Evangelio según San Lucas 10,1-9.
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."
Santos Timoteo y Tito. 1Tim 1,1-8; Lc 10,1-9
Queridos hermanos:
Cada domingo, al rezar el credo, confesamos que la Iglesia es “una, santa, católica y apostólica”. Hoy celebramos el fundamento de esa gozosa realidad: estamos en continuidad con los apóstoles, con San Pablo, a través de una cadena initerrumpida de sucesores, al inicio de la cual se encuentran Timoteo, Tito y otros. A estos santos el título de obispos, que les da la liturgia, les viene muy pequeño, y es anacrónico; no son dos prelados más, como san Blas o san Nicolás. Recordar a estos dos misioneros de los orígenes es celebrar la sucesión apostólica, hecho de enorme calado teológico. La categoría litúrgica de “memoria” es también muy poco para ellos, es “teológicamente injusta”; la teología y a la historia exigirían al menos el rango de fiesta.
Desde el punto de vista histórico, el emparejamiento de los dos santos, como si fuesen poco más o menos iguales, puede desfigurarlos. Timoteo fue el alter ego de San Pablo, corremitente de la mayor parte de sus cartas, del que Pablo mismo dice: “a nadie tengo de tan iguales sentimientos” (Flp 2,20); Timoteo no fue “un” colaborador, sino “el” colaborador de Pablo, y quizá su principal sucesor histórico. Tito, en cambio, sólo prestó al apóstol alguna ayuda esporádica: le acompañó a llevar una colecta a Jerusalén (Gal 2,2) y le resolvió una papeleta difícil en Corinto (2Cor 7,6). Su nombre ni siquiera es conocido en los Hechos de los Apóstoles.
Los escritos que se nos han transmitido como cartas de Pablo dirigidas a estos santos nos hablan del cariño y esmero con que la Iglesia de todas las épocas debe conservar el legado apostólico, creando para ello las instituciones más convenientes. Recordar a estos santos es, por tanto, recordar que debemos permanecer en lo que somos, guardar gozosamente nuestra identidad sabiendo adaptarla a situaciones nuevas. Es lo que a ellos les tocó hacer, como eslabones entre la época apostólica y la siguiente.
El envío de los 72 discípulos que nos narra el evangelio (un capítulo antes Lucas cuenta el envío de los Doce) remacha justamente el mismo pensamiento: la acción de los apóstoles debe ser continuada por otros, contemporáneos y posteriores, conservando siempre el estilo y acción de Jesús: inermes, pacíficos, anunciadores de Buena Noticia.
Hoy se organizan cursillos y simposios acerca de la ardua tarea de transmitir la fe a la siguiente generación, de cómo hacerlo en unas circunstancias tan nuevas, en un barbecho o en un campo sembrado de espinas, cuando no en ámbitos llenos de prevenciones contra el hecho cristiano. Timoteo y Tito, como su maestro, el apóstol de Tarso, nos invitan a la audacia e inventiva. ¡Lo de Jesús tiene que seguir adelante!
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
Lunes de la tercera semana del tiempo ordinario
¡Qué difícil es reconocer la bondad de los demás!
Dicen que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”
Ni hay peor “ciego que el que no quiere ver”.
¡Cuántas resistencias ponemos cuando no queremos aceptar la verdad!
¡Cuántas excusas ponemos cuando no queremos aceptar a Dios en nuestras vidas!
Siempre hay “razones” para el no.
¿Es tan difícil aceptar a Dios?
¿No será que no queremos aceptarlo?
Hoy se habla mucho del ateísmo práctico.
No es el ateísmo teórico, el ateísmo intelectual que alguna vez estuvo de moda.
Es el ateísmo de la indiferencia.
Es el ateísmo de la falta de de sinceridad.
Es el ateísmo de la falta de interés.
Porque, no nos conviene, no nos interesa.
Es que aceptar a Dios implica:
Un cambio de vida.
