Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,20-21):
En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.
Palabra del Señor
Jesucristo, sacerdote, víctima y altar
La reflexión de la carta a los Hebreos sobre el sacerdocio de Cristo llega hoy a una de sus cimas. Jesús no es un sacerdote ritual, meramente cultual, cuya función mediadora queda fuera de su persona. La radicalidad de su sacerdocio se echa de ver en que es su misma persona la que realiza el sacrificio definitivo, de modo que él es al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar. Jesús, fundador del nuevo pueblo de Dios y portador de una alianza nueva y definitiva, se ha hecho él mismo ley de vida para los que creen en él. Creer en Cristo y ser discípulo suyo no puede, en consecuencia, limitarse a profesar unas verdades, practicar unos ritos y cumplir ciertas exigencias morales. De ser así, la alianza, la ley y el culto inaugurados por Cristo seguirían siéndonos externos, es decir, “viejos”, caducos y no definitivos. La única forma de convertirse en discípulo de Jesús es vivir como vivió él. Pero vivir como vivió él significa estar dispuesto a morir como él murió. ¿No es esto algo excesivo? Porque si lo pensamos bien y nos lo tomamos en serio, lo que Jesús hace y dice, y las consecuencias que se derivan de ello, son y se nos antojan excesivas si las confrontamos con los criterios y las expectativas que nos mueven realmente cada día. No siempre estamos dispuestos a llevar nuestra fe hasta las últimas consecuencias, es decir, no siempre nos comportamos como creyentes y discípulos de Jesús en sentido propio. Con demasiada frecuencia somos, sí, creyentes, pero también razonables, mesurados, pretendemos ser “normales”, “no tomarnos ciertas cosas tan a pecho”… Con demasiado frecuencia nosotros mismos, los cercanos, aquellos a los que él designó “su madre, hermano y hermana”, decimos que Jesús no está del todo en sus cabales, y tratamos de domesticarlo un poco, para “hacerlo más creíble”, más de “nuestro tiempo”, más “razonable”.
En el seguimiento de Cristo hay un punto de exageración que debe llevarnos más allá de la lógica del mundo en que vivimos. Esa locura para unos y necedad para otros es la sabiduría que procede sólo de la cruz de Jesucristo.
Saludos cordiales
José María Vegas, cmf
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
El Evangelio nos ofrece una escena bien curiosa.
¿No os parece extraño el que Jesús no invitase a seguirle a ninguno de sus parientes?
¿No se os ha pasado por la cabeza la posibilidad de que alguno de sus parientes no estuviese esperando la invitación, no precisamente por seguirle sino porque su figura y el ser discípulo suyo siempre le hubiese ganado un poco de prestigio?
Yo me imagino que en su casa no todos tendrían la santidad de María y José.
Por eso, a mí la escena que narra el Evangelio hoy me huele un poco a envidia, o cuando menos a cierto malestar entre los suyos.
Con la fama que tenía y con la gente que le seguía, es posible que alguno esperase “algo”.
Porque estoy seguro que ni a María ni a José se les pasó nunca por la cabeza que Jesús había perdido el juicio y ya “no estaba en sus cabales”.
Y sin embargo, se habla de que son los de su familia quienes “vinieron a llevárselo”.
No resulta fácil entender a los que destacan.
No resulta fácil entender a los que llaman la atención por ser diferentes.
¿Nunca habéis escuchado decir por ahí que “son unos creídos?”
No resulta fácil entender a los que se toman en serio el Evangelio.
¿Nunca habéis escuchado decir por ahí que “son unos obsesionados?”
No resulta fácil entender a los que se toman en serio su Bautismo.
¿Nunca habéis escuchado decir por ahí que “son unos fundamentalistas”?
No es fácil ser diferente a los demás.
No es fácil llevar una vida distinta al resto.
No es fácil decir “no” donde todos dicen “sí”.
No es fácil hacer lo que nadie quiere hacer.
Hoy, en concreto, no es fácil hablar de Dios en grupos, incluso de cristianos, que apenas si llevan algo más que el nombre.
Hoy, en concreto, no es fácil hablar y citar el Evangelio, en medio de quienes todo eso les resbala.
Hoy, en concreto, ¿alguien cree que es fácil hablar de castidad cuando todos hablan de sexo?
Hoy, en concreto, ¿alguien cree que es fácil hablar de que es necesario llegar virgen al matrimonio?
Hoy, en concreto, ¿alguien piensa que es fácil invitar a alguien a la vida sacerdotal y consagrada, con lo bien que se lo pasa uno en el mundo?
Es posible que nadie venga a llevarnos por imaginarse que “no estamos en nuestros cabales”.
Pero, estoy seguro que más de uno murmurará por lo bajo, si es que no se atreve a hablar en voz alta.
Pues, amigos, a Jesús le dijeron de todo:
Sus enemigos le llamaron “endemoniado”.
Sus enemigos, disimuladamente le llamaron “hijo de prostituta”.
Sus familiares le creyeron “para el manicomio”.
Y sin embargo, la gente sencilla, le busca por todas partes.
La gente sencilla le sigue y no le deja tiempo ni para comer tranquilo.
Es que los sencillos de corazón tienen “un olfato muy fino”.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
Y saben diferenciar quien “es de verdad” y quien “aparenta ser”.
Y saben reconocer quien “es realmente hombre o mujer de Dios” y quien lo aparenta.
Estoy de acuerdo con Unamuno cuando dice que los “santos están condenados a la soledad, porque los demás no han escuchado lo que ellos escucharon en su corazón”.
Juan Jaugeri