Evangelio y Comentario de hoy Domingo 12 de Octubre 2014

Día litúrgico: Domingo XXVIII (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 22,1-14): En aquel tiempo, tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: ‘Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’.
»Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

»Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.

»Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».

Comentario: P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)

Id a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda

Hoy, Jesús nos muestra al rey (el Padre), invitando —por medio de sus “siervos” (los profetas)—, al banquete de la alianza de su Hijo con la humanidad (la salvación). Primero lo hizo con Israel, «pero no quisieron venir» (Mt 22,3). Ante la negativa, no deja el Padre de insistir: «Mirad mi banquete está preparado, (...) y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,4). Pero ese desaire, de escarnio y muerte de los siervos, suscita el envío de tropas, la muerte de aquellos homicidas y la quema de “su” ciudad (cf. Mt 22,6-7): Jerusalén.
Así es que, por otros “siervos” (apóstoles) —enviados a ir por «los cruces de los caminos» (Mt 22,9): «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas...», dirá más tarde el Señor Jesús en Mt 28,19— fuimos invitados nosotros, el resto de la humanidad, es decir, «todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Mt 22,10): la Iglesia. Aún así, la cuestión, no es sólo estar en la sala de bodas por la invitación, sino que, tiene que ver también y mucho, con la dignidad con la que se está («traje de boda», cf. v. 12). San Jerónimo comentó al respecto: «Los vestidos de fiesta son los preceptos del Señor y las obras cumplidas según la Ley y el Evangelio que son las vestiduras del hombre nuevo». Es decir, las obras de la caridad con las que se debe acompañar a la fe.

Conocemos que Madre Teresa, todas las noches, salía a las calles de Calcuta a recoger moribundos para darles, con amor, un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: «No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas que sabrán defenderme». ¡Bienaventurada ella! —Aprendamos la lección nosotros.

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¿Falta de apetito o falta de oído?


Domingo 28 del Tiempo Ordinario Cuando el Concilio Vaticano II habla del problema del ateísmo moderno, plantea el “ateísmo de la indiferencia”, y que personalmente yo llamaría “ateísmo de la falta de apetito”. Porque ¿qué otra cosa es la falta de apetito que la indiferencia ante la comida?
Max Weber por el contrario, habla de “la carencia de oído para lo religioso”.
Lo religioso pareciera que ha dejado de tener suficientes decibelios como para poder ser escuchado.
Y por eso mismo diera la impresión de que hoy todos somos un tanto sordos a la llamada de Dios.

Leyendo la parábola de hoy, de los invitados al banquete de bodas del Hijo de Dios con los hombres, uno siente, por una parte “el ateísmo de la indiferencia”, el “ateísmo de la falta de apetito”, en que ni siquiera la mesa preparada, los mejores terneros y las reses cebadas, son capaces de abrir el apetito a muchos. Y estos mismos sufren también la sordera incapaz de escuchar la música de la fiesta.
Pero tampoco todos son inapetentes e indiferentes ni todos son sordos. También los hay que todavía gozan de buen apetito y de buena audición. Es que toda generalización tiene el peligro de ser inexacta e incluso falsa.
Los inapetentes
Sí que los hay.
Son los que no carecen de nada.
Lo tienen todo.
Viven ocupados en “sus tierras”.
Viven obsesionados con “sus negocios”.
¿Por qué no llamarle “sordera del tener”?
¿O por qué no llamarle “indiferencia de la abundancia”?
Las cosas hacen demasiado ruido en el corazón.
Las cosas ocupan demasiado espacio y no dejan lugar a Dios.
Las cosas son buenas, pero cuando no ocupan todo el espacio del corazón.

También los hay de buen apetito
“Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. “Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. Y la sala del banquete se llenó de comensales”.
Por una parte, uno siente que hay demasiados que ya viven saturados de lo religioso.
Y por otra, uno percibe que la gente anda a la búsqueda de algo trascendente, de algo espiritual.

El banquete de la boda tenía buenos y apetitosos manjares. Y la gente harta se negó a participar. En cambio hoy uno se pregunta si ese banquete que nosotros ofrecemos no estará demasiado pobre, repetido, y sin demasiada música que alegre la vida.
Es un cuestionamiento que todos nos tenemos que hacer. ¿Por qué se van los que se van? ¿Por qué no vienen los que no están?

Jesús novio y esposo
A veces pienso que la imagen que ofrecemos de Jesús es poco atractiva.
Dios nos presenta una religión y una salvación que es “boda”. ¿No habrá en nuestra Iglesia más de velorio que de boda. Nuestra predicación no tendrá más de aburrimiento que de música y de fiesta.
El Dios que nos ofrece Jesús es un Dios que le encanta la fiesta.
Jesús mismo “se declara a sí mismo novio” y Dios termina celebrando la fiesta de boda “de su Hijo”.

Me encanta la idea de un “Dios enamorado, un Dios novio, un Dios esposo”.
Un Dios “enamorado” a quien le hemos caído bien, y se nos declara y nos hace arrumacos de cariño para ganar nuestro corazón.
Un Dios “novio” que se atreve a pedir la mano de nuestro corazón y se quiere comprometer definitivamente con nosotros.
Un Dios “esposo” que quiere entrar en plena comunión y alianza con nosotros y juntos vivir un mismo plan de vida, de amor, de alegría y de fecundidad.

Y eso lo dice el Evangelio. Y Pablo se atreve a decirles a los esposos: “Amad a vuestras mujeres como Jesús amó a su Iglesia y se entregó por ella, para dejarla sin mancha, ni arruga ni cosa semejante sino santa e inmaculada”.
Pero nosotros seguimos prefiriendo un Dios mucho más serio, que entiende poco de cariños de enamorado y menos de amor de esposo.
¿A caso hablamos hoy mucho de este amor enamorado de Dios?
Nos atrevemos a llamar a Jesús “enamorado-novio”?
Casi sentimos miedo a decirlo, por parecernos irreverente lo que para Dios quiere ser algo normal.
¿No creéis que tenemos que volver al Dios de Jesús y al Jesús del Evangelio, y olvidarnos de ese Dios tan austero que pareciera que hasta le molestan nuestras risas y nuestras alegría y nuestras fiestas?
El mundo tiene demasiados sufrimientos, es hora de que, al menos la Iglesia les ofrezca una fe y una religión de la alegría y la fiesta

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