Evangelio y Comentario de hoy 03 de Diciembre 2013

Hoy festejamos a San francisco Javier 
Día litúrgico: Martes I de Adviento
Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
Comentario
Te bendigo, Padre
Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del Evangelio según san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los lugares adonde Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus hechos y gestas, «Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21).
La gratitud es una de las facetas de la humildad. El arrogante considera que no debe nada a nadie. Pero para estar agradecido, primero, hay que ser capaz de descubrir nuestra pequeñez. “Gracias” es una de las primeras palabras que enseñamos a los niños. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).

Benedicto XVI, al hablar de la actitud de adoración, afirma que ella presupone un «reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, porque el hombre sólo puede realizarse plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios por encima de todas las cosas».

Un alma sensible experimenta la necesidad de manifestar su reconocimiento. Es lo único que los hombres podemos hacer para responder a los favores divinos. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta «dar gracias a Dios Padre, a través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la gran misericordia con la que nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo para que seamos en Él una nueva creación» (San León Magno).


Oración a San Francisco Javier   
Mi muy amado Francisco Javier, hazme participar de tu celo, 
abrázame en deseos de ganar almas a Dios, viviendo de modo 
que mi conducta sirva a todos de exhortación a la virtud.
Ruega a Dios Padre para que envíe muchos y fervorosos operarios 

que cultiven su viña. Haz por fin que a imitación tuya, venciéndonos 
a nosotros mismos, despreciando lo temporal y valorando lo eterno, 
demos gloria a la Trinidad Santísima por los siglos de los siglos. 
Así sea.

Hermanos: ¡Ojalá Cristo estuviera más vivo entre nosotros! ¡Si al menos pudiéramos vivir completa y verdaderamente su mensaje; si dejáramos que el Espíritu Santo nos animara! ¡Cómo todo eso nos transformaría, a nosotros mismos y a nuestro mundo! Para ello pedimos que el Señor nos bendiga.
Feliz y bendecido Martes para todos los que nos leen !!!

Siguenos en https://www.facebook.com/snfranciscoxavier.comunidadcatolica  


Martes primera semana de Adviento
“porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños”. (Lc 10,21-25)
Siempre he tenido mis reparos frente a la Navidad. ¿Razones?
Damos la impresión de que la Navidad es para los niños, como si los grandes fuésemos simples espectadores de cómo disfrutan los pequeños.
Pero leyendo el Evangelio de hoy creo que estoy viendo las cosas de otra manera:
La Navidad nos la regala un Niño.
La Navidad es la fiesta del Dios Niño.
La Navidad la disfrutan los niños, porque sólo los niños entienden a los niños.
La Navidad es la fiesta de los grandes cuando su corazón se hace niño.

Claro que la Navidad no es para los que se creen tan grandes y tan sabiondos que:
Todo lo quieren entender con la cabeza.
Todo lo ven desde sus ideas y razonamientos.
Han perdido su inocencia de niños.
Han perdido su capacidad de admiración propia de los niños.
Han perdido su capacidad de la grandeza de lo pequeño.
Han perdido su capacidad de preguntar: “mamá, ¿qué es eso?” “mamá, ¿para qué sirve eso?”

Por eso, Jesús da gracias al Padre, por todo lo que sus ojos están contemplando:
Los grandes sabios no entienden nada del nuevo anuncio del Reino.
Los grandes sabios se resisten a la novedad del Reino.
En cambio los sencillos le han cogido gusto al Evangelio.
Los sencillos esperan el anuncio del Evangelio.
Los sencillos sienten que su corazón salta de gozo con el Evangelio.
Los sencillos abren sus mentes y sus corazones al Evangelio.

No se trata de que los inteligentes dejen de ser sabios.
Se trata de que inteligentes y sabios tengan un corazón más sensible al misterio.
Se trata de que inteligentes y sabios tengan un corazón un poco más vacío de su orgullo y vanidad.
Se trata de que inteligentes y sabios tengan un corazón capaz de abrirse a la verdad de Dios.
Se trata de que inteligentes y sabios se sientan un poco más niños y menos señorones.
Se trata de que inteligentes y sabios sean capaces de escuchar a los niños que tienen mucho que decirnos.
Se trata de que inteligentes y sabios sean capaces de jugar con los niños y no olviden que algún día también ellos lo fueron.

Por eso el camino de la esperanza está:
En saber que no lo tenemos todavía todo.
En saber que no lo sabemos todo.
En saber que no somos todavía todo lo que podemos ser.
En saber que hasta los niños son capaces de darnos la felicidad que los grandes hemos perdido.

Y por eso mismo, el camino de la Navidad está también señalado:
Por limpiar nuestra mente de esas telarañas de nuestras falsas ideas y prejuicios.
Por limpiar nuestro corazón de sus falsas ambiciones.
Por limpiar nuestro corazón de tantos trastos viejos que lo llenan y no dejan espacio a los demás.
Por limpiar nuestro corazón de tantas fantasías de grandeza y hacer renacer en él al niño que algún día fuimos.

Adviento: Sembrar semillas de esperanza
Si no tienes nada que dar a un pobre: dale esperanza.
Si no tienes nada que ofrecer a un enfermo: ofrécele esperanza.
Si no tienes nada que dar a un triste: dale una palabra de esperanza.
Si no tienes nada que dar a tus hijos: dales esperanza.
Si no tienes nada que dar a tus padres: dales una palabra de esperanza.
Si no tienes nada que dar a tus amigos: dales una señal de esperanza.
Si no tienes nada que dar al mundo: siembra al menos una esperanza.
Si no tienes nada que darte a ti mismo: regálate un grito de esperanza.
Si no tienes nada que sembrar: siembra esperanza.
Si no tienes nada que decir: habla de la esperanza.
Si no tienes nada que regalar: regala una palabra de esperanza.
Si no tienes nada que ofrecerle a Dios: ofrécele tu esperanza.
Porque a Dios le encanta tu fe.
A Dios le encanta tu amor.
Pero a Dios le fascina tu esperanza.
Vivimos mientras tengamos esperanza.
Comenzamos a morir, cuando la esperanza comienza a morir en nosotros.
No comenzamos a morir cuando nos vamos haciendo viejos.
Comenzamos a morir cuando la esperanza se va apagando en nosotros.
Mientras mantengas viva la esperanza, tendrás vida.
“Gracias a la esperanza podemos afrontar el presente: el presente, aunque sea fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (SS 1 Benedicto XVI)

juanjauregui.es