Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor
Queridos hermanos:
Damos más importancia a otras fiestas que a la venida del Espíritu Santo, que además es la fiesta de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Lo cual nos habla de cómo es nuestra Iglesia que ha descuidado su mismo espíritu, su mentalidad abierta y pluralista, su mística de empuje, su presencia en todo el pueblo de Dios, sobre todo en los laicos y se ha centrado en los aspectos exteriores, formales y materiales de toda religión.
En Pentecostés, llega el Espíritu, muere Babel para que nazca la nueva comunidad. Habla Pedro y todos se sorprenden, todos le oyen como si fuera en su propia lengua y el pobre no sabe idiomas, su lenguaje debe ser el del amor y la comprensión. Y siguen algunos pensando que el lenguaje universal es el latín o al contrario, defendiendo ciertos nacionalismos culturales, cuando lo que se nos cuenta es que hay que hacer de todos los pueblos, una gran familia universal unida por el mismo Espíritu.
El Espíritu no tiene barreras, nadie es dueño del Espíritu, que en cada uno se manifiesta para el bien común, todos los miembros del cuerpo humano son solidarios entre sí y evitan la competitividad entre unos y otros. Nadie debe subrayar las diferencias entre sacerdotes o laicos, célibes o casados, europeos o africanos, hombres y mujeres… “todos hemos bebido del mismo Espíritu”. Es el Espíritu el que nos hace a todos espirituales, el creyente no tiene que hacer su recorrido de fe, solo basándose en sus fuerzas, sino que es guiado por el Espíritu como conoce en plenitud a Jesús que le conduce a la verdad, a la comprensión siempre actualizada y creciente de lo que Él le pide.
Es viento: “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa”. Ante un viento impetuoso nada permanece estático, todo se pone en movimiento, por eso, no podemos continuar con las ventanas cerradas: quietos, mudos, indiferentes, insensibles ante lo que pasa a nuestro alrededor. El viento nos llevará donde quiera y lo sentiremos cuando estemos reunidos, es el aliento común, es lo que nos une para respirar la misma fe y la misma caridad. Es también fuego: “Vieron a parecer unas lenguas como llamaradas” que sacaron a los apóstoles de sus miedos, para proclamar a todas las naciones con un lenguaje de fuego, en el que son capaces de entenderse todos, las maravillas de Dios. Viento que extiende el fuego abrasando los corazones (recordar los Claretianos, y vale para todos, la definición del Misionero, nuestros signos carismáticos y los carismas vienen del Espíritu: “Arde en caridad”, “Abrasa por donde pasa”, “Encender a todo el mundo en el fuego del divino amor”…).
Al celebrar hoy la fiesta de Pentecostés, que es la presencia del Espíritu en nuestras comunidades, abramos bien las ventanas, (no tengáis miedo a las corrientes y los resfriados, nos diría el Papa Francisco que ya tiene una cierta edad), para que la fuerza de su viento nos airee, nos sacuda nuestra quietud y nos haga descubrir que el cristiano está puesto en el mundo para ser artífice de un diálogo ininterrumpido con todos los hombres. Este diálogo y presencia como levadura, es lo que pretende la Acción Católica y el Apostolado Seglar.
Se le escucha también en recogimiento y silencio, unidos por el mismo amor, escuchemos en nuestro corazón lo que nos está susurrando la fuerza del Espíritu y pidamos sintiéndolo y no de palabra: “Envíanos, Señor, tu Espíritu que renueve la faz de la tierra”.
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“Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?”(Hch 2,1-11)
El Papa Francisco da suma importancia a la unidad de la Iglesia y para ello da importancia a la lengua, que con frecuencia es principio de ruptura y desunión. En una de sus homilías diarias llegó a decir:
“La lengua, las habladurías son armas que cada día insidian la comunidad humana, sembrando envidia, celos y ansia de poder. Con ellas se puede llegar a matar a una persona. Por eso hablar de paz significa también pensar en el mal que es posible hacer con la lengua.”
No solo se mata con armas, podemos matar con la lengua.
Tendremos que pedir al Espíritu Santo que santifique nuestras lenguas, guíe nuestras lenguas, modere nuestras lenguas. Si queremos una Iglesia, un mundo, unas familias unidas necesitamos que nuestra lengua esté guiada por el Espíritu. Si queremos una Iglesia, un mundo, unas familias rotas, divididas, entonces dejemos la lengua suelta.
Seamos sinceros, ¿tenemos conciencia de la importancia de lo que hablamos y decimos? Con la lengua podemos hacer vivir o podemos matar. Podemos unir o podemos desunir. Podemos crear comunidad o podemos crear divisiones y enemistades.
Desde el corazón elevemos una plegaria al Espíritu diciéndole que queremos con su aliento ser:
Brazo que envuelve,
Palabra que consuela,
Silencio que respeta,
Alegría que contagia,
Lágrima que corre,
Mirada que acaricia,
Deseo que satisface,
Amor que promueve”.
Que hoy y cada día Jesús exhale su aliento y nos diga: “Recibid el Espíritu Santo y transformar este mundo y esta Iglesia en el Reino querido por Dios”.