Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegria al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegria al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
No hay Pascua sin comunidad, no se puede vivir la Resurrección si no es con otros. Aquí no cabe el individualismo que tan perniciosamente el capitalismo ha metido dentro de nosotros. ¿Preguntarle a Tomás y a las primeras comunidades cristianas? Si no estás en comunidad, precisamente el primer día de la semana, no puedes ver a Jesús, tendrás que venir el siguiente domingo. Ya lo dijo él: “Donde estéis dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo” y nosotros empeñados en ser felices en solitario, en creer que nos salvamos solos.
¿Y cómo manifiesta Jesucristo su presencia en la comunidad?, allí donde los hermanos viven la alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La alegría es el signo de la presencia de Cristo resucitado, es la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la muerte. La alegría cristiana es una sana y serena expresión de la paz interior: “Paz a vosotros”. Hay muchos cristianos que parece que no están muy convencidos de esto y piensan que las manifestaciones de alegría en una reunión litúrgica son una falta de respeto. No estará de más decir que sin participación de la gente en la Eucaristía no hay alegría. La alegría brota de la presencia del Señor dentro de nosotros: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”, nace del interior. Alegría, Paz y Espíritu, son las expresiones comunitarias de la Resurrección, que nos van a repetir todos los textos de estos domingos de Pascua. Rescatemos la alegría en nuestras reuniones y celebraciones, el Papa Francisco, aparte de escribir su exhortación sobre “La alegría del Evangelio”, últimamente nos dice: “No quiero sacerdotes con la cara avinagrada”, lo mismo se podría aplicar a todos los creyentes.
La alegría de la Pascua es el gozo de compartir, como nos lo recuerda la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”. Hasta tal punto que se desprendían de sus bienes y tierras para distribuirlos según la necesidad. “Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”, todo el texto que leemos en este domingo, a muchos les pareció una utopía, incluso algunos doctos hablaron de un fanatismo de los primeros cristianos o de que no sería del todo así. Hoy, no sólo es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, sino uno de los grandes ideales de nuestra sociedad: que los bienes materiales estén en función del bien común de toda la comunidad y no de unos pocos. El individualismo, incluso el religioso (“mi Cristo”, “mi Iglesia”, “mi Misa”, “mi Comunión”, “mi parroquia”,” mi grupo”…), que aún vivimos, es una forma de capitalismo que ha calado mucho más hondo de lo que nosotros imaginábamos. Sólo en comunidad podemos palpar la presencia de Jesús como un bien común, y también su paz y su alegría. Quien no viva con sus hermanos ni comparta la alegría fraterna, no tiene la paz ni la alegría del Señor.
Tomás, “llamado “el Mellizo”, el incrédulo que se resiste a creer por el simple testimonio de los otros, es cualquiera de nosotros, somos sus “mellizos”. Él quiere ver y tocar: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo”, como nos pasa a ti y a mi muchas veces. Pero la fe no necesita ver, de ahí la pregunta de Jesús: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. La fe surge del encuentro con los hermanos y viendo a los hermanos podemos decir: “¡Señor mío y Dios mío!”, no puedes verlo si no te unes a los hermanos.
En Pascua nace la Iglesia y es tiempo de sentirla como la comunidad de creyentes que se reúnen cada domingo en una parroquia para celebrar la vida desde la fe. La parroquia nos necesita para seguir estando cercana a tantas personas que buscan, para renovarla en sus formas y en su sensibilidad, para despojarla de ropajes históricos, para hacerla más joven. Pero también nosotros la necesitamos para que nuestra fe no sea un reducto, una secta, donde celebramos maravillosamente la Pascua en solitario sin que nos molesten las abuelas, los del cumplimiento dominical, o los que dudan. Para poderse encontrar con el Jesús real mas allá de nuestros intimismos debemos interrogarnos sobre nuestra presencia en las parroquias que tienen un montón de defectos y limitaciones, pero es el sitio de la comunidad. Nada de elitismos, es tiempo de dar lo que nos dieron, de estar dentro para salir fuera, es tiempo de encontrarnos cada domingo con todos aquellos que están en camino. Nada sin comunidad, sin comunidad no hay Pascua, pero no una comunidad echa a mi medida, sino la de los humildes seguidores del resucitado, del Viviente, que quiere estar al lado de los más pequeños, de los más pobres. Te espero este domingo y el otro con las puertas abiertas, en medio de la plaza, en la esquina del barrio, donde se planta la torre que quiere ser lugar de referencia y de salida en esta Pascua.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
No hay Pascua sin comunidad, no se puede vivir la Resurrección si no es con otros. Aquí no cabe el individualismo que tan perniciosamente el capitalismo ha metido dentro de nosotros. ¿Preguntarle a Tomás y a las primeras comunidades cristianas? Si no estás en comunidad, precisamente el primer día de la semana, no puedes ver a Jesús, tendrás que venir el siguiente domingo. Ya lo dijo él: “Donde estéis dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo” y nosotros empeñados en ser felices en solitario, en creer que nos salvamos solos.
