Tiempo Ordinario
Lucas 14, 12-14. Tiempo Ordinario. Hay más felicidad en dar que en recibir, y el que menos cosas desea es el más feliz.
Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Lucas 14, 12-14
En aquel tiempo, decía Jesús a uno de los principales fariseos que
le había invitado: Cuando des una comida o una cena, no llames a tus
amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos;
no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando
des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los
ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te
recompensará en la resurrección de los justos.
Oración introductoria
Padre, que comprenda que sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.
Petición
Jesús te pido que encuentre la felicidad en dar más que en recibir, y que entre menos cosas desee, soy más rico.
Meditación del Papa Francisco
A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades, en el mundo. Hermanos cardenales, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad, es la misericordia. La que Él nos ha dado y cada día tiene con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Y esto es lo que el Señor nos pide a nosotros.
Queridos
hermanos cardenales, el Señor Jesús y la Madre Iglesia nos piden
testimoniar con mayor celo y ardor estas actitudes de santidad. (S.S. Francisco, 23 de febrero de 2014).Oración introductoria
Padre, que comprenda que sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.
Petición
Jesús te pido que encuentre la felicidad en dar más que en recibir, y que entre menos cosas desee, soy más rico.
Meditación del Papa Francisco
A quien quiere seguirlo, Jesús le pide amar a los que no lo merecen, sin esperar recompensa, para colmar los vacíos de amor que hay en los corazones, en las relaciones humanas, en las familias, en las comunidades, en el mundo. Hermanos cardenales, Jesús no ha venido para enseñarnos los buenos modales, las formas de cortesía. Para esto no era necesario que bajara del cielo y muriera en la cruz. Cristo vino para salvarnos, para mostrarnos el camino, el único camino para salir de las arenas movedizas del pecado, y este camino de santidad, es la misericordia. La que Él nos ha dado y cada día tiene con nosotros. Ser santos no es un lujo, es necesario para la salvación del mundo. Y esto es lo que el Señor nos pide a nosotros.
Reflexión
¿Te imaginas invitando a cenar a cien personas desconocidas? Si alguien hiciese eso hoy en día, lo mínimo que le pasaría es que saldría en el telediario del día siguiente. Lo "propio" es invitar a los amigos íntimos para pasárselo bien. ¿acaso está mal esto? No, ¡cómo va a estar mal convivir con los amigos!
No es esta la idea que nos quiere transmitir Jesucristo con el Evangelio de hoy. Aunque sea difícil verlo, Cristo nos está invitando en este pasaje a vivir la vida con una "elegancia superior", con la mirada puesta en el cielo. Porque quien invita a uno esperando recibir otra invitación sólo piensa en sí mismo, no tiene un horizonte que no vaya más allá de sus propios intereses. ¿Cómo se puede ser dichoso sin esperar una compensación material por lo que hacemos?
Una vez oí hablar de un hombre que era inmensamente rico. Tenía todo lo que un hombre puede materialmente necesitar. Un día en un viaje en avión se sentó junto a él un sacerdote muy santo y sencillo con el que se puso a conversar. Al ver la santidad de este sacerdote y que las historias de sus riquezas no le impresionaban, sintió la necesidad de abrirle su corazón. ¿Saben qué es lo que le dijo al sacerdote? Que el momento más feliz de su vida había sido cuando había hecho un acto de fe sencillo, de ponerse en manos de Dios con lo que era, y no con lo que tenía. Este hombre confesaba que daría todo lo que tenía por volver a experimentar esa felicidad.
¿No será cierto que hay más felicidad en dar que en recibir, y que el que menos cosas desea es el más rico?
Propósito
Ayudar a una persona sin esperar que me lo regrese. Dar sin esperar nada a cambio.
Diálogo con Cristo
Humildad y generosidad para servir, confiar más en tu Providencia y crecer en el amor a los demás, son los ingredientes que cambiarían el sentido de mi vida. Me cuesta desprenderme de mi tiempo, de mis haberes y talentos, como si algo fuera mérito mío. Por ello pido la intercesión de tu Madre, María, para que sepa imitarle en su servicio delicado y lleno de amor.
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Con la Palabra de Dios
Lunes de la semana 31 del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
- See more at: http://juanjauregui.es/con-la-palabra-de-dios/#sthash.fk9bbaIi.dpuf“Dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
Con la Palabra de Dios
Lunes de la semana 31 del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
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“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
Con la Palabra de Dios
Lunes de la semana 31 del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
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“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
Con la Palabra de Dios
Lunes de la semana 31 del tiempo ordinario
“Dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.
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“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderían invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
(Lc 14,12-14)
Si no fuese una irreverencia diría que Jesús es bien contreras.
Hace unos días arremetía contra los invitados que buscaban los primeros lugares.
Hoy se mete con el dueño de casa que organiza una comida.
Y le hace ver que su comida no es precisamente la comida del Reino de Dios.
Porque en el banquete que organiza Dios todos están invitados.
En tanto que éste invita a sus preferidos esperando luego ser también él invitado.
Como suele decirse aquí nada se da de balde.
Siempre media algún interés de por medio.
El amor y la gratuidad brillan por su ausencia.
Hasta invitando a un banquete estamos comprando la entrada para ser invitados.
Y quienes salen malparados son los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos.
Tomado así a la letra muchas familias se sentirían mal.
Y muchos amigos se sentirían desplazados y resentidos.
Y muchos vecinos se sentirían extraños y de seguro no se volverían a saludar ni en el ascensor.
Jesús quiere presentarnos:
Que Dios está siempre de banquete.
Que a Dios le encantan las comidas.
Que Dios invita a todos.
Que Dios invita a buenos y malos, sanos y enfermos.
Porque Dios invita siempre por amor y gratuidad.
En las comidas y banquetes de Dios hay sillas para todos.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir en otro mundo.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir la novedad del Reino.
Vivir del amor y de la gratuidad es el nuevo mundo de Dios.
Vivir del amor y de la gratuidad es vivir el mundo al revés.
Porque es vivir un mundo:
Donde nadie queda marginado del banquete de la vida.
Donde nadie queda excluido de las mesas donde abunda el pan.
Donde nadie queda excluido de la amistad de todos.
Es vivir un mundo de relaciones de fraternidad.
Es vivir un mundo de relaciones de amistad.
Es vivir un mundo donde todos se sienten igualmente importantes.
Es vivir un mundo donde todos sienten el aprecio y estima de todos.
Es vivir un mundo donde todos se sienten reconocidos en plan de igualdad.
Es posible que las comidas y banquetes puedan ser una de las señales que mejor revelan el espíritu del Evangelio.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto la experiencia de sentirnos todos, familia de un mismo Padre.
Es posible que las comidas y banquetes pongan de manifiesto cómo vemos y cómo tratamos a los demás.
Tal vez, por eso mismo, la Eucaristía, que es el banquete espiritual de Dios, sea donde Dios nos revela la verdad de su amor y de su pura gratuidad.
Porque todos somos invitados a la misma Mesa eucarística.
Porque todos somos invitados a compartir el mismo pan.
Porque todos somos invitados a la misma fiesta pascual
Por eso, en casi todos los encuentros pascuales, hay una especie de Eucaristía.
Sería bueno que la Iglesia y cada creyente examinásemos nuestra fe, fijándonos en quienes comparten nuestras comidas y nuestros banquetes.