Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor
Queridos hermanos:
¡Qué no te lo cuenten! El amanecer del domingo de Pascua, la primera luna llena de primavera, el renacer de la naturaleza, todo nos invita a no ser espectadores: a ser protagonistas de una experiencia. Pascua significa “paso” y, si no pasa nada (no hay pascua), éste es sin duda el gran problema de nuestro cristianismo actual: no acabamos de creer en la resurrección personal, comunitaria o social. Ya lo decía San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es inútil” (1 Cor 15,14). Si las palabras de estos días se convierten en algo ritual o hueco, en idealismo o buenas palabras, en buenas intenciones o sólo en oraciones y celebraciones bellas, puede suceder que no lleguemos a ser testigos de una experiencia que transforme nuestras vidas.
Cuando la vida se hace chata, mostrenca y no se piensa en que las cosas, las personas, las situaciones pueden cambiar, renovarse como la primavera, es difícil creer en la resurrección. Los que somos de pueblo sabemos que si vas al rio, en la orilla encuentras guijarros, piedras que se han hecho planas con el rozar del agua, si las lanzas harán puentes hasta el otro lado, si las abres o partes encontraras que la humedad se ha metido dentro. Si hasta las piedras del río cambian, ¿cómo no van a cambiar las personas?, ¿cómo podemos decir que no podemos hacer nada? Hay que creer en el cambio de aquí, en que es posible la fraternidad, la justicia, el Reino en definitiva, para poder vivir y mirar a los hombres, la historia, con ojos nuevos que transciendan nuestra realidad tan estática.
Sólo nos vale la vivencia de los discípulos que comienza esta mañana y continúa en los Hechos de los Apóstoles. Llenos de miedo por lo que han hecho con Jesús, se esconden, algunos incluso se marchan camino de Emaús, vuelven a Galilea, tienen miedo. Pero hay un momento,(esta fiesta está muy unida a Pentecostés), en que salen a la calle a proclamar que ¡ha resucitado! Saben que los van a matar, de hecho así fue, pero acabaron con el miedo y con la muerte. Pocos están dispuestos a dar la vida por una idea o una esperanza, si antes no ha sido una experiencia. Dice el texto de hoy: “vio y creyó”. Ya nada es igual. A partir de ese momento las palabras de Jesús se recuerdan, después se leerán en comunidad, con otros ojos y con otra clave, la de la resurrección: “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura”. Una persona puede ser “creyente” en sus cosas, en sus devociones, en sus oraciones, pero si no ha hecho la experiencia de Cristo Resucitado no es “cristiana”.
Cada año surge la Pascua como una llamada a revitalizar y transformar lo que se ha hecho indiferencia, rutina, cansancio, aburrimiento; en alegría, comprensión, respeto, diálogo, corresponsabilidad, pensamiento y acción. Y podemos preguntarnos: ¿cuál es la pascua o “paso” que personalmente, en comunidad, en el ámbito social, debemos dar este año? La Pascua nos exige interrogarnos no sólo por nuestras vivencias sino también por la marcha de la comunidad y de la Iglesia. Si la vida de nuestras comunidades no acusa cambio positivo alguno, si todo sigue con el mismo ritmo de inercia, de quietud, de pereza, nuestras parroquias suenan más a sábado por la mañana que a domingo de Pascua. Quizás el abandono de muchos se debe a que la resurrección sólo es una palabra ritual, y no la fuerza que dinamiza la vida personal, comunitaria y social.
Creer en la Resurrección es creer en que llegará el Reino, lo que proclamó Jesús en su vida, por eso el cristianismo no es “el opio del pueblo”. Es pensar que es posible hacerlo todo nuevo, que triunfa la vida sobre la muerte, los crucificados sobre sus verdugos, que se puede transformar el mundo. Un dato: fueron las mujeres las primeras en descubrir la resurrección. Parece que Dios consideró que, quienes padecen la más antigua marginación de la historia, debían ser la primeras que en aquel amanecer vieran el resplandor de la nueva vida. Algo se nos debe querer decir sobre cómo vivir en nuestro actuar eclesial y social.
¿No busquemos todavía hoy entre los muertos al que está vivo? Proclamemos un ¡Viva la vida! y la alegría de vivir. ¡Qué no te lo cuenten!, ¡Haz la experiencia!
