Evangelio y Comentario de hoy Jueves 16 de Octubre 2014

Día litúrgico: Jueves XXVIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 11,47-54): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, porque edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron! Por tanto, sois testigos y estáis de acuerdo con las obras de vuestros padres; porque ellos los mataron y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso dijo la Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán’, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. Sí, os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación. ¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido».
Y cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle implacablemente y hacerle hablar de muchas cosas, buscando, con insidias, cazar alguna palabra de su boca.
Comentario: Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz (El Montanyà, Barcelona, España)
¡(...) edificáis los sepulcros de los profetas que vuestros padres mataron!
Hoy, se nos plantea el sentido, aceptación y trato dado a los profetas: «Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán» (Lc 11,49). Son personas de cualquier condición social o religiosa, que han recibido el mensaje divino y se han impregnado de él; impulsados por el Espíritu, lo expresan con signos o palabras comprensibles para su tiempo. Es un mensaje transmitido mediante discursos, nunca halagadores, o acciones, casi siempre difíciles de aceptar. Una característica de la profecía es su incomodidad. El don resulta molesto para quien lo recibe, pues le escuece internamente, y es incómodo para su entorno, que hoy, gracias a Internet o los satélites, puede extenderse a todo el mundo.

Los contemporáneos del profeta pretenden condenarlo al silencio, lo calumnian, lo desacreditan, así hasta que muere. Llega entonces el momento de erigirle el sepulcro y de organizarle homenajes, cuando ya no molesta. No faltan actualmente profetas que gozan de fama universal. La Madre Teresa, Juan XXIII, Monseñor Romero... ¿Nos acordamos de lo que reclamaban y nos exigían?, ¿ponemos en práctica lo que nos hicieron ver? A nuestra generación se le pedirá cuentas de la capa de ozono que ha destruido, de la desertización que nuestro despilfarro de agua ha causado, pero también del ostracismo al que hemos reducido a nuestros profetas.

Todavía hay personas que se reservan para ellas el “derecho de saber en exclusiva”, que lo comparten —en el mejor de los casos— con los suyos, con aquellos que les permiten continuar aupados en sus éxitos y su fama. Personas que cierran el paso a los que intentan entrar en los ámbitos del conocimiento, no sea que tal vez sepan tanto como ellos y los adelanten: «¡Ay de vosotros, los legistas, que os habéis llevado la llave de la ciencia! No entrasteis vosotros, y a los que están entrando se lo habéis impedido» (Lc 11,52).

Ahora, como en tiempos de Jesús, muchos analizan frases y estudian textos para desacreditar a los que incomodan con sus palabras: ¿es éste nuestro proceder? «No hay cosa más peligrosa que juzgar las cosas de Dios con los discursos humanos» (San Juan Crisóstomo).



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Con la Palabra de Dios

Jueves de la semana 28 del tiempo ordinario
“Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación, ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!” Al salir de allí, los escribas y fariseos, empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas, para cogerlo con sus propias palabras”. (Lc 11,47-54)
Jesús se dirige directamente a los jefes responsables del pueblo.
Con siete lamentos o siente quejas o siete condenas.
Jesús se dirige a “escribas y fariseos hipócritas”.
Por tanto lo que condena es la “hipocresía”, razón del resto de quejas.
Lamentaciones que tendremos que leer:
Como Jefes de la Iglesia.
Como comunidades de la Iglesia.
Como personas de la Iglesia.
Cuando llueve, llueve para todos.
Cuando hace sol, el sol luce para todos.
En el trasfondo de todo está que la vida de los que decimos creer puede ser:
O una invitación a la fidelidad al Evangelio.
O un gran estorbo para vivir el Evangelio.
Somos como las puertas:
Se abren para entrar.
Se abren para salir.
Autoridades que debieran ser signo del Evangelio.
Autoridades que debieran ser una invitación a vivir con fidelidad.
Autoridades que viven en la “hipocresía”, aparentan y no son.
Autoridades que debieran “servir” pero viven “sirviéndose”.
Y que ni ellos lo viven.
Ni tampoco dejan que otros lo vivan.
Iglesia que está llamada a ser “luz de las gentes”.
Iglesia que puede vivir en la hipocresía del Evangelio.
Iglesia que “aparenta” y “no es”.
Iglesia que debiera ser Iglesia de Jesús y termina siendo Iglesia de los hombres.
Sacerdotes, comunidades religiosas, laicos:
Que debiéramos ser testimonio del Evangelio y somos simple cáscara.
Que debiéramos ser testigos del Evangelio y revestimos de verdad la mentira que vivimos.
Y el gran reto:
Nosotros debiéramos estar dentro, viviendo la verdad del Reino.
Pero nos quedamos en la apariencia.
No entramos ni dejamos entrar.
Ni somos ni dejamos ser.
Hacemos cristianos por el Bautismo, que nosotros no vivimos.
Hacemos cristianos por el Bautismo, que luego impedimos vivir.
Nos casamos por la Iglesia, y luego nos olvidamos del sacramento.
Nos casamos para siempre, pero luego nos divorciamos a la primera.
Nos prometemos “amarnos y servirnos todos los días de nuestra vida,
Y luego vivimos aburridos, infieles y amargados.
Ni somos ni nuestras vidas invitan a ser.
Hoy son muchos los que no quieren casarse por la Iglesia, por el testimonio de tantos amigos que ya están separados y vueltos a casar por lo civil.
E incluso no faltan quienes prefieren convivir, porque tampoco vivimos el matrimonio civil.
Nos consagramos a Dios por los consejos evangélicos.
Pero luego vivimos parecidos a los demás.
Nos ordenamos sacerdotes para entregar nuestras vidas al servicio de los demás.
Y luego vivimos una vida secular que se aprovecha de los demás.
No niego mi preocupación cristiana, consagrada y sacerdotal:
¿Vivo en mi verdad bautismal?
¿Vivo en mi verdad de consagrado?
¿Vivo en mi verdad sacerdotal?
Y me viene la pregunta:
¿Mi vida es una invitación a despertar la llamada de Dios?
¿Mi vida es un ejemplo para que mis hermanos vivan en plenitud su vocación?
Confieso mis miedos a que Jesús pueda acusarme de “hipócrita”.
Mis miedos a que mi vida sea un estorbo para que otros dejen brotar su generosidad.
Todos dependemos de todos. Nadie camina solo. Nadie se santifica solo. Somos comunidad.
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Con la Palabra de Dios

