Día litúrgico: 2 de Noviembre: Conmemoración de todos los fieles difuntos
Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43):
Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron
allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el
Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió
diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y
nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en
cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el Paraíso».
Comentario
Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino
Hoy,
el Evangelio evoca el hecho más fundamental del cristiano: la muerte y
resurrección de Jesús. Hagamos nuestra, hoy, la plegaria del Buen
Ladrón: «Jesús, acuérdate de mí» (Lc 23,42). «La Iglesia no ruega por
los santos como ruega por los difuntos, que duermen en el Señor, sino
que se encomienda a las oraciones de aquéllos y ruega por éstos», decía
san Agustín en un Sermón. Una vez al año, por lo menos, los cristianos
nos preguntamos sobre el sentido de nuestra vida y sobre el sentido de
nuestra muerte y resurrección. Es el día de la conmemoración de los
fieles difuntos, de la que san Agustín nos ha mostrado su distinción
respecto a la fiesta de Todos los Santos. Los sufrimientos de la Humanidad son los mismos que los de la Iglesia y, sin duda, tienen en común que todo sufrimiento humano es de algún modo privación de vida. Por eso, la muerte de un ser querido nos produce un dolor tan indescriptible que ni tan sólo la fe puede aliviarlo. Así, los hombres siempre han querido honrar a los difuntos. La memoria, en efecto, es un modo de hacer que los ausentes estén presentes, de perpetuar su vida. Pero sus mecanismos psicológicos y sociales amortiguan los recuerdos con el tiempo. Y si eso puede humanamente llevar a la angustia, cristianamente, gracias a la resurrección, tenemos paz. La ventaja de creer en ella es que nos permite confiar en que, a pesar del olvido, volveremos a encontrarlos en la otra vida.
Una segunda ventaja de creer es que, al recordar a los difuntos, oramos por ellos. Lo hacemos desde nuestro interior, en la intimidad con Dios, y cada vez que oramos juntos, en la Eucaristía, no estamos solos ante el misterio de la muerte y de la vida, sino que lo compartimos como miembros del Cuerpo de Cristo. Más aún: al ver la cruz, suspendida entre el cielo y la tierra, sabemos que se establece una comunión entre nosotros y nuestros difuntos. Por eso, san Francisco proclamó agradecido: «Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal».
Oración
Señor Dios nuestro: Entregamos confiadamente en tus manos nuestra vida y nuestra muerte. Danos el pan de la eucaristía que da vida y el vino de fidelidad a tu Alianza, para que, por su poder,podamos vencer a la muerte y vivir para la vida, y un día nos unamos gozosamente a nuestros seres queridosque partieron antes que nosotros en fe. Te lo pedimos por medio de Jesucristo, Hijo tuyo, y Señor nuestro Resucitado, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Hermanos: Hemos rogado hoy por todos los difuntos, conocidos o desconocidos, distantes o cercanos.
Ha sido una ocasión para nosotros de profundizar nuestra fe en la resurrección prometida a los difuntos , y también a nosotros, peregrinos todavía en este mundo.Creemos en un Dios vivo que quiere que todos vivan en su alegría y amor. Que nuestro Dios de la vida nos bendiga a todos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,y que esta bendición se prolongue por si
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