Evangelio y Comentario de hoy Viernes 11 de Septiembre 2015

 

Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-2.12-14):

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por disposición de Dios, nuestro salvador, y de Jesucristo, nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro. Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 15,1-2a.5.7-8.11

R/.
Tú, Señor, eres el lote de mi heredad

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,39-42):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor
 
Comentario  

Refranes en el evangelio
Seguimos en el “sermón de la llanura”. Precedido de la oración en el monte, Jesús habla ante un auditorio compuesto por los discípulos y un gran gentío venido de Judea, y hasta de las costas de Tiro y Sidón.  Como una especificación de la ley del amor, hecha perdón para los enemigos; como un despliegue de la máxima “no juzguéis y no seréis juzgados”, nos deja Jesús algunos dichos y refranes populares.
Estos son los dichos populares. 1. “Si un ciego guía a otro ciego los dos caerán al hoyo”. Para guiar bien hay que ver bien. No sea cosa que queramos conducir a los demás y somos nosotros los que necesitamos que nos lleven. Y va de refranes populares: “Consejos vendo, y para mí no tengo”. 2. “Un discípulo no es más que su maestro”. Primero hay que aprender, y no hacer de maestro sin poseer conocimientos. Es no saber, y dictaminar sobre todo. 3. “Sácate la viga de tu ojo, antes de sacar la mota del ojo de tu hermano”. No fijarse solo en los defectos de los otros sin fijarse en los propios. Menos mirar al otro, y más examinarnos a nosotros mismos.
Hay que limpiar nuestros ojos: de ideas y criterios preconcebidos. Vamos a pasar de ser fiscales de los demás a ejercer la autocrítica. No sea cosa que guiar a los demás sea más dominio egoísta que ayuda. ¿Qué tenemos que limpiar en nuestros ojos? Las ganas de ser maestro de todos y dominar. Querer ser más que nadie. Quedar ciegos por el afán de las riquezas, por el orgullo de la ciencia y la técnica sin recurso a la moral, a la conciencia, a la fe. Juzgar sin tocar la realidad, desde ideas y criterios preconcebidos. Proyectar sobre los demás nuestras flaquezas y pecados propios.
Solo nos queda una regla de oro: Mirar con los ojos de Dios. Ojos que no condenan sino que compadecen. Nos miramos y examinamos desde la palabra del Evangelio, en el interior de nuestra conciencia. Mirar como miramos a los inocentes que sufren. Así pondremos luz y verdad en nuestro juzgar y actuar. Mirar como Jesús: a la mujer adúltera, a Pedro que le niega, a la Samaritana que tiene sed. Como Jesús y el poeta: “Ojos claros, serenos”.

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Viernes de la semana 23 del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a sus discípulos una parábola: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el mismo hoyo? ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”. (Lc 6,39-42)


Todos nos creemos especialistas en ser guías de los demás.
Todos nos creemos especialistas en ser maestros de los demás.
Por eso todos somos especialistas en ver los defectos de los demás.
Lo difícil es ver los propios defectos.
Lo difícil es ver los propios fallos.
Y quien no es capaz de verse a sí mismos, es un ciego.
Quien no es capaz de conocerse a sí mismo, es un ciego que pretende guiar a otro ciego.
Jesús está hablando a sus discípulos.
Ellos están llamados a guiar a los demás por los caminos del Evangelio.
Pero para ello es preciso que ellos vean primero con claridad la verdad del Evangelio.
Quien quiera guiar a los demás, primero tiene que aprender a guiarse a sí mismo.
Antes de fijarnos en los demás, es preciso nos fijemos en nosotros mismos.
Antes de decir lo que tienen que hacer los demás, primero tenemos que saber lo que tenemos que hacer nosotros.
Antes de corregir los defectos de los otros, hemos de tomar conciencia de los nuestros.
Alguien dijo muy bien que: quien escupe al cielo, le cae en la cara.
¿Cómo guiar por los caminos de la santidad, si nunca nosotros lo hemos intentado?
¿Cómo guiar por los caminos de la generosidad, cuando nosotros vivimos del egoísmo?
¿Cómo hablar de los pobres, cuando nosotros vivimos como ricos?
¿Cómo hablar de la justicia, cuando nosotros somos los primeros injustos?
Jesús no niega que debamos guiar a los demás.
Pero quien quiera guiar a un ciego, necesita tener él buena vista.
De lo contrario serían ciegos conduciendo ciegos.
¿Cómo enseñar a Dios a los hijos, si nosotros nunca lo hemos experimentado?
¿Cómo enseñar el Evangelio a los hijos, si nosotros nunca lo hemos estrenado?
¿Cómo hablar de la Iglesia a los hijos, si nosotros nunca la frecuentamos?
¿Cómo enseñar la verdad a los hijos, si ellos son los primeros testigos de nuestras mentiras?
¿Cómo enseñar a los hijos la honestidad, si nosotros somos deshonestos?
¿Cómo yo, sacerdote, puedo predicar el Evangelio, si no lo vivo?
¿Cómo yo, sacerdote, puedo predicar sobre la Iglesia, si soy su primer crítico?
¿Cómo yo, sacerdote, puedo predicar sobre la conversión, si yo vivo tranquilo con lo que soy?
¿Cómo yo, sacerdote, puedo pedir a mis fieles que oren y tengan sus momentos de oración, si yo estoy tan ocupado que no tengo tiempo para orar?
La conversión tiene que comenzar por uno mismo.
La fe tiene que comenzar por uno mismo.
La caridad tiene que comenzar por uno mismo.
La esperanza tiene que comenzar por uno mismo.
La santidad tiene que comenzar por uno mismo.
La comprensión tiene que comenzar por uno mismo.
El hablar bien de los demás tiene que comenzar por uno mismo.
El hablar de la unidad, tiene que comenzar por uno mismo.
No exijas que el otro tenga las manos limpias si, cuando le vas a saludar, llevas sucias las tuyas.
No exijas fidelidad, si tú mismo no eres fiel.
No exijas responsabilidad, si tú mismo eres irresponsable.
No exijas que otros lleguen a tiempo, si tú siempre llegas tarde.
No hay mejor manera de enseñar a otros el camino, que cuando tú ya lo has andado.
No hay mejor manera de enseñar a los otros a ser buenos, que siéndolo tú primero.
No hay mejor manera de hacer ver a los otros, que limpiando primero tus propios ojos.
No hay peor manera de guiar a un ciego que otro ciego.

Juan Jáuregui