¿Y cómo manifiesta Jesucristo su presencia en la comunidad?, allí donde los hermanos viven la alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La alegría es el signo de la presencia de Cristo resucitado, es la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la muerte. La alegría cristiana es una sana y serena expresión de la paz interior: “Paz a vosotros”. Hay muchos cristianos que parece que no están muy convencidos de esto y piensan que las manifestaciones de alegría en una reunión litúrgica son una falta de respeto. No estará de más decir que sin participación de la gente en la Eucaristía no hay alegría. La alegría brota de la presencia del Señor dentro de nosotros: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”, nace del interior. Alegría, Paz y Espíritu, son las expresiones comunitarias de la Resurrección, que nos van a repetir todos los textos de estos domingos de Pascua. Rescatemos la alegría en nuestras reuniones y celebraciones, el Papa Francisco, aparte de escribir su exhortación sobre “La alegría del Evangelio”, últimamente nos dice: “No quiero sacerdotes con la cara avinagrada”, lo mismo se podría aplicar a todos los creyentes.
La alegría de la Pascua es el gozo de compartir, como nos lo recuerda la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”. Hasta tal punto que se desprendían de sus bienes y tierras para distribuirlos según la necesidad. “Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”, todo el texto que leemos en este domingo, a muchos les pareció una utopía, incluso algunos doctos hablaron de un fanatismo de los primeros cristianos o de que no sería del todo así. Hoy, no sólo es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, sino uno de los grandes ideales de nuestra sociedad: que los bienes materiales estén en función del bien común de toda la comunidad y no de unos pocos. El individualismo, incluso el religioso (“mi Cristo”, “mi Iglesia”, “mi Misa”, “mi Comunión”, “mi parroquia”,” mi grupo”…), que aún vivimos, es una forma de capitalismo que ha calado mucho más hondo de lo que nosotros imaginábamos. Sólo en comunidad podemos palpar la presencia de Jesús como un bien común, y también su paz y su alegría. Quien no viva con sus hermanos ni comparta la alegría fraterna, no tiene la paz ni la alegría del Señor.
Tomás, “llamado “el Mellizo”, el incrédulo que se resiste a creer por el simple testimonio de los otros, es cualquiera de nosotros, somos sus “mellizos”. Él quiere ver y tocar: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no lo creo”, como nos pasa a ti y a mi muchas veces. Pero la fe no necesita ver, de ahí la pregunta de Jesús: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. La fe surge del encuentro con los hermanos y viendo a los hermanos podemos decir: “¡Señor mío y Dios mío!”, no puedes verlo si no te unes a los hermanos.
En Pascua nace la Iglesia y es tiempo de sentirla como la comunidad de creyentes que se reúnen cada domingo en una parroquia para celebrar la vida desde la fe. La parroquia nos necesita para seguir estando cercana a tantas personas que buscan, para renovarla en sus formas y en su sensibilidad, para despojarla de ropajes históricos, para hacerla más joven. Pero también nosotros la necesitamos para que nuestra fe no sea un reducto, una secta, donde celebramos maravillosamente la Pascua en solitario sin que nos molesten las abuelas, los del cumplimiento dominical, o los que dudan. Para poderse encontrar con el Jesús real mas allá de nuestros intimismos debemos interrogarnos sobre nuestra presencia en las parroquias que tienen un montón de defectos y limitaciones, pero es el sitio de la comunidad. Nada de elitismos, es tiempo de dar lo que nos dieron, de estar dentro para salir fuera, es tiempo de encontrarnos cada domingo con todos aquellos que están en camino. Nada sin comunidad, sin comunidad no hay Pascua, pero no una comunidad echa a mi medida, sino la de los humildes seguidores del resucitado, del Viviente, que quiere estar al lado de los más pequeños, de los más pobres. Te espero este domingo y el otro con las puertas abiertas, en medio de la plaza, en la esquina del barrio, donde se planta la torre que quiere ser lugar de referencia y de salida en esta Pascua.
