Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús.
A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro.
Y decían entre ellas: "¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?".
Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande.
Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas,
pero él les dijo: "No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto.
Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho".
Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
ciudadredonda
La ausencia (Sábado Santo)
¡Menos mal que todo acabó! Ya no sufre más. Ahora puede descansar ... y nosotros también. Lo decimos de los muertos cercanos que han vivido una dura agonía. Y, quizá sin quererlo, lo decimos de Jesús, de Dios. El Sábado Santo es la fiesta patronal de los que preferimos organizar la existencia sin las complicaciones del factor Dios, etsi Deus non daretur ("como si Dios no existiera"). Es el día de la cultura secularizada. Dejemos a los muertos que entierren a sus muertos. Nosotros aprovechamos para ir a la playa o disfrutar de una buena comida con los amigos.
Pero la ausencia de Dios está sembrada de nostalgia. Y tarde o temprano germinará. Mientras nosotros ocupamos el tiempo en nuestros asuntos –visto que el "asunto Dios" está casi liquidado– hay dos mujeres que hacen del Sábado Santo una sala de espera: María de Nazaret, la madre, y María de Magdala, la discípula amiga. Ellas hace siglos que han traspasado con la fuerza del amor los muros de la cultura secularizada. Están "más allá". Por eso, interpretan el "más acá" con más realismo que nadie. Saben que la cosa no ha hecho más que empezar. Y esperan.
El Sábado Santo tiene un sabor mariano. Por eso, quien no ha desistido de buscar hace bien en acercarse, aunque sea de incógnito, a la madre del Crucificado. Ella es quien mantiene el ritmo de nuestra espera: "Esperaste cuando todos vacilaban / el triunfo de Jesús sobre la muerte". La cultura de la indiferencia religiosa, del "no sabe/no contesta", encuentra en María la guía espiritual para tiempos de ausencia. Sin imponer nada, a base de comprensión y silencio, rehace la estructura mental y afectiva de quienes hemos despachado demasiado alegremente el asunto de Dios. Nos hace sentir el vacío, más como nostalgia de la meta que como peso que grava nuestra conciencia.
Santa María del Sábado Santo, mantén encendida la luz de nuestra lámpara.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica?ref=tn_tnmn
Sábado Santo
La losa del sepulcro puso silencio en el Calvario.
También puso silencio en los corazones doloridos.
Es un silencio de dolor y pena.
Es un silencio del vacío del que miramos ausente.
La losa que cierra el sepulcro es como el último gesto del morir.
Mientras al muerto se le está velando, da la impresión de que, de alguna manera, aún está presente.
Cuando se cierra el sepulcro todo parece que ha terminado.
El Sábado Santo parece un sábado vacío.
Calla la Liturgia.
Calla la Iglesia.
Callan los corazones.
Uno no sabe si a Jesús lo hemos dejado encerrado en el sepulcro o lo llevamos guardado en nuestros corazones rumiando en silencio su muerte.
Su vacío nos deja sin aliento.
Su ausencia nos deja sin palabras.
¿Qué decir si El no está?
Cuando ya no está la Palabra ¿qué pueden decir las palabras?
Pero hay un silencio que está vivo.
Es el silencio de quien lo concibió en el silencio.
Es el silencio de quien lo llevó nueve meses en silencio.
Es el silencio de la Madre.
También ella fue testigo de su morir.
También ella fue testigo de su entierro.
También ella fue testigo de cómo corrían la piedra.
También ella fue testigo de cómo lo dejaban en silencio, mientras todos regresaban a casa en silencio.
Pero su silencio:
Fue un silencio de presencia.
Para ella él seguía en semilla de Pascua, como se hizo semilla de encarnación en su seno.
Para ella fue el silencio de la esperanza.
A nadie se le recuerda tan vivamente como al que hemos enterrado.
El se queda en el silencio del sepulcro.
Pero cada uno lo llevamos en el silencio del corazón.
Las madres engendran la vida.
Por eso les cuesta creer en la muerte.
María sigue creyendo en la vida.
María es demasiado Madre para olvidar.
Su Hijo es demasiado Hijo para morir.
Tuvo que esperar nueve meses para verlo entre sus brazos.
Sabe que ahora tendrá que esperar unas horas para volver a sentirlo a su lado.
Recuerdo que, cuando era niño, desde la muerte de Jesús a su Resurrección, se nos prohibía hacer ruido, algo así como se nos prohibiese despertarlo antes de tiempo.
Por eso, el Sábado Santo, es el sábado de las ausencias.
Pero es también el sábado de las esperas.
Es el sábado donde todo parece estar vacío.
Pero donde todo está lleno de memoria y de espera.
Es el sábado del silencio para dejar que el recuerdo lo llene todo.
El Sábado Santo es como la noche que cae suavemente sobre las flores del jardín, a la espera de que el sol del amanecer les devuelva de nuevo el brillo de sus colores.
El corazón de María es ese jardín, lleno de colores, por más que la memoria del sepulcro impide verlos, pero no impide sentirlos.
Ella lo sabe.
El se quedó en un sepulcro que no era suyo.
Se quedó en un sepulcro prestado.
¿Para qué comprarlo si no lo necesitaría al tercer día?
A Jesús le bastaba el corazón vivo de la Madre y el sepulcro prestado de los hombres.
“Nos dijeron de noche que estabas muerto,
Y la fe estuvo en vela junto a tu cuerpo…
Con la vuelta del sol,
Volverá a ver la tierra la gloria del Señor”.
