Hermanos, en el evangelio vamos a escuchar tres parábolas que nos invitan a vivir pacientemente la esperanza de que el Reino de Dios llegue a realizarse. Precisamente, esa paciencia es puesta de relieve por el sabio, en la primera lectura, al decirnos que el poder de Dios se manifiesta en la justicia y el perdón hacia el pecador que se convierte. Y es que, tal como nos dirá San Pablo en la segunda lectura, estamos salvados, pero sólo en esperanza, aunque el Espíritu, para ayudar a nuestra debilidad, viene en nuestro auxilio e intercede por nosotros.
¡Qué fácil vemos lo negativo de los demás!
Esta es la fragilidad del ser humano.
Así nos creaste, Señor,
con maravillas y deficiencias,
con generosidades y roñoserías,
con excesos y con defectos, con luces y sombras.
Tú nos has entretejido en las entrañas maternas,
Tú tienes cada uno de nuestros cabellos contados,
Tú nos envuelves con tu abrazo,
Tú sabes más de nosotros que nosotros mismos...
Ayúdanos, Padre, a aceptarnos del todo,
a reconocer nuestras deficiencias,
a alegrarnos de nuestras cualidades personales y únicas,
a desarrollar contigo todo el potencial inmenso
que has puesto en cada uno.
A animar a que otros también desarrollen el suyo.
Enséñanos, Padre,
a perdonarnos los errores,
a convivir con nuestras incoherencias,
a ser misericordiosos con nuestra naturaleza humana
para así serlo aún más con los otros hermanos,
que también llevan el peso de su propia fragilidad y maravilla. Gracias por crearnos así, con trigo y con cizaña, Padre.