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
BUSCAR JUNTOS
Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
- See more at: http://juanjauregui.es/segundo-domingo-de-pascua/#sthash.T3DbXLQ7.dpuf
BUSCAR JUNTOSAunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
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Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
BUSCAR JUNTOS
Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
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Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
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BUSCAR JUNTOS
Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
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Aunque acoquinados y dispersos en un primer momento, los discípulos, impulsados por el Espíritu de Jesús, vuelven a reencontrarse para convivir, para dialogar, para compartir el “fracaso” de la muerte del Maestro, para seguir su amistad. Buscan juntos.
Por eso, como estaban reunidos en el nombre del Señor, él se hace presente en medio de ellos (Mt 18,20), Y le reconocen
con la mirada de fe. Tomás se ha ausentado de la comunidad; por eso no ha podido gozar del encuentro con el Señor; sólo cuando se reintegra a la comunidad puede vivir la experiencia.
Los de Emaús, a pesar de que se alejan desencantados, caminan compartiendo su tristeza y su desencanto; por eso el Señor les sale al encuentro.
La situación de incontables “cristianos”, aunque parezca que no tiene nada que ver con la situación de los discípulos de
Jesús después del viernes santo, sin embargo tiene mucho en común. Son numerosísimos los que viven su religiosidad muy rutinariamente, están desencantados, dispersos, desilusionados, porque creen que la Iglesia no responde a sus inquietudes ni a las esperanzas del mundo. El cristianismo no les llena; sin embargo, están inquietos, buscan. Su fe, como la de los discípulos, corre peligro.
El camino de encuentro con el Señor comienza por reunirse para buscar juntos, compartir dudas, críticas, poner en común experiencias e intentar nuevas formas de vivir la fe. No hacerlo es poner en peligro la fe.
Ésta es la razón por la que muchos “cristianos” solitarios
(una rotunda contradicción) nos confiesan: “Estoy perdiendo la fe”, “ya no sé si creo o no creo”. Lo extraño no es esto, lo extraño sería lo contrario. Si fuera del ámbito comunitario, todos echan agua al fuego de tu fe y nadie echa leña, terminará, obviamente, por apagarse. Repiten el error de Tomás.
Naturalmente que si Tomás no hubiera retornado al grupo de condiscípulos, hubiera perdido definitivamente la fe. Pretender ser cristiano por libre es poner en riesgo la propia fe. Y reunirse, como hicieron los discípulos, en torno a Jesús para evocar su memoria, para profundizar su mensaje y comprender el significado de su persona y su relación con nosotros es condición de vida. Pero, para reconocerle, se precisan los ojos de la fe como les sucedía a aquellos primeros discípulos en sus encuentros con el Maestro. Quienes participamos reiteradamente en la vida de grupos y comunidades comprobamos asombrados su verificación desbordante. Comprobamos cómo se enciende la fe medio apagada de quienes se reúnen; desaparecen las dudas ante la experiencia de encuentro con el Señor, como ocurrió con los de Emaús (Lc 24,13-35). Llenos de entusiasmo, testimonian:
“Este cristianismo sí que merece la pena”, “ahora sí que me he encontrado con Jesucristo”, “a partir de mi incorporación a la comunidad o al grupo, he empezado una vida nueva”.
Afirma monseñor Casaldáliga: “¡Feliz el que sabe que seguir a Jesucristo es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos! No te engañes: quien se aleja de la comunidad, en busca de ventajas personales, se aleja de Dios; quien busca la comunidad se encuentra con Dios”.
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