Evangelio y Comentario de hoy Lunes 25 de noviembre 2013

Día litúrgico: Lunes XXXIV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».
Comentario
Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir
Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.


Oración sobre las Ofrendas
Oh Dios misericordioso: Cuando tú quisiste
que alguien sufriera o muriera por el pecado
para que nosotros tuviéramos  vida,
elegiste  a tu propio Hijo
y él lealmente aceptó.
Oh Dios generoso, que te das a ti mismo:
Acepta estos dones de pan y vino, aunque sean pobres,
porque en ellos ponemos nuestra propia generosidad
con la esperanza de que tú vas a incrementarla,
por medio de Jesucristo nuestro Señor.


Hermanos: Cristo se entregó a sí mismo para otorgar a los hombres reconciliación y felicidad. Los cristianos habríamos de aprender de él  a darnos a nosotros mismos sin contar el costo. Para eso le pedimos que nos bendiga. 

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Lunes de la semana 34 del Tiempo Ordinario
“Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”. (Lc 21,1-4)
Me encanta el gesto de algunas madres que piden a sus niños que compartan con sus compañeros. “Dale una de tus galletas”. “Dale uno de tus caramelos”.
Nadie dirá que no es un gesto bonito ver a un niño compartir de lo que tiene.
Y sin embargo, dentro de su belleza de este gesto, se esconde también un egoísmo.
“Tú tienes un paquete de galletas, dale una a tu amigo”.
Dar sí.
Compartir, sí.
Pero como dice el refrán el que “el que reparte y bien reparte, se queda con la mejor parte”.
Siempre damos parte, que ya está bien.
Siempre damos menos de lo que tenemos, que ya está bien.
Pero siempre quedándonos con la mayor parte.
Eso de darlo todo, ya nos parece un gesto demasiado heroico.

Dar y compartir de lo que se tiene siempre será algo bello y hermoso.
Dar cosas siempre será algo bonito.
Sin embargo, hay algo todavía más bello:
Darlo todo.
Dar lo que yo necesito.
Darme a mí mismo.

Lo más elegante de la vida es “dar y darse”.
Se puede dar, por simple educación.
Pero nadie se da a sí mismo por educación.
Solo nos damos a nosotros mismos por amor.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
La frase es del mismo Jesús.
Pero, no solo la frase, porque Jesús no solo dio de lo poco que tenía.
Jesús se dio a sí mismo.
Jesús se entregó a sí mismo.
Jesús fue capaz de dar su vida en la Cruz sin reservarse nada.
Hasta las ropas le quitaron, porque para morir, lo mejor es morir desnudo como desnudo se nace.
Nacemos desnudos y sin nada.
Y morimos desnudos y sin nada.

Jesús, mientras contemplaba cómo la gente echaba sus limosnas en el cepillo, en el fondo se estaba viendo a sí mismo.
Hay quienes dan por exhibicionismo.
Siempre luce y da caché a los que dan mucho.
A esos lo llamamos onerosos, aunque a veces sea por lucirse.
Hay quienes dan poco, y nadie se fija en ellos.
Hay quienes lo dan todo, y hasta pueden pasar desapercibidos.
La viuda que echó sus dos reales no fue noticia.
Hasta alguien pudiera decir: “ha echado lo que le estorba en el bolsillo”.

Sin embargo, esta pobre viuda, fue noticia para Jesús.
Y hasta la presentó a sus discípulos como modelo de dar.
Los demás daban menos de lo que se quedaba en el bolsillo.
Los demás daban de lo que les sobraba.
Ella, ya sabía de necesidades.
Ella, ya sabía lo que es ver la carne en el mostrador pero no poder comprarla.
Ella, ya sabía lo que era remendar el vestido, porque no le daba para uno nuevo.
Ella, ya sabía lo que era desayunar con “un te aguadito”, porque no le daba para la leche ni el café.
Ella, ya sabía lo que era comerse unas patatas sin condimento, porque no tenía para más.

Y sin embargo, ella echó los “dos reales” que era todo lo que tenía para vivir.
Y echar lo único que se tiene para vivir, es echar la vida entera.
Ella vivía el Evangelio del “dar”.
Ella vivía el Evangelio de la “propia vida de Jesús”.
Ella vivía el Evangelio del “amor hasta el extremo”.
Quedarse sin nada para poder comer al mediodía.

Es posible que no todos tengan el mismo valor.
Me gustaría que todos llegásemos a esa generosidad.
Pero quiero ser realista.
Si no damos de lo que “necesitamos para vivir”, compartamos al menos lo que nos sobra y se va a estropear.
Acabaríamos con el hambre en el mundo, solo compartiendo lo sobrante, lo que no necesitamos.

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