Con la Palabra de Dios
Sábado de la semana 29 del tiempo
ordinario
“Uno tenía una higuera
plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo
entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar frutos en esta
higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor
y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”. (Lc 13,1-9)
El texto comienza recordándole a
Jesús la suerte de aquellos galileos a quienes Pilato eliminó. Y también
aquellos que murieron aplastados por la torre de Siloé.
Siempre resulta más fácil recordar la suerte de los demás que la propia.
Siempre resulta más fácil recordar lo que hicieron los demás que lo que hacemos nosotros.
Siempre resulta más fácil recordar la suerte de los demás que la propia.
Siempre resulta más fácil recordar lo que hicieron los demás que lo que hacemos nosotros.
Siempre resulta más fácil recordar lo que nos hicieron a nosotros que lo que nosotros hemos hecho a los demás.
Siempre resulta más fácil tomar conciencia de lo que son los demás que lo que somos nosotros.
Siempre resulta más fácil pedir cuentas de lo que otros hacen de lo que hacemos.
Pero Jesús es bien claro:
Olvidad lo que pasó a los demás.
Pensad en lo que os puede suceder a vosotros.
Olvidad lo que hicieron los demás.
Pensad en lo que vosotros hacéis.
Olvidad la suerte que corrieron otros.
Pensad en la que os espera a cada uno de vosotros.
Porque no es pensando en lo que
hacen los demás cómo se solucionan las cosas.
El problema está en qué hacemos nosotros.
El problema está en lo que somos nosotros.
El problema no son los otros.
El problema soy yo.
El problema somos nosotros.
El problema no es cómo piensan los otros.
El problema está en cómo pensamos nosotros.
El problema no está en lo buenos o malos que son los otros.
El problema está en lo bueno o malos que somos cada uno.
¡Cuidado con mirar a los demás y
olvidarnos de mirarnos a nosotros mismos!
Porque, todos somos la posible higuera de la que se esperan frutos y no los tiene.
Porque, todos somos la posible higuera, a la que año tras año se le reclaman higos y no los tiene.
Porque, todos somos la posible higuera, que tiene mucha apariencia pero somos inútiles.
Porque, todos somos la posible higuera, que debiera dar frutos de gracia y de santidad.
Porque, todos somos la posible higuera que, florecen apariencias pero no pasa de eso, apariencias.
Porque, todos somos la posible higuera que estamos inútilmente, lamentándonos de los demás, pero sin hacer nosotros algo que valga la pena.
Porque, todos somos la posible higuera de la que se esperan frutos y no los tiene.
Porque, todos somos la posible higuera, a la que año tras año se le reclaman higos y no los tiene.
Porque, todos somos la posible higuera, que tiene mucha apariencia pero somos inútiles.
Porque, todos somos la posible higuera, que debiera dar frutos de gracia y de santidad.
Porque, todos somos la posible higuera que, florecen apariencias pero no pasa de eso, apariencias.
Porque, todos somos la posible higuera que estamos inútilmente, lamentándonos de los demás, pero sin hacer nosotros algo que valga la pena.
Es el momento de la autorreflexión.
Es el momento de mirarnos a nosotros mismos y no fijarnos tanto en los otros.
Es el momento en que cada uno debemos preguntarnos:
Qué frutos de verdad estamos dando cada día.
Qué frutos de bondad estamos dando cada día.
Qué frutos de alegría estamos dando cada día.
Qué frutos de comprensión de los demás estamos dando cada día.
Qué frutos de amor estamos dando cada día.
Qué frutos de santidad estamos dando cada día, sin preocuparnos tanto de los frutos de pecado de los demás.
Es el momento de mirarnos a nosotros mismos y no fijarnos tanto en los otros.
Es el momento en que cada uno debemos preguntarnos:
Qué frutos de verdad estamos dando cada día.
Qué frutos de bondad estamos dando cada día.
Qué frutos de alegría estamos dando cada día.
Qué frutos de comprensión de los demás estamos dando cada día.
Qué frutos de amor estamos dando cada día.
Qué frutos de santidad estamos dando cada día, sin preocuparnos tanto de los frutos de pecado de los demás.
Tenemos la tremenda suerte de que
nuestro viñador es Dios Padre.
Que siempre sabe esperar un año más.
Que cada día sabe abonar nuestras raíces con su amor.
Que cada día sabe regalarnos nuevas posibilidades.
Que siempre sabe esperar un año más.
Que cada día sabe abonar nuestras raíces con su amor.
Que cada día sabe regalarnos nuevas posibilidades.