor con que Jesús nos ama.
Y este amor termina siendo el amor con que cada uno de nosotros nos amamos unos a otros.

Pensamiento: Hagamos de nuestras vidas cascadas de amor que lleven la alegría plena a nuestros hermanos.
juanjauregui.es