Un cambio de actitud.
Un cambio de comportamiento.
Un cambio de responsabilidad.
Creer en Dios implica un cambio de vida.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Creer en Dios implica que tenemos que asumir otras responsabilidades.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Creer en Dios implica que tengo que complicarme la vida con mi hermano.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Creer en Dios implica que tengo que amar a mi hermano.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Y entonces, la mejor solución es negar a Dios, prescindir de Dios.
Personalmente me cuesta creer en todos esos que se dicen ateos o agnósticos.
Puede que algunos lo sean porque nunca nadie les puso a Dios en su camino.
Puede que algunos lo sean porque nadie les ha hablado de Él.
Pero la mayoría de esos agnósticos:
Están bautizados.
Se llaman cristianos.
Son agnósticos prácticos.
No les conviene que Dios exista.
No les conviene a Dios en sus vidas.
Es la historia de los escribas.
No quieren cambiar de modo de pensar.
No quieren cambiar de modo de vivir.
No quieren complicar sus vidas.
Y entonces el mejor camino es negar que Jesús es Dios.
No pueden negar lo que ven.
Pero lo pueden interpretar a su manera.
No pueden negar que Jesús hace milagros.
Entonces lo mejor es descalificarle y decir que:
En vez de “actuar en nombre de Dios”,
“Actúa en nombre del demonio”
En el fondo hay poca sinceridad en nuestro corazón.
En realidad somos poco sinceros.
Cuando algo no nos interesa buscamos mil y un motivos para evitarlo.
Cuando algo no nos conviene buscamos razones para desacreditarle.
Fue lo que lo sucedió a Jesús en su pueblo.
Primero le admiran por su doctrina.
Pero luego le echan en cara que no tiene nada de divino porque conocen su familia.
Ahora le dicen que actúa en nombre del demonio y no de Dios.
Tendremos que examinar nuestro corazón y ver qué motivos tenemos dentro.
juanjauregui.es
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."
Santos Timoteo y Tito. 1Tim 1,1-8; Lc 10,1-9
Queridos hermanos:
Cada domingo, al rezar el credo, confesamos que la Iglesia es “una, santa, católica y apostólica”. Hoy celebramos el fundamento de esa gozosa realidad: estamos en continuidad con los apóstoles, con San Pablo, a través de una cadena initerrumpida de sucesores, al inicio de la cual se encuentran Timoteo, Tito y otros. A estos santos el título de obispos, que les da la liturgia, les viene muy pequeño, y es anacrónico; no son dos prelados más, como san Blas o san Nicolás. Recordar a estos dos misioneros de los orígenes es celebrar la sucesión apostólica, hecho de enorme calado teológico. La categoría litúrgica de “memoria” es también muy poco para ellos, es “teológicamente injusta”; la teología y a la historia exigirían al menos el rango de fiesta.
Desde el punto de vista histórico, el emparejamiento de los dos santos, como si fuesen poco más o menos iguales, puede desfigurarlos. Timoteo fue el alter ego de San Pablo, corremitente de la mayor parte de sus cartas, del que Pablo mismo dice: “a nadie tengo de tan iguales sentimientos” (Flp 2,20); Timoteo no fue “un” colaborador, sino “el” colaborador de Pablo, y quizá su principal sucesor histórico. Tito, en cambio, sólo prestó al apóstol alguna ayuda esporádica: le acompañó a llevar una colecta a Jerusalén (Gal 2,2) y le resolvió una papeleta difícil en Corinto (2Cor 7,6). Su nombre ni siquiera es conocido en los Hechos de los Apóstoles.
Los escritos que se nos han transmitido como cartas de Pablo dirigidas a estos santos nos hablan del cariño y esmero con que la Iglesia de todas las épocas debe conservar el legado apostólico, creando para ello las instituciones más convenientes. Recordar a estos santos es, por tanto, recordar que debemos permanecer en lo que somos, guardar gozosamente nuestra identidad sabiendo adaptarla a situaciones nuevas. Es lo que a ellos les tocó hacer, como eslabones entre la época apostólica y la siguiente.
