Evangelio y Comentario de hoy Jueves 29 de Enero 2015

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,21-25):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»

Palabra del Señor

Queridos hermanos:
Muchos de los refranes que el evangelio acaba de ofrecernos los hemos dicho nosotros quizá repetidas veces. ¿No hemos justificado ciertos males diciendo que “el que la hace la paga”? ¿No hemos dicho más de una vez, para explicar ciertos enriquecimientos, que “dinero llama dinero” o que “al que tiene se le dará”?
Jesús se inculturó plenamente en su pueblo y usó los mismos aforismos que sus contemporáneos. Lástima que, en muchos casos, no sepamos a quién o por qué dijo tal o cual refrán, y, por tanto, qué sentido quiso darle. Es incluso posible que los haya dicho más de una vez y con sentido diferente, según oyentes y circunstancias. De hecho, algunos de esos refranes los encontramos en los evangelios situados en contextos muy diferentes, como ilustración de enseñanzas muy diversas. El dicho de “lo oculto acaba manifestándose” lo usa Marcos para indicar que Jesús aclara las parábolas a sus discípulos, mientras que en Lucas significa que es inútil el esfuerzo de los hipócritas por fingir o disimular, pues la verdad acabará sabiéndose (cf. Lc 12,2); Mateo, por su parte, lo utiliza para exhortar a los discípulos a la predicación a pesar de las persecuciones (cf. Mt 10,26). 
El fragmento evangélico que hemos leído hoy es una combinación de cuatro refranes, de los cuales, si no sabemos exactamente qué significaron en boca de Jesús, sí que captamos el sentido que les da el evangelista; lo descubrimos por el contexto en que los incluye. En el fragmento que leímos ayer vimos cómo Jesús explicaba a los discípulos la parábola del sembrador: allí la luz no quede oculta, sino que se comunica, alumbra. Y quienes han recibido esa luz deben todavía transmitirla a otras personas… Es la propagación misionera y catequética de la palabra de Jesús, que la iglesia no debe reservarse para sí. ¡Qué oportuna es aquí la invitación del papa Francisco a “salir”, a regalar luz a los de fuera!
Todo creyente está llamado a crecer en la comprensión de la Palabra (Mt 15,15: “explícanos la parábola”), y, una vez que la ha comprendido, a regalarla a los demás; la luz no debe taparse con un cajón. Jesús, el primero de los catequistas y misioneros, quiere que su acción sea prolongada por nosotros.
La correspondencia de medidas nos habla de una cierta ley de la retribución. A los discípulos de Jesús, por estar abiertos a él, se les comunica el misterio del Reino; son “los que tienen”, y a ellos se les da todavía más; tienen receptividad, “apertura”, y a ellos se les “descorre el velo” de los secretos del Reino de Dios. En cambio, a quienes de entrada está cerrados o endurecidos, como consecuencia de esa cerrazón o escepticismo, todo les resulta un enigma: no llegan a entender de qué va lo de Jesús; ¡hasta lo poco que sabían se les va a olvidar!
En conjunto hay una advertencia y una promesa. Advertencia: cuidado con actitudes autosuficientes, escépticas, o hipercríticas; nos empobrecerán. Promesa: tenemos posibilidades de crecer en la comprensión de lo divino; cuanta más hambre tengamos de ello, más alimento se nos dará. La sabiduría dice de sí misma: “los que de mí comen tienen más hambre de mí, y más sed de mí los que de mí beben” (Eclesiástico 24,21). Y la penetración en los misterios de la fe nunca concluye, pues, como decía San Juan de la Cruz, “hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que por más que los santos doctores y las almas santas ahonden, nunca les hallan fin ni término”. 
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf


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Hay mucha santidad en la Iglesia
Jueves de la tercera semana del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a la multitud: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de una caja o debajo de la cama, o para ponerla sobre el candelero? Si se esconde algo es para que se descubra; si algo se hace oculto, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír que oiga”. Les dijo también: “Atención a lo que estáis oyendo: la medida con que midáis se usará con vosotros, y os darán más todavía. Porque al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará lo que tiene”. (Mc 4,21-25)

Siempre me parece que en la Iglesia hay poca luz.
Y me quejo
Pero otros parece que se dan por satisfechos.
¿Serás que yo veo mal o que los demás tienen mejor visión?

Sin embargo, hay algo de lo que me preocupo menos y que lo veo más importante:
Sé que por el Bautismo “soy luz del mundo”.
¿Pero alumbro de verdad?
Sé que como Sacerdote “soy luz del mundo”:
¿Pero mi sacerdocio alumbra de verdad?
Me preocupa que en torno a mí haya poca luz.
Y la culpa la tengo yo.
Me preocupa que los demás vean poco por falta de luz.
Y ¿no seré yo el culpable?

Es cierto que nos han enseñado una humildad que la veo poco evangélica.
No han enseñado hacer el bien, pero que nosotros vivamos ocultos.
No han enseñado hacer el bien, pero no nos han enseñado a que alumbremos.
Y el Evangelio de hoy como en otras partes nos dice bien claro:
Que la luz no es para meterla “debajo de una caja”.
Que la luz no es para meterla “debajo de la cama”.
Que la luz es para ponerla en “en candelero y que alumbre”.
Yo pienso que en la Iglesia, como dice el Papa Francisco “hay mucha santidad”.
Pero todos mostramos más nuestros defectos.
Los periodistas hablan más de nuestros defectos que de nuestras virtudes.
La gente habla más de nuestros pecados que son otras tantas oscuridades, pero se fijan menos en nuestros nuestras bondades.

Las calles necesitan luz y tienen esos focos que iluminan.
Pero los cristianos aparecemos demasiado apagados.
No sé si nos escondemos debajo de la cama o tenemos miedo al candelero.
Hay que alumbrar.
El mundo tiene demasiada oscuridad.
No porque falte la luz sino porque nos escondemos demasiado.

La medida con que medimos:
Somos demasiado exigentes con los demás.
Somos demasiado comprensivos con nosotros.
Somos demasiado críticos con los otros.
Somos demasiado condescendientes con nosotros mismos.

En el mundo y la misma Iglesia:
Hay demasiadas críticas.
Hay demasiados juicios condenatorios.
Hay demasiada poca comprensión con las debilidades de los otros.

Y donde no hay comprensión:
No es que demos razón a lo malo.
Pero lo malo que hacemos necesita sepamos comprender.
Alguien escribió: “Dios no ama la enfermedad, pero sí al enfermo”.
Yo estoy seguro que “Dios no ama al pecado, pero sí ama al pecador”.
¡Cuántos pecadores necesitan comprensión!
¡Cuántos pecadores necesitan ser amados!
¡Cuántos pecadores necesitan ser perdonados!

Tenemos miedo al juicio de Dios.
Cuando en realidad somos nosotros los que señalamos cómo nos ha de juzgar Dios.
Dios me juzgará como yo juzgue al hermano.
Dios me juzgará como yo juzgue a los demás.
“La medida con que midáis la usarán con vosotros”.
No tenemos disculpas, seremos juzgados como juzguemos.
Yo prefiero me juzguen por mi comprensión que por mi justicia.
Y ese es el pacto que hice con él.

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