Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,53-56):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
Palabra del Señor
Leo las lecturas de este día. Y no sé a qué carta quedarme a la hora de hacer este comentario. No sé si quedarme con la primera frase de la primera lectura. Es el comienzo del libro del Génesis, el comienzo de todo. “Al principio, creó Dios el cielo y la tierra.” Pero también está la última frase del Evangelio: “Y los que lo tocaban se ponían sanos.”
La primera frase nos hace pensar en el poder inmenso de Dios. La voluntad de Dios crea este universo y este mundo del que somos una pequeñísima parte en un pequeñísimo momento. Billones de años antes de nosotros tuvo lugar aquel momento inicial. Los cien tíficos lo llaman el “big bang” –la gran explosión–. A partir de aquel “bang” empezó todo. Hasta llegar a los que hoy conocemos porque estamos aquí. No lo sabemos todo todavía de esa historia. No conocemos el proceso en detalle. Pero todo él nos habla de una gran inteligencia. Se pueden escribir libros enteros, bibliotecas enormes, sobre el tema. El libro del Génesis lo sintetiza en una frase: “Al principio, creó Dios el cielo y la tierra.” No hace falta más. Hay momentos en que hay que parar la inteligencia racional y dejarse llevar por la contemplación. Esta frase nos pone en situación. Nos sitúa delante de Dios en aquel momento primerísimo.
Pero hay que seguir. Llegamos al Evangelio. El gran momento universal se ha concentrado en la historia. Nuestra mirada se concentra en una pequeña región, Galilea, de la Palestina de hace unos dos mil años. Cerca del lago de Genesaret. Pueblos y aldeas. Gente muy pobre. Enfermos. Necesitados. Abandonados por los poderes de aquel tiempo salvo para sacarles impuestos. Pero allí, en medio de ellos está uno que les da esperanza, que les salva. “Y los que le tocaban se ponían sanos.”
El Dios Creador se ha convertido en uno de nosotros. El amor que nos creó se ha convertido en amor cercano que toca y salva y cura. Dios no se ha quedado de espectador lejano de este mundo creado por él. Todo lo contrario. Se ha hecho uno de nosotros, se ha metido en este mundo, se ha sometido a sus leyes. Y ahí hace presente su amor creador, curador y sanador. Dios no ha dejado abandonada su creación. No nos ha dejado abandonados. Se acerca a nosotros. Nos toca. Nos acaricia. Hoy somos nosotros los portadores y testigos de ese amor para todos los que nos rodean.
Fernando Torres Pérez cmf
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Lunes de la quinta semana del tiempo ordinario
"En la aldea o pueblo o caserío a donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos". (Mc 6,53-56)
Es importante ver, pero pareciera que resulta más importante tocar.
Cuando llega o se presenta el Papa, siempre lo rodea la policía, porque saben que todos se abalanzarían para tocarle.
Recuerdo que, en uno de los encuentros con Pablo VI en las Catacumbas de San Sebastián en Roma, el Papa, como éramos un grupo pequeño se entretuvo charlando con todos, cosa que a él le encantaba. Una señora que pudo agarrarle la mano, se moría de alegría y decía: “yo no lavo más esta mi mano”.
Yo supongo que para estas fechas la ha lavado muchas veces, ciertos fervores suelen pasar pronto.
Pareciera que “tocar” es una experiencia especial.
Y la sensación de tocar es primaria.
Basta ver cómo los niños todo lo quieren tocar y todo lo llevan a la boca.
Y basta ver a los enamorados que sienten necesidad de tocarse, agarrarse la mano, darse un beso, abrazarse.
El Evangelio está lleno de momentos en los que la gente quiere tocar a Jesús. En el texto de hoy, le pedían dejase que los enfermos pudiesen tocar, aunque no fuese sino la orla de su manto.
Y el texto termina diciendo que “los que lo tocaban quedaban sanos”.
Tocar es algo más que una simple experiencia sicológica.
Tocar es sentir que una corriente de vida pasa de uno al otro.
Pero hay un “tocar” que no dice nada.
Los que vamos apretujados en el autobús, o tratando de subirnos a un avión, nos tocamos, pero seguimos tan extraños los unos de los otros.
A lo más, nos enteramos que nos han tocado sin sentirlo, cuando nos damos cuenta de que el ladrón ya nos limpió los bolsillos.
El Dios de nuestra fe:
Es un Dios que quiere tocarnos.
Es un Dios que quiere que le toquemos.
No es el Dios con escolta policial para que nadie le toque.
Jesús es de los que constantemente toca a los enfermos, a los niños.
Jesús es de los que se deja tocar por los enfermos.
Jesús nunca utilizó guardaespaldas que lo protegieran. Incluso cuando los discípulos se enfadaron con los niños, él los reprendió: “Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis”.
¿Qué misterio hay en nuestras manos que constantemente quieren tocar las cosas y a las personas?
La primera vez que mis manos le tocaron en la consagración en mi Primera Misa, mis manos temblaban y mi voz se me quebraba.
Cada día al celebrar mis manos vuelven a tocarle. “Tomando en el pan en sus manos … tomando el Cáliz..”
La pregunta que me hago cada día suele ser:
¿Y me quedo también yo curado o sigo tan enfermo como antes?
¿Cuánto hay de sanación en mi vida en ese tocarle cada día, no solo a su manto sino a su propio cuerpo?
Pero no sólo yo le toco y no sólo él me toca a mí.
¿Acaso no le tocamos todos cuando comulgamos?
¿Acaso no le tocamos cuando comulgamos en la lengua o lo recibimos en la mano?
¿Queda sanada y curada nuestra lengua de modo que ya no hable mal de nadie, no critique ni murmure de nadie, sino que hable bien de todos?
¿Queda sanada para:
No gritar, sino que habla con más dulzura y amabilidad?
No decir palabras que hieran, sino que alaben y bendigan?
No mentir, sino que diga siempre la verdad?
¿Y nuestras manos quedan sanadas de modo que:
Ya no hieran a nadie, sino que acaricien a todos?
Ya no hagan daño a nadie, sino repartan pan a todos?
Ya no se cierren a nadie, sino que estén abiertas a todos?
Ya no empujen a nadie alejándolo, sino atrayéndolo hacia nosotros?
Tocamos a Jesús cuando quedamos curados y sanados.
No le tocamos cuando seguimos enfermos como antes.
Ya no necesitamos pedirle que “nos toque o nos deje tocarle” pues es él mismo el que se nos acerca y nos pone la mano en la cabeza o agarra nuestras manos.
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