El envío de los 72 discípulos que nos narra el evangelio (un capítulo antes Lucas cuenta el envío de los Doce) remacha justamente el mismo pensamiento: la acción de los apóstoles debe ser continuada por otros, contemporáneos y posteriores, conservando siempre el estilo y acción de Jesús: inermes, pacíficos, anunciadores de Buena Noticia.
Hoy se organizan cursillos y simposios acerca de la ardua tarea de transmitir la fe a la siguiente generación, de cómo hacerlo en unas circunstancias tan nuevas, en un barbecho o en un campo sembrado de espinas, cuando no en ámbitos llenos de prevenciones contra el hecho cristiano. Timoteo y Tito, como su maestro, el apóstol de Tarso, nos invitan a la audacia e inventiva. ¡Lo de Jesús tiene que seguir adelante!
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica
¿Es tan difícil aceptar a Dios?
Lunes de la tercera semana del tiempo ordinario
¡Qué difícil es reconocer la bondad de los demás!
Dicen que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”
Ni hay peor “ciego que el que no quiere ver”.
¡Cuántas resistencias ponemos cuando no queremos aceptar la verdad!
¡Cuántas excusas ponemos cuando no queremos aceptar a Dios en nuestras vidas!
Siempre hay “razones” para el no.
¿Es tan difícil aceptar a Dios?
¿No será que no queremos aceptarlo?
Hoy se habla mucho del ateísmo práctico.
No es el ateísmo teórico, el ateísmo intelectual que alguna vez estuvo de moda.
Es el ateísmo de la indiferencia.
Es el ateísmo de la falta de de sinceridad.
Es el ateísmo de la falta de interés.
Porque, no nos conviene, no nos interesa.
Es que aceptar a Dios implica:
Un cambio de vida.
Un cambio de actitud.
Un cambio de comportamiento.
Un cambio de responsabilidad.
Creer en Dios implica un cambio de vida.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Creer en Dios implica que tenemos que asumir otras responsabilidades.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Creer en Dios implica que tengo que complicarme la vida con mi hermano.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Creer en Dios implica que tengo que amar a mi hermano.
Y eso nos cuesta aceptarlo.
Y entonces, la mejor solución es negar a Dios, prescindir de Dios.
Personalmente me cuesta creer en todos esos que se dicen ateos o agnósticos.
Puede que algunos lo sean porque nunca nadie les puso a Dios en su camino.
Puede que algunos lo sean porque nadie les ha hablado de Él.
Pero la mayoría de esos agnósticos:
Están bautizados.
Se llaman cristianos.
Son agnósticos prácticos.
No les conviene que Dios exista.
No les conviene a Dios en sus vidas.
Es la historia de los escribas.
No quieren cambiar de modo de pensar.
No quieren cambiar de modo de vivir.
No quieren complicar sus vidas.
Y entonces el mejor camino es negar que Jesús es Dios.
No pueden negar lo que ven.
Pero lo pueden interpretar a su manera.
No pueden negar que Jesús hace milagros.
Entonces lo mejor es descalificarle y decir que:
En vez de “actuar en nombre de Dios”,
“Actúa en nombre del demonio”
En el fondo hay poca sinceridad en nuestro corazón.
En realidad somos poco sinceros.
Cuando algo no nos interesa buscamos mil y un motivos para evitarlo.
Cuando algo no nos conviene buscamos razones para desacreditarle.
Fue lo que lo sucedió a Jesús en su pueblo.
Primero le admiran por su doctrina.
Pero luego le echan en cara que no tiene nada de divino porque conocen su familia.
Ahora le dicen que actúa en nombre del demonio y no de Dios.
Tendremos que examinar nuestro corazón y ver qué motivos tenemos dentro.
juanjauregui.es