Día litúrgico: Lunes XXVIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 11,29-32):
En aquel tiempo, habiéndose reunido la gente alrededor de Jesús, Él
comenzó a decir: «Esta generación es una generación malvada; pide una
señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás. Porque, así
como Jonás fue señal para los ninivitas, así lo será el Hijo del hombre
para esta generación. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio
con los hombres de esta generación y los condenará: porque ella vino de
los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo
más que Salomón. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta
generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la
predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás».
Comentario:
P.
Raimondo M.
SORGIA Mannai OP
(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
Esta generación es una generación malvada; pide una señal
Hoy,
la voz dulce —pero severa— de Cristo pone en guardia a los que están
convencidos de tener ya el “billete” para el Paraíso solamente porque
dicen: «¡Jesús, qué bello que eres!». Cristo ha pagado el precio de
nuestra salvación sin excluir a nadie, pero hay que observar unas
condiciones básicas. Y, entre otras, está la de no pretender que Cristo
lo haga todo y nosotros nada. Esto sería no solamente necedad, sino
malvada soberbia. Por esto, el Señor hoy usa la palabra “malvada”: «Esta
generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará
otra señal que la señal de Jonás» (Lc 11,29). Le da el nombre de
“malvada” porque pone la condición de ver antes milagros espectaculares
para dar después su eventual y condescendiente adhesión.Ni ante sus paisanos de Nazaret accedió, porque —¡exigentes!— pretendían que Jesús signara su misión de profeta y Mesías mediante maravillosos prodigios, que ellos querrían saborear como espectadores sentados desde la butaca de un cine. Pero eso no puede ser: el Señor ofrece la salvación, pero sólo a aquel que se sujeta a Él mediante una obediencia que nace de la fe, que espera y calla. Dios pretende esa fe antecedente (que en nuestro interior Él mismo ha puesto como una semilla de gracia).
Un testigo en contra de los creyentes que mantienen una caricatura de la fe será la reina del Mediodía, que se desplazó desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y resulta que «aquí hay algo más que Salomón» (Lc 11,31). Dice un proverbio que «no hay peor sordo que quien no quiere oír». Cristo, condenado a muerte, resucitará a los tres días: a quien le reconozca, le propone la salvación, mientras que para los otros —regresando como Juez— no quedará ya nada qué hacer, sino oír la condenación por obstinada incredulidad. Aceptémosle con fe y amor adelantados. Le reconoceremos y nos reconocerá como suyos. Decía el Siervo de Dios Don Alberione: «Dios no gasta la luz: enciende las lamparillas en la medida en que hagan falta, pero siempre en tiempo oportuno».
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La fe un don que recibimos
Lunes de la semana 28 del tiempo ordinario
“La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se les dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación”. (Lc 11,29-32)
Puede que nos parezca extraño y sin embargo tiene mucho de realidad: Nos cuesta mucho creer en Dios.
Dios necesita convencernos si es que quiere que creamos en él.
Dios tiene que justificarse para que podamos creer en él.
Dios tiene que darnos razones para que creamos en él.
Dios tiene que darnos pruebas para que creamos en él.
Pero lo peor es:
Exigirle las pruebas que nosotros queremos.
No bastan las pruebas que él nos da cada día.
Esas como que no nos sirven.
Somos nosotros los que ponemos las condiciones.
“Le pedimos signos”.
Pero los signos que logren convencernos a nosotros.
Diera la impresión de que:
Creer es perder algo.
Creer es renunciar a algo.
Creer es sacrificar muchas cosas nuestras.
Algo así como si le hiciésemos un favor a Dios por creer.
Algo así como si Dios tuviese que pagarnos por creer.
No lo decimos, claro que no, porque creo que sentiríamos vergüenza.
Pero lo hacemos algo así como en secreto.
¿Quién no le ha exigido alguna vez a Dios razones y motivos para creer en Él?
¿Quién no le ha exigido alguna vez “que nos haga signos, señales”?
Benedicto XVI repetía con cierta frecuencia: “Que Jesús no nos quita nada y nos lo da todo”.
No es Dios quien tiene que acreditarse delante de nosotros.
Seremos nosotros quienes tendríamos que acreditar nuestra fe en Él.
No es Dios quien tiene que “hacernos signos”.
Seremos nosotros quienes tendríamos que hacer verdaderos signos de fe en Él.
La fe no es quitarnos algo.
La fe es dárnoslo todo.
La fe no es doblegar nuestra inteligencia, como dicen algunos.
La fe es abrirle nuevos horizontes.
La fe no es algo que damos, sino un don que recibimos.
El verdadero signo de Dios es Jesús.
Es Jesús “Muerto y Resucitado”.
Son las “Llagas gloriosas del Resucitado”.
“No se le dará más signo que el signo de Jonás”.
Tenemos que reconocer:
Que nuestra fe ha sido demasiado mercantilista.
Que nuestra piedad cristiano ha tenido demasiado de compraventa.
“Si me concedes esto, yo te prometo lo otro”.
Muchos de nuestros actos de piedad han estado cargados de condicionamientos.
Piedades que han tenido mucho de “seguridad social”.
Si rezamos tal oración nos aseguramos una buena suerte.
Si hacemos tal otra Novena garantizamos nuestra salvación.
Nos parecemos a los delfines que son muy simpáticos, pero egoístas.
Dan unas cuantas piruetas en el agua, pero inmediatamente se acerca a la orilla en busca de su sardina. Y así se pasan el día, dicen que divirtiéndonos de simpáticos, pero en realidad se aprovechan de nuestra diversión para sacar su sardinita.
Y este tipo de piedad nos ha conducido insensiblemente:
A ser nosotros los que nos adelantamos a Dios.
A ser nosotros los que ganamos la benevolencia de Dios.
A ser nosotros los que le exigimos a Dios señales para creer en él.
¿Acaso no repetimos: “yo ya estoy perdiendo la fe, porque le recé y no me hizo caso?”
No le pidamos signos a Dios.
Sepamos ver las señales que cada día nos envía.
El mundo está poblado de señales de Dios.
Aprendamos a verlas para que luego no necesitemos pedirle las que a nosotros nos convienen.
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