Santo Evangelio Noviembre 21, 2013
Jesús llora sobre Jerusalén
Lucas 19, 41-44.
Tiempo Ordinario.
Y es que el hombre, la criatura que Dios ama con ternura, puede destruirse a sí mismo.
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44
Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».
Oración introductoria
Señor, ayúdame a comprender en esta oración lo que puede conducirme a la paz y a la auténtica felicidad. Abre mi mente y mi corazón, aumenta mi fe, acrecienta mi confianza, inflámame de tu amor y ayúdame a aprovechar esta oportunidad que me das para encontrarme contigo en esta meditación.
Petición
Jesús, ayúdame a evitar todo lo que te ofende y a agradarte con amor en mi comportamiento de cada día.
Meditación del Papa Francisco
"Señor, ¿a quién iremos?" pregunta el apóstol Pedro, portavoz de los seguidores fieles, ante la incomprensión de muchas de las personas que escuchaban a Jesús, y que habrían querido aprovecharse egoístamente de Él. Al plantearnos esta pregunta también nosotros somos miembros de la Iglesia de hoy, y si bien la pregunta es quizá más titubeante en nuestra boca que en los labios de Pedro, nuestra respuesta, como la del apóstol, puede ser sólo la persona de Jesús, que vivió hace dos mil años y sin embargo, nosotros podemos encontrarlo en nuestro tiempo cuando escuchamos su Palabra y estamos cerca de Él, de modo único, en la Eucaristía. ¡Que la Santa Misa no caiga para nosotros en una rutina superficial! ¡Que tomemos cada vez más de su profundidad! Hay que afinar nuestra vista espiritual por su amor. Es necesario aprender a vivir la Misa, como lo pedía el beato Juan Pablo II, recordando que a esto nos ayuda el hecho de detenernos en adoración ante el Señor eucarístico en el tabernáculo y recibir el Sacramento de la Reconciliación. (cf S.S. Francisco, 10 de junio de 2013).
Reflexión
Jesús llora por Jerusalén. Y profetiza una realidad que seguimos contemplando hoy. Existe división, existen enfrentamientos, existe desencuentro, existen guerras. A lo largo de todo el Antiguo Testamento la tierra prometida ha sido un punto de referencia, una esperanza y hasta cierto punto la garantía de un pueblo. Sin embargo, no es suficiente para la salvación, la tierra no deja de ser un lugar y sus miembros los responsables de lo que en ella sucede.
El pasaje de hoy parece sorprendente. Por un lado Jesús profetiza una realidad negativa de este mundo y por otro llora por el presente y el futuro de un pueblo. Jesús ama su tierra, ama a su pueblo y sufre por lo que no ve en él. El enfrentamiento es consecuencia de no entender lo que conduce a la paz, de obstinarse en creer que la paz global no es el resultado de la paz con uno mismo. Quizás, cuando Jesús llora, esta teniendo presente todas las guerras que se sucederán en el tiempo, todo el dolor que el hombre se produce a sí mismo. Y es que el hombre, la criatura que Dios ama con ternura, puede destruirse a sí mismo.
Podemos pensar en la guerra como en algo lejano en el espacio y en el tiempo, algo ajeno a nuestra realidad cotidiana. Y algo por lo que no podemos hacer mucho. Sin embargo nosotros podemos ser ángeles de paz o demonios de guerra. Porque la guerra en definitiva es el odio, es el rencor, el tomarse la justicia por su mano. Cuando no perdonamos una falta de caridad que han tenido con nosotros, cuando guardamos y recordamos el mal que nos han hecho, no estamos entendiendo lo que conduce a la paz.
Porque el hombre tiene un sentido de la justicia limitado y sobretodo imposible de realizar de modo exclusivamente horizontal. Porque nosotros somos limitados y vamos a fallar muchas veces, vamos a herir, aun sin intención, y vamos a ser heridos. No podemos aplicarnos un sentido de la paz irrealizable. Jesús llora porque nos obstinamos en no aceptar las normas flexibles del amor.
Propósito
Buscar la paz, que es fruto del amor y del perdón, de la comprensión y de la lucha por mejorar y amar sin medida. Jesús llora porque nos obstinamos en no aceptar las normas flexibles del amor.
Diálogo con Cristo
Señor, no puedo cerrar mi corazón y ahogar en mi egoísmo mi celo apostólico. Fortaléceme, hazme generoso para crecer en el amor y dedicarme a mi misión con ahínco, y así, hacer cuanto pueda para que la Nueva Evangelización llegue a muchas más personas.
=
Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
Jesús llora sobre Jerusalén
Lucas 19, 41-44.
Tiempo Ordinario.
Y es que el hombre, la criatura que Dios ama con ternura, puede destruirse a sí mismo.
Del santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44
Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».
