Evangelio y Comentario de hoy Martes 18 de Agosto 2015





Primera lectura

Lectura del libro de los Jueces (6,11-24a):
En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encina de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas.
El ángel del Señor se le apareció y le dijo: «El Señor está contigo, valiente.»
Gedeón respondió: «Perdón, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto? ¿Dónde han quedado aquellos prodigios que nos contaban nuestros padres: "De Egipto nos sacó el Señor." La verdad es que ahora el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado a los madianitas.»
El Señor se volvió a él y le dijo: «Vete, y con tus propias fuerzas salva a Israel de los madianitas. Yo te envío.»
Gedeón replicó: «Perdón, ¿cómo puedo yo librar a Israel? Precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre.»
El Señor contestó: «Yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.»
Gedeón insistió: «Si he alcanzado tu favor, dame una señal de que eres tú quien habla conmigo. No te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda y te la presente.»
El Señor dijo: «Aquí me quedaré hasta que vuelvas.» Gedeón marchó a preparar un cabrito y unos panes ázimos con media fanega de harina; colocó luego la carne en la cesta y echó el caldo en el puchero; se lo llevó al Señor y se lo ofreció bajo la encina.
El ángel del Señor le dijo: «Coge la carne y los panes ázimos, colócalos sobre esta roca y derrama el caldo.» Así lo hizo.
Entonces el ángel del Señor alargó la punta del cayado que llevaba, tocó la carne y los panes, y se levantó de la roca una llamarada que los consumió. Y el ángel del Señor desapareció.
Cuando Gedeón vio que se trataba del ángel del Señor, exclamó: «¡Ay, Dios mío, que he visto al ángel del Señor cara a cara!»
Pero el Señor le dijo: «¡Paz, no temas, no morirás!»
Entonces Gedeón levantó allí un altar al Señor y le puso el nombre de «Señor de la Paz.»

Palabra de Dios


Salmo

Sal 84,9.11-12.13-14

R/.
El Señor anuncia la paz a su pueblo

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón.» R/.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. <R/.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.
 


Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,23-30):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.»
Entonces le dijo Pedro: «Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»

Palabra del Señor
 
Comentario 

El modo como Jesús ve la realidad es diferente de cómo la vemos nosotros. Donde nosotros vemos cosas imposibles, fracasos o limitaciones, Dios ve posibilidades, alternativas, caminos. Las lecturas de hoy nos invitan a depositar nuestra confianza en Dios aunque a nuestro alrededor todo parezca insinuarnos lo contrario. Desde esa perspectiva nos invita la primera lectura a entender la respuesta del Señor a Gedeón y en el Evangelio la de Jesús a sus discípulos.

La pregunta que Gedeón hace al Señor es una verdadera oración de súplica: “Si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha venido encima todo esto?” ¿Dónde está Dios con estos dramáticos acontecimientos a los que asistimos en nuestros días? Muchas veces se nos da una respuesta que nos distrae pero que no responde realmente: Dios no lo quiere pero sí lo permite. El problema del mal será probablemente siempre un misterio sin resolver. Pero la súplica de Gedeón no cae en el vacío del silencio. Dios le responde: “Yo estaré contigo”. Esa frase, que se repite muchas veces en la Escritura, la escuchamos también nosotros en los momentos difíciles de nuestra vida: “No temas, yo estoy contigo”. Aunque se siente incapaz de llevar a cabo la misión que el Señor le confía, Gedeón se deja guiar por la promesa, acompañada de una señal que le confirma la presencia del Señor a su lado.

El Evangelio de hoy comienza con una dura constatación de Jesús: “difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos”. Sigue a continuación del relato del joven rico que no es capaz de liberarse de sus riquezas. El uso indebido de las riquezas es incompatible con el proyecto del reino. Jesús no está condenando la riqueza en sí misma sino el apego indebido a ella. A la pregunta de Pedro por quién se puede salvar con esas condiciones, Jesús responde con unas hermosas palabras: “Para los hombres es imposible, pero Dios lo puede todo”. Creo que esa frase nos ayuda a no caer en una condena general de los ricos sólo por el hecho de serlo. El relato de Zaqueo nos enseña que también los ricos se pueden salvar. Lo que parecía imposible se hace realidad en el encuentro personal con Jesús: “Hoy llegó la salvación a esta casa”.
Al final, Jesús nos deja claro que relativizar nuestros lazos de seguridad materiales o afectivos (casas, propiedades, familia) para seguirlo es una “inversión” que no nos defraudará porque en la lógica evangélica perder significa ganar. No hay duda de la palabra de Dios nos desconcierta, nos desafía y rompe nuestros esquemas rígidos y nos da la oportunidad de contemplar nuestra propia vida de una forma diferente, una vida que, a los ojos de Dios, es posible y realizable. 


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