Reflexión


Orar al amanecer
¡Buenos días, Señor!

¡Buenos días nos dé Dios! Así se abre cada mañana un programa de la Radio.

Llenemos de contenido este saludo. Huyamos de la rutina. Agradezcamos a Dios el amanecer del día que comienza y se nos regala. Seamos educados con el Señor saludándole. Hasta ahora solíamos pedirle que Él nos diera los buenos días. Hoy, vamos a dárselos nosotros diciéndole con amor filial: ¡Buenos días, Señor!
A lo largo de la jornada solemos regalar a muchas personas el saludo, pero seamos sinceros, y preguntémonos: ¿Saludamos a Dios cada mañana? ¿O es que, siendo corteses con los demás, no caemos en la cuenta de nuestra omisión al no saludar a quien nos regala el nuevo día?
Abramos nuestra jornada saludando a Dios y para hacerlo nos unimos a toda la creación, a todos los seres del universo. Prestemos nuestra voz a las criaturas que no la tienen y digamos:
¡Buenos días.. Señor! Hoy quiero saludarte con el viento que silba y canta, con los colores matizados del alba, con los trinos de las aves que gorjean en las ramas, con las olas que besan la arena aún no pisada de las playas, con las barcas mecidas suavemente en el agua.
¡Buenos días, Señor! Te lo digo con el sol, la luna, las estrellas, con las cumbres nevadas, con las fuentes cristalinas que reflejan el verde de los juncos en el espejo plateado de sus aguas, con los veneros ocultos en los montes saltando por los riscos abruptos y trocándose en blancos surtidores para orlar las montañas.
¡Buenos días, Señor! Quiero aprender a saludarte como lo hacía María de Nazaret cada mañana, con los ojos del corazón abiertos para agradecer tu presencia cercana. ¡Dios estaba en su casa! Descubrir con Ella tu presencia en los campos de mieses doradas, en la vid trepadora, en el jazmín riente, en el azahar que perfuma el entorno y engalana el naranjo, en los corderos que retozan en los prados y en los recentales que alegran con sus saltos al zagal que cuida el rebaño.
¡Buenos días, Señor! Te lo diré con amor renovado en cada hermano que se cruza conmigo tantas veces a diario. Se lo diré a aquel que camina alegre con paso apresurado o al otro que torturado por el sufrimiento avanza muy despacio.
¡Buenos días, Señor! Que este saludo alcance al mundo entero, que lo escuchen los recién nacidos, los jóvenes, los adultos, los ancianos que entreabren sus ojos ya cansados.
¡Buenos días, Señor! Es el saludo que ofrezco como regalo mañanero y deseo expandirlo, sin medida, envolviendo la tierra con su halo para engarzar sonrisas y dolores, esperanzas y deseos de todos los humanos en un haz de luz policromado.
¡Buenos días, Señor! Quiero expresarlo con mis ojos, pues lo transmiten antes que mis labios, ofrecerlo a cuantos encuentre en los gestos, en el rumor de mis pasos, en la sonrisa, en las palabras mansas, en el hacer continuo de mis manos.
¡Buenos días, Señor! Este saludo es semilla fecunda que crece y se hace árbol y extiende su sombra como un toldo para aliviar del calor estival a los que a él se acercan fatigados.
¡Buenos días, Señor! Que este saludo sea como la síntesis de una entrega real que debe acrecentarse con los años.
¡Buenos días, Señor! Con inmensa gratitud en cada amanecer díganlo todos los que escuchan esta emisión de radio.