Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (16,20-23a):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»
Palabra del Señor
San Isidro, labrador.
“Nadie os quitará vuestra alegría”. ¡Qué preciosa promesa del Señor! ¡Cuánto nos cuesta acabar de creerla! ¡Con qué facilidad la olvidamos! La fe en Cristo resucitado no conoce la palabra “adiós” porque no existen las despedidas definitivas; utiliza las palabras “hasta luego” o “hasta la vista”. Es lo que intenta explicarnos hoy Jesús en el evangelio de Juan cuando se despide provisionalmente de sus discípulos. No se va para siempre, no abandona a los suyos, por ello la tristeza debe ser pasajera, porque su ausencia es provisional.
Es verdad que a veces vivimos tristes, como si el Señor no estuviera a nuestro lado, como si fuéramos huérfanos. No es cierto. El Señor le recuerda hoy a Pablo en la primera lectura: “No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo, y nadie se atreverá a hacerte daño…” El incansable misionero se encuentra en Corinto, una ciudad muy variada y cosmopolita, de grandes diferencias sociales e inmoralidades; la ciudad de sus amores que tantos quebraderos de cabeza le trajo y en la que dedicó año y medio de su vida a anunciar la Buena Noticia. Ciudad en la que nació, después de varios rechazos, una de las comunidades más importantes e influyentes de la Iglesia primitiva. Si Pablo se hubiera rendido, su trabajo no hubiera dado su fruto. Pero no se dio por vencido porque creyó y sintió que el Señor estaba con él.
También lo sintió el santo madrileño que hoy recordamos, san Isidro. Un labrador de profunda fe y oración diaria que ayudaba a los pobres con sus escasos recursos. Testigos que nos recuerdan que estas promesas del Señor son verdaderas.
No permitamos que nada ni nadie nos robe la alegría de sentirnos amados por Dios. Para ello hemos de grabar a fuego en nuestro corazón esta sentencia del Señor para evitar que la tristeza inunde nuestro ser. Ora hoy con ella: “nada ni nadie me quitará la alegría de saberme amado por Dios”. No hay mayor gozo.
Vuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
La alegría de creer
Viernes de la Sexta Semana de Pascua“Dijo Jesús a sus discípulos: “Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría”. (Jn 16,20-23)
Jesús no oculta la realidad y las consecuencias de seguirle, de ser cristiano, de creer.
La fe no es garantía alguna de que nuestra vida será toda ella una fiesta.
Más bien, nos dice que la fe:
Tiene momentos difíciles.
Tiene momentos de oscuridad.
Tiene momentos de tristeza.
Y que incluso, mientras nuestra fe nos hace sufrir y nos lleva por caminos de tristeza, el mundo, los que no creen, viven felices y alegres. No se hacen problema de nada. Y disfrutan de todo lo que les apetece.
Pero Jesús también es claro en las consecuencias:
Hay tristezas que terminan en alegría.
Hay tristezas que son fuente de alegría.
Mientras que hay alegrías que terminan en tristeza.
Digamos que un día de parranda suele terminar luego en un día de vacío.
Digamos que un fin de semana de borrachera y algo más, termina en un lunes de velorio.
Digamos que un momento de placer puede terminar luego en un tremendo disgusto.
Esto lo vemos cada día.
Jesús no está justificando la tristeza del cristiano que ha optado por seguirle.
Jesús no es de los que justifica el sufrimiento y el dolor.
Jesús es de los que parte de la realidad de la vida.
Y también de la realidad de la fe y del seguimiento de él.
Sencillamente quiere manifestar que:
El que le sigue tendrá que pasar por su mismo camino.
El que le sigue tendrá que pasar por sus horas de pasión.
El que le sigue tendrá que pasar por sus momentos de cruz.
Pero también:
Por sus momentos de pascua.
Por sus momentos de resurrección.
Por sus momentos de una vida nueva.
Y que lo que en un momento fue motivo de tristeza:
Terminará en la alegría pascual.
Terminará en la alegría de volver a encontrarse con él resucitado.
Terminará en la alegría de volver a compartir la vida con el resucitado.
No podemos evitar las horas de Pasión y de Cruz.
No podemos evitar las horas de hundimiento y humillación.
Pero tampoco podremos evitar las alegrías del día de Pascua.
No podremos evitar las alegrías de reconocerle en la “fracción del pan”.
No podremos evitar las alegrías de reconocerle en medio de nosotros, mientras estamos muertos de miedo.
No podremos evitar las alegrías de sentirnos invitados a almorzar con él en la playa, con las brasas encendidas y unos peces ya a punto para comer.
Jesús no niega las durezas de la vida.
Pero tampoco oculta que el dolor no dura toda una vida.
Jesús no niega que tendremos que pasar por momentos difíciles.
Pero tampoco esconde que habrá momentos de gozo y alegría.
Jesús no niega que habrá momentos de oscuridad de la fe.
Pero tampoco dice que no tengamos momentos de felicidad por creer.
Sencillamente nos hace ver que la vida del cristiano:
No es como la vida del mundo.
Pero tampoco niega las verdaderas alegrías de no ser del mundo.
Al contrario, nos garantiza que los sufrimientos a consecuencia de la fe, tienen un final feliz.
La felicidad de un nuevo encuentro.
La felicidad de una manera nueva de ver el mundo.
Que no podremos evitar la Pasión y la Cruz.
Pero que tampoco podremos escaparnos a las alegrías pascuales.
Es decir, Jesús reconoce los momentos difíciles de la vida, pero nos anuncia que siempre tendrán que estar iluminados por la esperanza cristiana.
Pensamiento: ¿Sufres hoy? No te desesperes, la alegría te espera a la vuelta de la esquina.
juanjauregui.es