Evangelio de hoy
Lectura del evangelio según san Juan (10,22-30):
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.»
Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.»
Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Palabra del Señor
Queridos hermanos:
A estas alturas del capítulo 10 el monólogo explicativo de Jesús se convierte en diálogo. Y en un diálogo polémico o controversia. Termina en punta: “de nuevo cogieron piedras los judíos para apedrearlo (10,31). La ubicación de la nueva escena es la fiesta de la dedicación del templo. Era invierno, en el mes de diciembre. La fiesta hace memoria de la nueva consagración del templo tras la profanación de Antíoco IV Epífanes. Es la fiesta de las luces. La controversia entre Jesús y los judíos es, en realidad, la expresión de los miedos y las resistencias a la hora de creer. El querer creer es la apertura imprescindible para poder entender y acoger la revelación de Jesús.
En la mediación de este pasaje, sin embargo, podemos centrarnos sobre todo en las promesas de Jesús. Nos da la certidumbre de estar en sus manos; la certidumbre de que nada nos puede arrebatar de las manos del Padre.
Contemplar esta promesa del Jesús que nos da la vida eterna, que nos conoce y nos ama, es una fuente de certeza en medio de las dificultades y de las adversidades. Nos da serenidad y confianza. Nuestras vidas están en manos del Padre.
En la escucha de la Palabra de Dios sabemos que la comprensión de las palabras humanas es la forma de perforarlas para llegar al encuentro con la Palabra viva de Dios: ¿Quién eres tú para mí? ¿Cómo me hace sentir el saberme en tus manos con todo este mundo al que pertenezco? El lector del texto bíblico es siempre su “intérprete”.
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Tenemos miedo a ser diferentes
Martes de la cuarta semana de Pascua“¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. (Jn 10,22-30)
Me gustan las personas “suspenso” que siempre crean dudas y preguntas.
Me gustan los cristianos “suspenso” que siendo como todos, sin embargo, se distancian porque despiertan interrogantes.
A Jesús todo el mundo lo veía como un hombre más, un galileo más.
Pero su vida desconcertaba a todos.
Su modo de hablar desconcertaba a todos.
Sus criterios desconcertaban a todos.
Su libertad de espíritu desconcertaba a todos.
Ante él solo quedaba hacerse preguntas:
¿Quién es?
¿Será él el Mesías?
¿No lo será?
¿Entonces cómo explicar su vida?
En una ocasión un amigo mío nos acompañó durante todo el día por el río. Al final del día exclamó: “Todo el día navegando. Siempre igual y siempre diferente”. Esto sucede cuando contemplamos un paisaje donde todo es igual, y uno termina diciendo ¡qué monótono paisaje! ¡Qué monotonía de viaje! Lo que en cada momento vemos es distinto, pero sigue siendo lo mismo.
No me gusta nada ese paisaje eclesial de cristianos que, personalmente son distintos, pero todos son iguales. Un cristianismo monótono y aburrido. Por eso, me fastidia esa conocida frase: “hay que ser como todos”, “no se debe llamar la atención”.
Preferimos la vulgaridad de ser como todo el mundo a la originalidad de ser diferente.
Preferimos la monotonía de ser como todos y pasar desapercibido en el montón, a llamar la atención por ser distinto a todos siendo como todos.
Jesús era “uno de tantos” como hombre.
Y sin embargo su presencia despertaba preguntas, interrogantes, dudas y hasta discusiones. Porque siendo “uno de tantos”, actuaba, pensaba y vivía un estilo único que lo diferenciaba de todos.
¡Qué aburrida la monotonía de los paisajes!
¡Qué aburrida la monotonía de los cristianos!
¡Tenemos miedo a ser diferentes!
Por eso mismo Jesús ante la pregunta insistente, responde con claridad:
El no se presentaba ni con grandes títulos, ni grandes capisayos.
Lo único que le acreditaba a Jesús “eran sus obras”.
“Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio mí”.
Me gusta el comentario de J. M. Castillo, cuando a propósito de esto escribe:
“Lo determinante en los hombres de la religión no es lo que dicen, sino lo que hacen.
Que la coherencia y la transparencia de la propia vida es lo que convence a la gente.
Porque las cosas de Dios no se demuestran con argumentos y razones, sino con ejemplos de vida al servicio de la dignidad y la felicidad de las personas.
Y de paso todo esto pone en evidencia lo engañados que andan los hombres de Iglesia cuando se creen que montando instituciones prestigiosas y levantando edificios nobles, con eso van a educar cristianos. A los humanos se les educa en la fe con “ejemplo de vida”, no con “instituciones impresionantes”.
No evangelizamos preparando grandes discursos.
Evangelizamos, cuando la gente puede leer y encontrarse con el Evangelio en el testimonio de nuestras vidas.
Evangelizamos, no cuando hablamos mucho, sino cuando la gente se hace muchas preguntas sobre nuestras vidas.
No son nuestros títulos los que nos acreditan como cristianos, sino la luminosidad de nuestra vida.
juanjauregui.es