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
La
Pascua no es la celebración de un acontecimiento pasado que cada año
que transcurre queda un poco más lejos de nosotros. Los creyentes
celebramos hoy al resucitado que VIVE ahora llenando de vida la historia
de los hombres.
Creer en Cristo resucitado no es solamente creer en algo que sucedió al muerto Jesús. Es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “No tengáis miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18).
Cristo resucitado vive ahora penetrándolo todo de su energía vital. De manera oculta pero real va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final. Él es la “la ley secreta” que dirige la marcha de todo hacia la Vida. Él es “el corazón del mundo” según la bella expresión de K. Rahner.
Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito y pasa, se disuelve y muere sin haber llegado a plenitud.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo
¡Qué no te lo cuenten! El amanecer del domingo de Pascua, la primera luna llena de primavera, el renacer de la naturaleza, todo nos invita a no ser espectadores: a ser protagonistas de una experiencia. Pascua significa “paso” y, si no pasa nada (no hay pascua), éste es sin duda el gran problema de nuestro cristianismo actual: no acabamos de creer en la resurrección personal, comunitaria o social. Ya lo decía San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es inútil” (1 Cor 15,14). Si las palabras de estos días se convierten en algo ritual o hueco, en idealismo o buenas palabras, en buenas intenciones o sólo en oraciones y celebraciones bellas, puede suceder que no lleguemos a ser testigos de una experiencia que transforme nuestras vidas.
Cuando la vida se hace chata, mostrenca y no se piensa en que las cosas, las personas, las situaciones pueden cambiar, renovarse como la primavera, es difícil creer en la resurrección. Los que somos de pueblo sabemos que si vas al rio, en la orilla encuentras guijarros, piedras que se han hecho planas con el rozar del agua, si las lanzas harán puentes hasta el otro lado, si las abres o partes encontraras que la humedad se ha metido dentro. Si hasta las piedras del río cambian, ¿cómo no van a cambiar las personas?, ¿cómo podemos decir que no podemos hacer nada? Hay que creer en el cambio de aquí, en que es posible la fraternidad, la justicia, el Reino en definitiva, para poder vivir y mirar a los hombres, la historia, con ojos nuevos que transciendan nuestra realidad tan estática.
Sólo nos vale la vivencia de los discípulos que comienza esta mañana y continúa en los Hechos de los Apóstoles. Llenos de miedo por lo que han hecho con Jesús, se esconden, algunos incluso se marchan camino de Emaús, vuelven a Galilea, tienen miedo. Pero hay un momento,(esta fiesta está muy unida a Pentecostés), en que salen a la calle a proclamar que ¡ha resucitado! Saben que los van a matar, de hecho así fue, pero acabaron con el miedo y con la muerte. Pocos están dispuestos a dar la vida por una idea o una esperanza, si antes no ha sido una experiencia. Dice el texto de hoy: “vio y creyó”. Ya nada es igual. A partir de ese momento las palabras de Jesús se recuerdan, después se leerán en comunidad, con otros ojos y con otra clave, la de la resurrección: “Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura”. Una persona puede ser “creyente” en sus cosas, en sus devociones, en sus oraciones, pero si no ha hecho la experiencia de Cristo Resucitado no es “cristiana”.
Cada año surge la Pascua como una llamada a revitalizar y transformar lo que se ha hecho indiferencia, rutina, cansancio, aburrimiento; en alegría, comprensión, respeto, diálogo, corresponsabilidad, pensamiento y acción. Y podemos preguntarnos: ¿cuál es la pascua o “paso” que personalmente, en comunidad, en el ámbito social, debemos dar este año? La Pascua nos exige interrogarnos no sólo por nuestras vivencias sino también por la marcha de la comunidad y de la Iglesia. Si la vida de nuestras comunidades no acusa cambio positivo alguno, si todo sigue con el mismo ritmo de inercia, de quietud, de pereza, nuestras parroquias suenan más a sábado por la mañana que a domingo de Pascua. Quizás el abandono de muchos se debe a que la resurrección sólo es una palabra ritual, y no la fuerza que dinamiza la vida personal, comunitaria y social.
Creer en la Resurrección es creer en que llegará el Reino, lo que proclamó Jesús en su vida, por eso el cristianismo no es “el opio del pueblo”. Es pensar que es posible hacerlo todo nuevo, que triunfa la vida sobre la muerte, los crucificados sobre sus verdugos, que se puede transformar el mundo. Un dato: fueron las mujeres las primeras en descubrir la resurrección. Parece que Dios consideró que, quienes padecen la más antigua marginación de la historia, debían ser la primeras que en aquel amanecer vieran el resplandor de la nueva vida. Algo se nos debe querer decir sobre cómo vivir en nuestro actuar eclesial y social.
¿No busquemos todavía hoy entre los muertos al que está vivo? Proclamemos un ¡Viva la vida! y la alegría de vivir. ¡Qué no te lo cuenten!, ¡Haz la experiencia!
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
La
Pascua no es la celebración de un acontecimiento pasado que cada año
que transcurre queda un poco más lejos de nosotros. Los creyentes
celebramos hoy al resucitado que VIVE ahora llenando de vida la historia
de los hombres.
Creer en Cristo resucitado no es solamente creer en algo que sucedió al muerto Jesús. Es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “No tengáis miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18).
Cristo resucitado vive ahora penetrándolo todo de su energía vital. De manera oculta pero real va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final. Él es la “la ley secreta” que dirige la marcha de todo hacia la Vida. Él es “el corazón del mundo” según la bella expresión de K. Rahner.
Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito y pasa, se disuelve y muere sin haber llegado a plenitud.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). - See more at: http://juanjauregui.es/domingo-de-resurreccion/#sthash.43fv4yMJ.dpuf
Creer en Cristo resucitado no es solamente creer en algo que sucedió al muerto Jesús. Es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “No tengáis miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18).
Cristo resucitado vive ahora penetrándolo todo de su energía vital. De manera oculta pero real va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final. Él es la “la ley secreta” que dirige la marcha de todo hacia la Vida. Él es “el corazón del mundo” según la bella expresión de K. Rahner.
Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito y pasa, se disuelve y muere sin haber llegado a plenitud.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). - See more at: http://juanjauregui.es/domingo-de-resurreccion/#sthash.43fv4yMJ.dpuf
Creer en Cristo resucitado no es solamente creer en algo que sucedió al muerto Jesús. Es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “No tengáis miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18).
Cristo resucitado vive ahora penetrándolo todo de su energía vital. De manera oculta pero real va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final. Él es la “la ley secreta” que dirige la marcha de todo hacia la Vida. Él es “el corazón del mundo” según la bella expresión de K. Rahner.
Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito y pasa, se disuelve y muere sin haber llegado a plenitud.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo
JUAN JAUREGUI
La
Pascua no es la celebración de un acontecimiento pasado que cada año
que transcurre queda un poco más lejos de nosotros. Los creyentes
celebramos hoy al resucitado que VIVE ahora llenando de vida la historia
de los hombres.
Creer en Cristo resucitado no es solamente creer en algo que sucedió al muerto Jesús. Es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “No tengáis miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18).
Cristo resucitado vive ahora penetrándolo todo de su energía vital. De manera oculta pero real va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final. Él es la “la ley secreta” que dirige la marcha de todo hacia la Vida. Él es “el corazón del mundo” según la bella expresión de K. Rahner.
Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito y pasa, se disuelve y muere sin haber llegado a plenitud.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). - See more at: http://juanjauregui.es/domingo-de-resurreccion/#sthash.43fv4yMJ.dpuf
Creer en Cristo resucitado no es solamente creer en algo que sucedió al muerto Jesús. Es saber escuchar hoy desde lo más hondo de nuestro ser estas palabras: “No tengáis miedo, soy yo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos” (Ap 1,17-18).
Cristo resucitado vive ahora penetrándolo todo de su energía vital. De manera oculta pero real va impulsando nuestras vidas hacia la plenitud final. Él es la “la ley secreta” que dirige la marcha de todo hacia la Vida. Él es “el corazón del mundo” según la bella expresión de K. Rahner.
Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida de manera diferente. Intuir con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito y pasa, se disuelve y muere sin haber llegado a plenitud.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). - See more at: http://juanjauregui.es/domingo-de-resurreccion/#sthash.43fv4yMJ.dpuf