Jueves de la semana 28 del tiempo ordinario
“Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación, ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!” Al salir de allí, los escribas y fariseos, empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas, para cogerlo con sus propias palabras”. (Lc 11,47-54)
Jesús se dirige directamente a los jefes responsables del pueblo.
Con siete lamentos o siente quejas o siete condenas.
Jesús se dirige a “escribas y fariseos hipócritas”.
Por tanto lo que condena es la “hipocresía”, razón del resto de quejas.
Lamentaciones que tendremos que leer:
Como Jefes de la Iglesia.
Como comunidades de la Iglesia.
Como personas de la Iglesia.
Cuando llueve, llueve para todos.
Cuando hace sol, el sol luce para todos.
En el trasfondo de todo está que la vida de los que decimos creer puede ser:
O una invitación a la fidelidad al Evangelio.
O un gran estorbo para vivir el Evangelio.
Somos como las puertas:
Se abren para entrar.
Se abren para salir.
Autoridades que debieran ser signo del Evangelio.
Autoridades que debieran ser una invitación a vivir con fidelidad.
Autoridades que viven en la “hipocresía”, aparentan y no son.
Autoridades que debieran “servir” pero viven “sirviéndose”.
Y que ni ellos lo viven.
Ni tampoco dejan que otros lo vivan.
Iglesia que está llamada a ser “luz de las gentes”.
Iglesia que puede vivir en la hipocresía del Evangelio.
Iglesia que “aparenta” y “no es”.
Iglesia que debiera ser Iglesia de Jesús y termina siendo Iglesia de los hombres.
Sacerdotes, comunidades religiosas, laicos:
Que debiéramos ser testimonio del Evangelio y somos simple cáscara.
Que debiéramos ser testigos del Evangelio y revestimos de verdad la mentira que vivimos.
Y el gran reto:
Nosotros debiéramos estar dentro, viviendo la verdad del Reino.
Pero nos quedamos en la apariencia.
No entramos ni dejamos entrar.
Ni somos ni dejamos ser.
Hacemos cristianos por el Bautismo, que nosotros no vivimos.
Hacemos cristianos por el Bautismo, que luego impedimos vivir.
Nos casamos por la Iglesia, y luego nos olvidamos del sacramento.
Nos casamos para siempre, pero luego nos divorciamos a la primera.
Nos prometemos “amarnos y servirnos todos los días de nuestra vida,
Y luego vivimos aburridos, infieles y amargados.
Ni somos ni nuestras vidas invitan a ser.
Hoy son muchos los que no quieren casarse por la Iglesia, por el testimonio de tantos amigos que ya están separados y vueltos a casar por lo civil.
E incluso no faltan quienes prefieren convivir, porque tampoco vivimos el matrimonio civil.
Nos consagramos a Dios por los consejos evangélicos.
Pero luego vivimos parecidos a los demás.
Nos ordenamos sacerdotes para entregar nuestras vidas al servicio de los demás.
Y luego vivimos una vida secular que se aprovecha de los demás.
No niego mi preocupación cristiana, consagrada y sacerdotal:
¿Vivo en mi verdad bautismal?
¿Vivo en mi verdad de consagrado?
¿Vivo en mi verdad sacerdotal?
Y me viene la pregunta:
¿Mi vida es una invitación a despertar la llamada de Dios?
¿Mi vida es un ejemplo para que mis hermanos vivan en plenitud su vocación?
Confieso mis miedos a que Jesús pueda acusarme de “hipócrita”.
Mis miedos a que mi vida sea un estorbo para que otros dejen brotar su generosidad.
Todos dependemos de todos. Nadie camina solo. Nadie se santifica solo. Somos comunidad.
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