Pensamiento: No está muerto lo que vive en el corazón.
juanjauregui.es
¡Menos mal que todo acabó! Ya no sufre más. Ahora puede descansar ... y nosotros también. Lo decimos de los muertos cercanos que han vivido una dura agonía. Y, quizá sin quererlo, lo decimos de Jesús, de Dios. El Sábado Santo es la fiesta patronal de los que preferimos organizar la existencia sin las complicaciones del factor Dios, etsi Deus non daretur ("como si Dios no existiera"). Es el día de la cultura secularizada. Dejemos a los muertos que entierren a sus muertos. Nosotros aprovechamos para ir a la playa o disfrutar de una buena comida con los amigos.
Pero la ausencia de Dios está sembrada de nostalgia. Y tarde o temprano germinará. Mientras nosotros ocupamos el tiempo en nuestros asuntos –visto que el "asunto Dios" está casi liquidado– hay dos mujeres que hacen del Sábado Santo una sala de espera: María de Nazaret, la madre, y María de Magdala, la discípula amiga. Ellas hace siglos que han traspasado con la fuerza del amor los muros de la cultura secularizada. Están "más allá". Por eso, interpretan el "más acá" con más realismo que nadie. Saben que la cosa no ha hecho más que empezar. Y esperan.
El Sábado Santo tiene un sabor mariano. Por eso, quien no ha desistido de buscar hace bien en acercarse, aunque sea de incógnito, a la madre del Crucificado. Ella es quien mantiene el ritmo de nuestra espera: "Esperaste cuando todos vacilaban / el triunfo de Jesús sobre la muerte". La cultura de la indiferencia religiosa, del "no sabe/no contesta", encuentra en María la guía espiritual para tiempos de ausencia. Sin imponer nada, a base de comprensión y silencio, rehace la estructura mental y afectiva de quienes hemos despachado demasiado alegremente el asunto de Dios. Nos hace sentir el vacío, más como nostalgia de la meta que como peso que grava nuestra conciencia.
Santa María del Sábado Santo, mantén encendida la luz de nuestra lámpara.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica?ref=tn_tnmn
El Sábado del silencio y la espera
Sábado Santo
La losa del sepulcro puso silencio en el Calvario.
También puso silencio en los corazones doloridos.
Es un silencio de dolor y pena.
Es un silencio del vacío del que miramos ausente.
La losa que cierra el sepulcro es como el último gesto del morir.
Mientras al muerto se le está velando, da la impresión de que, de alguna manera, aún está presente.
Cuando se cierra el sepulcro todo parece que ha terminado.
El Sábado Santo parece un sábado vacío.
Calla la Liturgia.
Calla la Iglesia.
Callan los corazones.
Uno no sabe si a Jesús lo hemos dejado encerrado en el sepulcro o lo llevamos guardado en nuestros corazones rumiando en silencio su muerte.
Su vacío nos deja sin aliento.
Su ausencia nos deja sin palabras.
¿Qué decir si El no está?
Cuando ya no está la Palabra ¿qué pueden decir las palabras?
Pero hay un silencio que está vivo.
Es el silencio de quien lo concibió en el silencio.
Es el silencio de quien lo llevó nueve meses en silencio.
Es el silencio de la Madre.
También ella fue testigo de su morir.
También ella fue testigo de su entierro.
También ella fue testigo de cómo corrían la piedra.
También ella fue testigo de cómo lo dejaban en silencio, mientras todos regresaban a casa en silencio.
Pero su silencio:
Fue un silencio de presencia.
Para ella él seguía en semilla de Pascua, como se hizo semilla de encarnación en su seno.
Para ella fue el silencio de la esperanza.
A nadie se le recuerda tan vivamente como al que hemos enterrado.
El se queda en el silencio del sepulcro.
Pero cada uno lo llevamos en el silencio del corazón.
Las madres engendran la vida.
Por eso les cuesta creer en la muerte.
María sigue creyendo en la vida.
María es demasiado Madre para olvidar.
Su Hijo es demasiado Hijo para morir.
Tuvo que esperar nueve meses para verlo entre sus brazos.
Sabe que ahora tendrá que esperar unas horas para volver a sentirlo a su lado.
Recuerdo que, cuando era niño, desde la muerte de Jesús a su Resurrección, se nos prohibía hacer ruido, algo así como se nos prohibiese despertarlo antes de tiempo.
Por eso, el Sábado Santo, es el sábado de las ausencias.
Pero es también el sábado de las esperas.
Es el sábado donde todo parece estar vacío.
Pero donde todo está lleno de memoria y de espera.
Es el sábado del silencio para dejar que el recuerdo lo llene todo.
El Sábado Santo es como la noche que cae suavemente sobre las flores del jardín, a la espera de que el sol del amanecer les devuelva de nuevo el brillo de sus colores.
El corazón de María es ese jardín, lleno de colores, por más que la memoria del sepulcro impide verlos, pero no impide sentirlos.
Ella lo sabe.
El se quedó en un sepulcro que no era suyo.
Se quedó en un sepulcro prestado.
¿Para qué comprarlo si no lo necesitaría al tercer día?
A Jesús le bastaba el corazón vivo de la Madre y el sepulcro prestado de los hombres.
“Nos dijeron de noche que estabas muerto,
Y la fe estuvo en vela junto a tu cuerpo…
Con la vuelta del sol,
Volverá a ver la tierra la gloria del Señor”.
Pensamiento: No está muerto lo que vive en el corazón.
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