Evangelio y Comentario de hoy Martes 10 de Marzo 2015

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35):

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor

      Hay cosas que es posible que nos cueste entender porque son difíciles. Pero ciertamente hay otras que no las queremos entender, que somos nosotros los que ponemos el velo que nos impide ver con claridad. El caso del perdón está claro. La pregunta de Pedro es de esas que no merece contestación. “¿Cuántas veces hay que perdonar al hermano?” Todas las que sea necesario, por supuesto. Pero como Jesús era muy paciente, hasta le cuenta una historia en la que le viene decir que no nos conviene ser tacaños con el perdón porque todos, absolutamente todos, tenemos el tejado de cristal y necesitamos que Dios nos perdone, nos cure, nos reconcilie. Y sin esa mano sanadora-recreadora de Dios no tenemos mucho futuro. ¡Cómo para negar nosotros al hermano el perdón!
      Pero hay más. ¿No nos damos cuenta de que negar el perdón es mucho peor para nosotros que para el otro? Negar el perdón supone quedarnos con la herida permanentemente abierta. En ella comienza a nacer rápidamente el pus del rencor, del deseo de venganza, de la violencia. Y todo eso nos hace infelices a nosotros. Negar el perdón al que nos ha hecho mal es peor para nosotros. ¿Es tan difícil entenderlo?
      En la parábola que cuenta Jesús hay dos deudores. Uno recibe el perdón y el otro no. Al que recibe el perdón se le condona una deuda enorme, increíble. El que no recibe el perdón tenía una deuda pequeñita, una miseria. Para mayor contraste, Jesús hace que sea el que ha recibido el perdón por la deuda grande el que no perdona al de la deuda mínima. De esa manera nos dice que todos hemos sido perdonados, acogidos, amados, reconciliados por Dios. Al Padre le importa mucho más tener a sus hijos en casa que todas las ofensas recibidas. Por eso, no podemos ser tan miserables como para no perdonar a los hermanos que nos hayan ofendido. No podemos ser tan miserables como para andar contando las veces que tenemos que perdonar. Lo que nos deben no tiene nada que ver con lo que a nosotros nos ha sido perdonado. Vale la pena ser generosos. Mejor para nosotros, que nos quedamos más tranquilos y nos libramos del rencor enfermizo. Mejor para el perdonado, que recibe –igual que nosotros tantas veces– una nueva oportunidad. Y mejor, sobre todo, para la familia entera de Dios que se puede volver a reunir para celebrar la fraternidad.

Fernando Torres Pérez, cmf  

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Las matemáticas no sirven para el amor

Martes de la tercera semana de cuaresma
“Se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. ( Mt 18, 21-35)
Las matemáticas son buenas para contar el dinero.
Pero no sirven para el amor.
Las matemáticas en el amor son como el agua al vino.
El agua es buena, pero cuando la bebemos sola.
Si la echamos al vino termina estropeando el vino.

Y el perdón es cuestión de amor:
Y como el amor el perdón no utiliza las matemáticas.
Y así como el amor no vive de los números sino del “siempre”, lo mismo sucede con el perdón.
Amar, siempre.
Perdonar, siempre.

Quien le pone matemáticas al amor, termina por no amar, sino creer que ama.
Quien le pone matemáticas al perdón, tampoco perdona de verdad, por más que se imagine que perdona.
Porque los números son siempre limitativos.
Y el amor no tiene límites.
El único límite del amor es “dar la vida por aquel a quien amamos”.
Quien perdona contabilizando sus perdones, no perdona de corazón, porque será siempre un amor condicionado.

Dios que es amor, ama siempre y perdona siempre.
¿Qué vuelves a caer? Está mal.
Pero Dios seguirá amándote y perdonándote.
¿Qué eres reincidente y tu debilidad te hace tropezar?
Pues reconoce tu debilidad, pero no dejes de creer en el amor y en el perdón.
Dios no sabe de matemáticas.
Las únicas matemáticas del amor de Dios es el “siempre”.

¿Cuántas veces debo perdonarme a mí mismo?
Porque para perdonar a los demás debo comenzar por perdonarme a mí mismo, como para amar a los demás he de comenzar por amarme a mí mismo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Pues si he de amarme siempre a mí mismo, también tendré que perdonarme siempre.

¿Cuántas veces debo dejarme perdonar?
Todas las veces.
Siempre, aunque, a veces tu orgullo se revele.
Tengo que dejarme perdonar tantas veces cuantas estoy llamado a perdonar a los demás. Y la palabra es “siempre”.

¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi esposo/a?
Recuerda lo que dijiste el día tu boda: “amarte y servirte todos los días de mi vida”.
Ahí tienes la respuesta: “tendré que perdonarle todos los días de mi vida”.
Medir nuestros perdones, es ponerle medida a nuestro amor.
Y quien mide el amor, no ama de verdad.
Medir las veces que os habéis perdonado, es medir vuestro amor.

¿Cuántas veces debo perdonar a mis hijos o a mis padres?
Quien ha regalado el don de la vida, no puede ponerle ahora medida a su amor y a su perdón.
Quien ha recibido el don de la vida, no puede dejar de amar y perdonar mientras siga disfrutando de esa vida.

¿Cuántas veces debo perdonar a mi prójimo?
Las mismas que Dios te perdona y le perdona.
Por tanto, “siempre”.

Nuestra vocación es la de Dios: amar y amar perdonando.
Nuestra condición es la de Dios: amar y amar perdonando.
La medida de tu perdón será la media de tu amor.

Pensamiento: Dime cuánto perdonas y te diré cuánto amas. Dime cuándo perdonas y te diré cuando amas de verdad.
juanjauregui.es