Oración introductoria
Señor, ayúdame a comprender en esta oración lo que puede conducirme a la paz y a la auténtica felicidad. Abre mi mente y mi corazón, aumenta mi fe, acrecienta mi confianza, inflámame de tu amor y ayúdame a aprovechar esta oportunidad que me das para encontrarme contigo en esta meditación.
Petición
Jesús, ayúdame a evitar todo lo que te ofende y a agradarte con amor en mi comportamiento de cada día.
Meditación del Papa Francisco
"Señor, ¿a quién iremos?" pregunta el apóstol Pedro, portavoz de los seguidores fieles, ante la incomprensión de muchas de las personas que escuchaban a Jesús, y que habrían querido aprovecharse egoístamente de Él. Al plantearnos esta pregunta también nosotros somos miembros de la Iglesia de hoy, y si bien la pregunta es quizá más titubeante en nuestra boca que en los labios de Pedro, nuestra respuesta, como la del apóstol, puede ser sólo la persona de Jesús, que vivió hace dos mil años y sin embargo, nosotros podemos encontrarlo en nuestro tiempo cuando escuchamos su Palabra y estamos cerca de Él, de modo único, en la Eucaristía. ¡Que la Santa Misa no caiga para nosotros en una rutina superficial! ¡Que tomemos cada vez más de su profundidad! Hay que afinar nuestra vista espiritual por su amor. Es necesario aprender a vivir la Misa, como lo pedía el beato Juan Pablo II, recordando que a esto nos ayuda el hecho de detenernos en adoración ante el Señor eucarístico en el tabernáculo y recibir el Sacramento de la Reconciliación. (cf S.S. Francisco, 10 de junio de 2013).
Reflexión
Jesús llora por Jerusalén. Y profetiza una realidad que seguimos contemplando hoy. Existe división, existen enfrentamientos, existe desencuentro, existen guerras. A lo largo de todo el Antiguo Testamento la tierra prometida ha sido un punto de referencia, una esperanza y hasta cierto punto la garantía de un pueblo. Sin embargo, no es suficiente para la salvación, la tierra no deja de ser un lugar y sus miembros los responsables de lo que en ella sucede.
El pasaje de hoy parece sorprendente. Por un lado Jesús profetiza una realidad negativa de este mundo y por otro llora por el presente y el futuro de un pueblo. Jesús ama su tierra, ama a su pueblo y sufre por lo que no ve en él. El enfrentamiento es consecuencia de no entender lo que conduce a la paz, de obstinarse en creer que la paz global no es el resultado de la paz con uno mismo. Quizás, cuando Jesús llora, esta teniendo presente todas las guerras que se sucederán en el tiempo, todo el dolor que el hombre se produce a sí mismo. Y es que el hombre, la criatura que Dios ama con ternura, puede destruirse a sí mismo.
Podemos pensar en la guerra como en algo lejano en el espacio y en el tiempo, algo ajeno a nuestra realidad cotidiana. Y algo por lo que no podemos hacer mucho. Sin embargo nosotros podemos ser ángeles de paz o demonios de guerra. Porque la guerra en definitiva es el odio, es el rencor, el tomarse la justicia por su mano. Cuando no perdonamos una falta de caridad que han tenido con nosotros, cuando guardamos y recordamos el mal que nos han hecho, no estamos entendiendo lo que conduce a la paz.
Porque el hombre tiene un sentido de la justicia limitado y sobretodo imposible de realizar de modo exclusivamente horizontal. Porque nosotros somos limitados y vamos a fallar muchas veces, vamos a herir, aun sin intención, y vamos a ser heridos. No podemos aplicarnos un sentido de la paz irrealizable. Jesús llora porque nos obstinamos en no aceptar las normas flexibles del amor.
Propósito
Buscar la paz, que es fruto del amor y del perdón, de la comprensión y de la lucha por mejorar y amar sin medida. Jesús llora porque nos obstinamos en no aceptar las normas flexibles del amor.
Diálogo con Cristo
Señor, no puedo cerrar mi corazón y ahogar en mi egoísmo mi celo apostólico. Fortaléceme, hazme generoso para crecer en el amor y dedicarme a mi misión con ahínco, y así, hacer cuanto pueda para que la Nueva Evangelización llegue a muchas más personas.
