Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,31-36):
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Palabra del Señor
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Palabra del Señor
Queridos amigos:
Estamos en primavera. Mientras escribo, está descargando una tormenta. Está lloviendo a base de bien. No sé porqué se me ha venido a la cabeza que este verano va a haber mosquitos en abundancia. Los mosquitos son bastante molestos, al menos para mí. Cuentan un chiste a este propósito. Dicen que uno, harto por la noche del zumbido de un mosquito, que se posaba en un lugar indeterminado, cerca de su oreja, y harto también de pegarse inútiles bofetadas entre sueños para cazarlo, decidió, contra su pereza, esperarlo con los cinco sentidos bien despiertos. Y, cuando llegó de nuevo zumbando el mosquito, de un manotazo lo atrapó. Se sintió profundamente satisfecho. Lo tenía ya en su mano cerrada, pero no apretada. Y en ese momento se puso a zumbar por los huecos de la mano en que estaba atrapado el mosquito. Antes de terminar con su vida, le decía al mosquito, entre zumbido y zumbido: “molesto, ¿verdad?, molesto”.
Los disidentes pueden parecernos como los mosquitos zumbones del verano, cuando cuestionan lo que para el (des)orden establecido es incuestionable. Resultan molestos. Gente conflictiva. Hasta se pueden hacer odiosos, si no se doblegan y dan la razón a quien cree tenerla por el cargo que ostenta. Sean las que sean, las razones de la disidencia y de la objeción de conciencia resultan un engorro para los custodios encargados de mantener la paz(iencia) y la tranquilidad (que viene de tranca). Es cierto que hay que tener buenas razones para disentir. Pero, sobre todo, hay que tener dignidad y no estar dispuesto a venderse. Ya decía un filósofo: “el hombre tiene dignidad y no precio”.
Los apóstoles son unos disidentes recalcitrantes y molestos. Ante el Consejo, el Sumo Sacerdote les interroga: “¿no os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése?”. Pedro y los apóstoles replican con toda razón: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Así que, desde el inicio, en la Iglesia han tenido un puesto los disidentes. Todavía debieran tenerlo. No habría nada que esconder. No habría que jugar con las palabras, asegurando, para tranquilidad del personal, que él no disiente de la Iglesia, sino que disiente en la Iglesia. Sospecho que quien así habla quiere cubrirse las espaldas, pero es muy posible que no lo logre y, como el mosquito zumbón en la mano del molestado cazador, su historia terminará siendo la crónica de una muerte anunciada. Menos mal que uno cree en la resurrección de los muertos.
Vuestro amigo y hermano
José Vico Peinado cmf
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
Quien escucha a Jesús escucha a Dios
Jueves de la Segunda Semana de Pascua
“El que viene del cielo está por encima de todo. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la verdad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios…” (Jn 3,31-36)
Un discípulo espiritual preguntó a su maestro.
Maestro ¿cómo debo hablar de Dios?
El maestro le respondió: con las mismas palabras que has escuchado de él y con la experiencia que tienes de él.
¿Y cómo le debo hablar a Dios?
Como tú lo sientes dentro de tu corazón.
¿Y no podías dar algunas de las que tú le dices?
No. Porque entonces le dirías mis palabras y no las tuyas.
Jesús no habla como alguien que piensa en Dios.
Jesús no es un teólogo que dice sus pensamientos sobre Dios.
Jesús habla “de lo que ha visto y oído” en Dios.
Por eso mismo, quien escucha a Jesús escucha a Dios.
Quien escucha a Jesús, no escucha a un maestro que sabe mucho de Dios.
Quien escucha a Jesús escucha al mismo Dios.
El no es más que la resonancia humana de la palabra eterna de Dios.
Nuestra experiencia de fe no está tanto en los libros ni en escuchar discursos y sermones.
Nuestra experiencia de fe tiene que estar marcada fundamentalmente de dos experiencias:
Ver a Dios.
Oír a Dios.
Y esto lo debiéramos tener presente en nuestra oración, porque, de ordinario:
Oramos siempre con las palabras de otros.
Oramos aprendiendo de memoria oraciones que otros han hecho.
Preferimos tener delante un libro y rezar desde él.
Por eso nuestra oración suele tener poco nuestro.
Las palabras son de otros.
Los sentimientos son de otros.
Por eso mismo, nuestra oración debiera tener más silencios y menos palabras.
Oración que ve desde la fe.
Oración que escucha desde el corazón.
Necesitamos gente que hable.
Pero necesitamos gente que hable en nombre de Dios.
Pero en nombre de Dios porque primero “ha visto y ha oído”.
Jesús no habla por sí mismo.
Habla de lo que “ha oído”.
Habla de lo que “ha visto”.
Por eso quien le escucha, más que escucharle a él, escucha al Padre que habla por él.
Lo dijo en una ocasión: “quien me escucha a mí no me escucha a mí sino al Padre”.
Yo soy de los que hablo demasiado.
Pero, con frecuencia me pregunto, si soy yo el que hablo o hablará Dios por mí. Resulta muy fácil creer que hablamos en nombre de Dios.
Pero a mí me resulta inquietante. Por eso me pregunto:
¿Cuánto veo?
¿Cuánto escucho?
Me encantaría poder decir como Jesús: “El que Dios envió habla las palabras de Dios”. Y por eso mismo: “El que cree en el Hijo posee la vida eterna”.
Luego de ese monólogo en el que sólo habla Jesús, Nicodemo debió de quedar mareado, sin saber donde estaba. Es posible que, por primera vez, escuchase decir cosas que valían la pena escuchar. Se vino de noche y se marchó de noche, pero estoy seguro que llevaba iluminada el alma por dentro.
Pensamiento: Nunca hables con palabras prestadas. Habla con palabras oídas a Dios.
juanjauregui.es