SEMILLAS
Por Juan Jauregui
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El oficio más bello de la vida es sembrar semillas. Porque quien siembra semillas está sembrando futuro. Recuerdo haber leído una historieta muy linda. Cada mañana viajaba en el tren una Señora que iba a trabajar. En determinado momento, sacaba de una bolsa algo y lo tiraba por la ventana. Un Señor, que siempre viajaba con ella, entró en curiosidad y un día le preguntó: “Señora, disculpe mi indiscreción, pero ¿se puede saber qué tira usted por la ventana siempre que pasa por aquí?”
Echo semillas de flores.
Pero, Señora, ¿no sabe que ahí no van a crecer las flores y que está usted perdiendo el tiempo?
La Señora guardó silencio. Pasó el tiempo y la Señora dejó de viajar en el tren. El caballero se sorprendió y preguntó por ella. “Ha muerto”, le dijeron. Hasta que un día de primavera, mirando por la ventana, vio que el campo estaba lleno de florecillas. Las semillas habían crecido.
Jesús nos habla hoy del sembrador y de las semillas. Semillas de Evangelio que caen en terrenos muy distintos. Muchas semillas se pierden, pero otras muchas florecen y dan fruto abundante.
Sembrar Evangelio exige y requiere de una gran esperanza.
Sembrar Evangelio requiere una actitud de generosidad, sabiendo que muchos no lo van a recibir.
Sembrar Evangelio requiere saber esperar. Ninguna semilla brota inmediatamente.
Y saber esperar es caminar al ritmo de la maduración de las semillas. Las prisas no son buena compañía para quien quiera anunciar el Evangelio. Cada semilla tiene su propio ritmo de crecimiento. El Evangelio va creciendo lentamente en los corazones. Y además, una vez que sembramos las semillas, el resto ya no depende del sembrador. Depende de la tierra, del abono, del tiempo. Muchas semillas se pasan el invierno como muertas en la tierra. Hay que esperar la primavera para que comiencen a brotar los tallos. Y hay que esperar al verano para que maduren las espigas.
A los padres les corresponde sembrar, en el corazón de sus hijos, semillas de gracia, de ideales y de esperanza. El crecimiento ya no depende de ellos. Tienen que esperar.
Al sacerdote le corresponde sembrar las semillas del Evangelio. Pero el crecimiento ya no está en sus manos. También él tiene que esperar la primavera de cada corazón.
Al mismo Jesús le tocó sembrar la semillas del Reino. Un Reino que todavía sigue creciendo y que aún no ha florecido del todo.