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Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
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Jueves de la semana 33 del Tiempo Ordinario
“En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: -¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida”. (Lc 19,41-44)
A Pablo le desgarra la suerte de su pueblo. Escribe a los romanos:
"Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento: siento una gran pena y un dolor íntimo e incesante, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera ser yo mismo un proscrito lejos de Cristo" (Rm 9,1-3). Le desgarra el corazón que rechacen al que desde tanto tiempo esperaban, al príncipe de la paz, y que hayan despreciado la invitación al banquete del Reino ellos, los primeros invitados. Por eso, al mismo tiempo, alerta a las comunidades surgidas entre los paganos para que "escarmienten en cabeza ajena" que no se puede rechazar al Señor impunemente (1 Co 10,1-6). Empieza a brotar en ellas un cierto orgullo y autosuficiencia que les pone en peligro de repetir la triste historia del primer pueblo de Dios (Rm 11,17-24). Los pueblos, las personas, tienen su "kairós", su oportunidad, y ¡ay de ellos si la desprecian y no la consideran!
No se puede pecar impunemente
Se puede decir que, a nivel social, se ha producido en la "cristiana" Europa una adulteración religiosa tal, que provocaría de nuevo el llanto de Jesús. Repito, una vez más, las duras constataciones que Juan Pablo II hace después de la larga reflexión y análisis que había hecho el Sínodo europeo: "Por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en la práctica del culto, pero no corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús" (EIE 47).
¿No es ésta una llamada realizada por Cristo a través del guía de la Iglesia, similar a la interpelación que, con lágrimas en los ojos, hizo a Israel mientras contemplaba la "ciudad santa"? Es muy posible que, incluso los cristianos cumplidores y piadosos se sientan contagiados por la languidez y la mediocridad, el clima religioso habitual.
También desde las páginas del Evangelio Jesús de Nazaret grita a Europa, a cada cristiano, a cada comunidad cristiana: "¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!". El rechazo de esta llamada puede tener consecuencias imprevisibles a nivel personal y social. La primera e inexorable es que en su propio pecado tendrán la penitencia: verse privados de la "vida abundante" (Jn 10,10) que da Jesucristo a quien le acoge.
Para la reflexión, la oración y el compromiso
- ¿Soy rutinario y mediocre en la vivencia de la fe cristiana o vivo entusiasmado? ¿Cuál es mi situación?
- ¿Valoro la formación permanente? ¿Qué hago al respecto?
- ¿Cultivo la fe a diario y con esmero? ¿En qué se nota?
- ¿A qué compromiso concreto y práctico me impulsa el Espíritu con esta palabra del Señor?
www.juanjauregui.es
“En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: -¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida”. (Lc 19,41-44)
A Pablo le desgarra la suerte de su pueblo. Escribe a los romanos:
"Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento: siento una gran pena y un dolor íntimo e incesante, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera ser yo mismo un proscrito lejos de Cristo" (Rm 9,1-3). Le desgarra el corazón que rechacen al que desde tanto tiempo esperaban, al príncipe de la paz, y que hayan despreciado la invitación al banquete del Reino ellos, los primeros invitados. Por eso, al mismo tiempo, alerta a las comunidades surgidas entre los paganos para que "escarmienten en cabeza ajena" que no se puede rechazar al Señor impunemente (1 Co 10,1-6). Empieza a brotar en ellas un cierto orgullo y autosuficiencia que les pone en peligro de repetir la triste historia del primer pueblo de Dios (Rm 11,17-24). Los pueblos, las personas, tienen su "kairós", su oportunidad, y ¡ay de ellos si la desprecian y no la consideran!
No se puede pecar impunemente
Se puede decir que, a nivel social, se ha producido en la "cristiana" Europa una adulteración religiosa tal, que provocaría de nuevo el llanto de Jesús. Repito, una vez más, las duras constataciones que Juan Pablo II hace después de la larga reflexión y análisis que había hecho el Sínodo europeo: "Por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia ignoran ya hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la fe, especialmente en la práctica del culto, pero no corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús" (EIE 47).
¿No es ésta una llamada realizada por Cristo a través del guía de la Iglesia, similar a la interpelación que, con lágrimas en los ojos, hizo a Israel mientras contemplaba la "ciudad santa"? Es muy posible que, incluso los cristianos cumplidores y piadosos se sientan contagiados por la languidez y la mediocridad, el clima religioso habitual.
También desde las páginas del Evangelio Jesús de Nazaret grita a Europa, a cada cristiano, a cada comunidad cristiana: "¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!". El rechazo de esta llamada puede tener consecuencias imprevisibles a nivel personal y social. La primera e inexorable es que en su propio pecado tendrán la penitencia: verse privados de la "vida abundante" (Jn 10,10) que da Jesucristo a quien le acoge.
Para la reflexión, la oración y el compromiso
- ¿Soy rutinario y mediocre en la vivencia de la fe cristiana o vivo entusiasmado? ¿Cuál es mi situación?
- ¿Valoro la formación permanente? ¿Qué hago al respecto?
- ¿Cultivo la fe a diario y con esmero? ¿En qué se nota?
- ¿A qué compromiso concreto y práctico me impulsa el Espíritu con esta palabra del Señor?
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