Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,22-25):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»
Palabra del Señor
Vamos a ser honestos. Hay muchas veces en la vida en que no
escogemos lo bueno sino lo malo. Y a sabiendas. Porque eso malo tiene un
atractivo mayor, porque a corto plazo nos da la impresión de que no nos
va a hacer daño, porque... a veces ni lo sabemos. Como Pablo,
terminamos reconociendo que “no hago el bien que quiero sino el mal que
no quiero” (Rm 7,19). Y no me estoy refiriendo sólo a hacer mal a los
demás. En la misma frase se entiende el mal que nos hacemos a nosotros
mismos. Un ejemplo sencillo: el que fuma está dañando su cuerpo pero no
se siente con fuerzas para parar y termina diciéndose a sí mismo que le
gusta y que no es tan malo y que son cosas que dicen los médicos y quién
sabe cuántas razones que no son más que mentiras que se cuenta a sí
mismo (que son con total seguridad las peores mentiras de todas las
posibles).
En la primera lectura de
hoy, Moisés habla al pueblo y le pone delante la vida y el bien, la
muerte y el mal. Seguir a Dios es tener la vida. Alejarse de él
encontrarse con la muerte. Así de sencillo. ¡Y así de complicado! De
hecho, el pueblo no siempre eligió el bien ni la vida. Como nosotros.
Jesús dice lo mismo pero de otra manera. Para empezar, es más claro. Seguirle es encontrar la vida. Pero seguirle significa asumir nuestras limitaciones, nuestras pobrezas. Eso es coger la cruz. Darnos cuenta de que no vamos a ser capaces de caminar seguido, de que muchas veces vamos a dar un paso adelante y tres atrás. Pero también nos dice que lo importante es seguir adelante y mantener la mirada fija en el horizonte: el Reino, la familia de Dios, la fraternidad, los hijos e hijas sentados todos en la mesa del Padre. Cada vez que se nos acorte la mirada y miremos a nuestro ombligo, estaremos perdiéndonos a nosotros mismos. Cada vez que levantemos de nuevo la mirada y encontremos a los hermanos que caminan con nosotros, ganaremos en vida, en esperanza, en alegría, en fraternidad.
Elegir la vida es elegir la fraternidad. Elegir mi ombligo es, aunque no nos lo parezca, elegir la muerte. Seguro que lo hemos hecho más de una vez en la vida. Pero no es cuestión de llorar y angustiarse. Es cuestión de levantarse, echar la mirada adelante y encontrar la mano del hermano que nos anima a seguir en la senda del Reino.
Jesús dice lo mismo pero de otra manera. Para empezar, es más claro. Seguirle es encontrar la vida. Pero seguirle significa asumir nuestras limitaciones, nuestras pobrezas. Eso es coger la cruz. Darnos cuenta de que no vamos a ser capaces de caminar seguido, de que muchas veces vamos a dar un paso adelante y tres atrás. Pero también nos dice que lo importante es seguir adelante y mantener la mirada fija en el horizonte: el Reino, la familia de Dios, la fraternidad, los hijos e hijas sentados todos en la mesa del Padre. Cada vez que se nos acorte la mirada y miremos a nuestro ombligo, estaremos perdiéndonos a nosotros mismos. Cada vez que levantemos de nuevo la mirada y encontremos a los hermanos que caminan con nosotros, ganaremos en vida, en esperanza, en alegría, en fraternidad.
Elegir la vida es elegir la fraternidad. Elegir mi ombligo es, aunque no nos lo parezca, elegir la muerte. Seguro que lo hemos hecho más de una vez en la vida. Pero no es cuestión de llorar y angustiarse. Es cuestión de levantarse, echar la mirada adelante y encontrar la mano del hermano que nos anima a seguir en la senda del Reino.
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