Evangelio y Comentario de hoy Sabado 04 de Octubre 2014

Día litúrgico: Sábado XXVI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 10,17-24): En aquel tiempo, regresaron alegres los setenta y dos, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos».
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Comentario: + Rev. D. Josep VALL i Mundó (Barcelona, España)

Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’
Hoy, el evangelista Lucas nos narra el hecho que da lugar al agradecimiento de Jesús para con su Padre por los beneficios que ha otorgado a la Humanidad. Agradece la revelación concedida a los humildes de corazón, a los pequeños en el Reino. Jesús muestra su alegría al ver que éstos admiten, entienden y practican lo que Dios da a conocer por medio de Él. En otras ocasiones, en su diálogo íntimo con el Padre, también le dará gracias porque siempre le escucha. Alaba al samaritano leproso que, una vez curado de su enfermedad —junto con otros nueve—, regresa sólo él donde está Jesús para darle las gracias por el beneficio recibido.

Escribe san Agustín: «¿Podemos llevar algo mejor en el corazón, pronunciarlo con la boca, escribirlo con la pluma, que estas palabras: ‘Gracias a Dios’? No hay nada que pueda decirse con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad». Así debemos actuar siempre con Dios y con el prójimo, incluso por los dones que desconocemos, como escribía san Josemaría Escrivá. Gratitud para con los padres, los amigos, los maestros, los compañeros. Para con todos los que nos ayuden, nos estimulen, nos sirvan. Gratitud también, como es lógico, con nuestra Madre, la Iglesia.

La gratitud no es una virtud muy “usada” o habitual, y, en cambio, es una de las que se experimentan con mayor agrado. Debemos reconocer que, a veces, tampoco es fácil vivirla. Santa Teresa afirmaba: «Tengo una condición tan agradecida que me sobornarían con una sardina». Los santos han obrado siempre así. Y lo han realizado de tres modos diversos, como señalaba santo Tomás de Aquino: primero, con el reconocimiento interior de los beneficios recibidos; segundo, alabando externamente a Dios con la palabra; y, tercero, procurando recompensar al bienhechor con obras, según las propias posibilidades.



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Sábado de la semana 26 del tiempo ordinario

Los éxitos siempre despiertan euforia.
Los éxitos siempre nos dan satisfacciones.
Los éxitos siempre levantan nuestro espíritu.
Los setenta y dos regresan felices.
Por primera vez han sentido que hasta los demonios se les sometían en nombre de Jesús.
Regresan como niños con zapatos nuevos.
Regresan como si hubiesen ganado la guerra.

Es un sentimiento natural.
Lo mismo que los fracasos nos hunden, lo éxitos nos levantan.
Lo mismo que lo malo nos causa tristeza, lo bueno nos hace felices.

Pero Jesús pone sordina a su entusiasmo.
Pone sordina a su euforia.
El éxito se presta fácilmente a creer que somos nosotros los que triunfamos.
El éxito se presta fácilmente a creer que somos superiores.
El éxito se presta fácilmente a creernos más que los demás.

La pedagogía de Jesús muy realista.
No mata el entusiasmo.
Ni les amarga su felicidad.
Porque eso tampoco les ayudaría a seguir comprometidos con el Evangelio.
Sencillamente “les pone sordina”.
Les baja de tono, pero sin desalentarles.

Todos esos triunfos están bien.
El mismo les dio poder para espantar demonios.
Pero hay algo más importante en la vida:
Que ellos mismos han creído en el Evangelio.
Que ellos mismos han creído en El.
Que ellos mismos han creído en sus posibilidades.

Y que precisamente:
Antes de echar demonios de los demás, ellos han sido liberados.
Antes de que otros hayan creído en el Evangelio, primero han creído ellos.
Y por eso:
Su mayor éxito está en haber tenido fe en la palabra de Jesús.
Su mayor éxito está en haber creído en la fuerza del Evangelio.
Su mayor éxito está en haber creído en la fuerza del Reino.

Y por eso su verdadero éxito está:
En que “sus nombres están escritos en los cielos”.
En que sus nombres están escritos en el corazón del Padre.
En que sus nombres están escritos en libro de los salvados.

Está bien nos sintamos felices de lo que hacemos.
Pero más felices seremos si nosotros vivimos la novedad del Reino.
Más felices tenemos que ser porque hemos tenido la dicha de creer.
Más felices tenemos que ser porque sabemos que estamos en el corazón del Padre.
Más felices tenemos que ser porque somos testigos de que el Evangelio nos ha liberado de los malos espíritus.

No es cuestión de renunciar a la alegría y felicidad.
Es cuestión de saber qué cosas causan esta alegría y esta felicidad.
Es cuestión de saber que nuestra felicidad nace de la bendición del Padre

Señor: Dame la alegría de poder actuar en tu nombre.
Señor: Dame la alegría de ver que otros quedan liberados de sus malos espíritu.
Señor: Dame la alegría de que puedo serte útil en el Reino.
Señor: Dame la alegría de que mi nombre está escrito en tu corazón y en el del Padre.