El "asunto" no va conmigo
Miércoles de la semana 29 del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a sus discípulos: “Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Pedro le preguntó: “Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos”. (Lc 12,39-48)
Lo de siempre.
Pedro refleja lo que de ordinario sucede siempre.
Cuando decimos algo, siempre pensamos “¡qué bien le cae al otro!”
A Pedro le parece bien lo que dice Jesús. Pero su preocupación es otra.
Jesús ha dicho algo que está bien.
Pero ¿para nosotros y para los demás?
Siempre es más fácil aplicar el Evangelio a los demás que a uno mismo.
Siempre es más fácil ver la mota en el ojo ajeno que en el propio.
Siempre es más fácil ver los defectos del otro que los propios.
Siempre es más fácil ser comprensivos con nosotros mismos que con los otros.
¿Recuerdan aquella vieja ricachona, que hasta se permitía el lujo de tener capilla propia en su casa y que un fraile le fuese a celebrar misa a domicilio? Bueno, felizmente hoy no disponemos de curas que se puedan permitir ese lujo. No sé si la Iglesia seguirá premiando todavía a ciertos ricos con el privilegio de no tener que ir a la Iglesia como todo el Pueblo Dios.
Pues bien, había un sacerdote que la Semana anterior, con motivo de un Novenario, arremetió contra los ricos y su insensibilidad para con los pobres. La vieja, que se pudría en dinero, le dice al fraile de turno: “Padre, ¿escuchó a Don N. cómo hablaba contra los ricos el otro día? ¡Qué mal lo van a pasar los ricos ante Dios!”.
La cosa no iba con ella.
Ella no entraba en esas condenas ni en esos peligros.
La manía de aplicar el Evangelio a los demás sin que nos salpique.
Peligro que podemos correr nosotros los sacerdotes.
¡Como siempre hablamos a los demás!
¡Como siempre aplicamos el Evangelio a los demás!
Es posible que terminemos convencidos de que realmente el Evangelio es para los otros.
Mientras tanto nosotros “en el dique seco”.
Peligro que también puede correr la Iglesia.
Muy preocupada por todos.
Muy preocupada por todos los hombres y mujeres.
Muy preocupada por todos los problemas que hay en el mundo.
Muy preocupada por todos los problemas de injustita, de hambre del mundo.
El Concilio Vaticano II arrancó cuando, el grupo de Obispos nombrados por Juan XXIII, planteó que era preciso partir de una pregunta esencial: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Y así se abrió camino el Concilio.
Me hubiese gustado una Encíclica que también tuviese como sujeto a la Iglesia.
Iglesia ¿qué dices de ti mismo hoy?
Iglesia ¿cuáles es tu misión hoy?
Iglesia ¿qué tienes que decir hoy?
Iglesia ¿por qué te abandonan tantos hijos tuyos hoy?
Iglesia ¿en qué cosas tendrías que rejuvenecer hoy?
Porque el Evangelio comienza por cuestionar al que lo anuncia.
Para que luego pueda ser anunciado a los demás.
Mientras no me anuncie a mí mismo el Evangelio, no tengo derecho a proclamarlo a los demás.
Sí, Pedro, Jesús lo dice por vosotros, los suyos y luego por todos los demás.
¿No ves que el Evangelio mismo comienza diciendo: “Dijo Jesús a sus discípulos”.
Dios me habla primero a mí, para que yo pueda hablar a los otros.
No olvidemos que los Profetas primero escuchaban a Dios y luego anunciaban lo que Dios les había dicho: “Esto dice el Señor”.
Señor, cambia primero mi corazón si quieres que luego pueda pedir a mis fieles que cambien el suyo.
Señor, que yo sea el primero en estar atento y vigilante en cumplir el encargo que me has confiado, para que luego pueda acercarme a mis fieles.
Señor, gracias porque realmente a mí me has dado mucho. Dame esa conciencia de que también me exigirás mucho.
juanjauregui.es