Dios es como el azúcar
Una profesora pregunta a sus alumnos: ¿Cómo sabemos que Dios existe? Cada uno fue dando su propia respuesta. Pero la profesora seguía insistiendo como si no estuviese satisfecha con las respuestas. Queriendo echarles un mano añadió: Y cómo saber que Dios existe si ninguno lo hemos visto? Todos se quedaron callados. Para los niños es evidente que lo que no se ve o se toca no existe. Hasta que un pequeño que era tímido, levantó la mano y tímidamente y respondió: Señorita. Dios es como el azúcar. Mi madre me dijo que DIOS ES COMO EL AZÚCAR, en mi leche que ella prepara todas las mañanas. Yo no veo el azúcar que está dentro de la taza en medio de la leche, pero si la leche no tiene azúcar se queda sin sabor.
Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Yo quería enseñaros y sois vosotros quienes me habéis enseñado a mí. Yo ahora sé que Dios es nuestro azúcar en la vida. La profesora emocionada le dio un beso.
¿A alguien de nosotros se le ocurriría definir a Dios como una cucharada o un terrón de azúcar? De seguro que nosotros daríamos una definición de Dios mucho más técnica y científica. Pero bastante más inútil. La prueba el mismo título de la fiesta de hoy: “Santísima Trinidad”. Y con eso ya nos quedamos tan tranquilos. Con decir que son “tres pero que son uno”, que ni vosotros ni yo sabemos como es esa matemática. Ninguno entendemos nada pero nos quedamos tan tranquilos.
Estoy seguro que la mamá de ese niño no entendía demasiada teología, pero sí tenía algo que es fundamental cuando se trata de hablar de Dios. Hablaba no del Dios que se nos explica con ideas, sino del Dios que ella experimentaba en su corazón. No sé si los teólogos estarán muy de acuerdo con un “Dios terrón de azúcar”, lo que sí sé es que aquella madre vivía la verdad de Dios en el corazón humano.
Porque, al fin y al cabo, Dios no es una idea. Dios es una realidad para nuestra vida. Y una realidad que da sentido y da sabor a nuestra vida.
Nadie ve el azúcar disuelto en la taza de leche o en la taza de café.
Pero todos sabemos que la leche sabe de otra manera y también el café.
Y que a Dios nadie le ha visto, lo dice San Pablo: “A Dios nadie le ha visto”.
Pero a Dios son muchos los que lo sienten, lo experimentan y lo viven.
Además, si el Dios de nuestra fe es, como nos dirá San Juan, “un Dios amor”, y su esencia es “el amor”, con mucha más razón. Porque ¿alguien ha visto el amor? No lo hemos visto. Pero todos sabemos que existe, y nos sentimos amados y todos amamos. El amor se expresa y manifiesta en la experiencia de la vida, y no en las grandes explicaciones de los psicólogos.
El misterio de la Santísima Trinidad no es solo el misterio de Dios, es también el misterio de cada uno de nosotros. Porque el verdadero cielo de Dios somos cada uno de nosotros. “Y vendremos a él y haremos morada en él”.
Nos pasamos muchas horas mirando al Sagrario, porque es allí donde Dios habita sacramentalmente.
Y apenas si tenemos tiempo para mirarnos a nosotros por dentro, donde sabemos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo lo han convertido en su verdadera casa.
Hablamos con El como si lo tuviésemos lejos, a la otra orilla, cuando lo tenemos tan cerca de nosotros.
“Yo estoy en mi Padre, y vosotros en Mí y yo en vosotros … Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos morada. …. (Jn 14,20-23 y 15,4)