Evangelio y Comentario de hoy Sabado 23 de Noviembre 2013

Día litúrgico: Sábado XXXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 20,27-40): En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer».

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven».

Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.
Comentario
No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven
Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.

Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).

Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).

Oración Colecta
Oh Dios, origen y fin de toda vida:
Te has entregado a nosotros
con un amor que nunca acaba.
Danos la esperanza inquebrantable
de que has preparado para nosotros
una vida y una felicidad
más allá de los poderes de la muerte.
Que esta firme esperanza nos sostenga
para encontrar alegría en la vida
y para afrontar resueltamente y sin temor
sus dificultados y desafíos,
por Jesucristo nuestro Señor.

Hermanos: Formamos un pueblo de esperanza y alegría, porque Jesucristo vive, está resucitado. Estamos seguros de que también nosotros resucitaremos un día con él. Por eso, nuestra esperanza en el amor y en la vida de Dios es inquebrantable.
Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo nos acompañe siempre.
A todos que pasen un Felizzz Sabado !!!!

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Sabado de la semana 33 del Tiempo Ordinario
“Como no hay más vida que esta terrena, se trata de aprovecharla al máximo y disfrutarla, coronémonos de rosas que mañana moriremos”, se dice que decían los antiguos y también los modernos descreídos. Algo así era pensaban los saduceos, que no creían en la resurrección. Quieren justificarse ante Jesús e intentan enredarlo con una pregunta de tipo casuístico basados en la ley del levirato establecida en el libro del Deuteronomio 25, 5-10. La respuesta de Jesús hace ver, en primer lugar, que el matrimonio es una realidad natural y necesaria para la prolongación de la especie humana en la tierra, además de ser origen de la vida de las familias.
En segundo lugar, la resurrección no es la simple prolongación de esta vida terrena con sus necesidades y deficiencias, sino un estado de vida absolutamente pleno donde ya no habrá necesidades que satisfacer.
En tercer lugar, Jesús prueba con la Escritura, que también los saduceos aceptaban como base de su fe judía, que Dios es un Dios de vivos y que por lo tanto el destino de todo hombre y de toda mujer es llegar a compartir esa vida plena con Dios.
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
El Dios de los antepasados, el Dios de la alianza, es un Dios fiel a sus promesas de una vida sin fin. Por eso, Dios no puede abandonar al hombre al poder de la muerte. En su fidelidad tiene que resucitarlo. La resurrección de Jesús es el cumplimiento de esta promesa de vida plena y total

La costumbre de cuidar y adornar las tumbas de nuestros familiares difuntos no es sólo una expresión de cariño hacia ellos. Es más. Es la expresión de que el amor no puede morir para siempre: hemos sido creados para amar, para vivir una vida que no tiene fin.
Nuestros Mártires son testigos extraordinarios de esta fe en la vida eterna, en la resurrección. Continuamente aparecen en sus escritos expresiones como ésta: ¡Adiós, hasta el cielo! Por eso eran capaces de afrontar tantos sufrimientos en esta tierra sin renegar de su fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano